Sube el telón.
En la escena, dos camas de hospital separadas por un biombo de tela verde. Cada una de ellas tiene un número en su parte frontal. La situada a la izquierda el 3 y la de la derecha el 4. La escena se encuentra iluminada por dos pequeñas lámparas de tubo fluorescentes situadas en la pared, encima de la cabecera de cada una de las dos camas. También está encendida otra de tipo flexo que se halla encima de la mesita auxiliar de la cama 4. Encima del colchón de esta cama, a sus pies, hay una prenda blanca, doblada con esmero. En la pared, en medio de las dos camas, hay un reloj digital con los números iluminados. Las 20:10 p.m. El ambiente es ciertamente lúgubre.
Junto a las camas se sitúan dos estrechas taquillas y dos sillones articulados. Uno de ellos, también el de la cama 4, está ocupado por una mujer de unos 50 años que está leyendo un libro. Tiene puesto un camisón blanco de hospital que le queda extremadamente pequeño. Las mangas apenas le llegan a los codos, y tiene las piernas cruzadas y descubiertas por completo.
Por la izquierda de la escena aparece un hombre en una silla de ruedas. Lleva una muleta encima de las piernas. Él mismo, sin más compañía, maneja la silla hasta acercarse a la cama 3.
̶ ¡Aquí está! ̶ exclama, visiblemente enfadado ̶ ¡mi cama número 3! Esto es la leche. No hay derecho.
La mujer de la cama 4 levanta la vista de su libro, y frunce el ceño en señal de extrañeza, intentando adivinar que ocurre detrás del biombo verde. Cierra el libro con la obvia intención de que se oiga.
El hombre de la silla de ruedas se levanta con cierto esfuerzo apoyándose en su muleta. Luce también un camisón, cerrado por delante y abierto por detrás, con unas cintas que no logran tapar ni la espalda, ni la ropa interior del hombre (unos calzoncillos color pistacho, tipo slip), ni un aparatoso vendaje alrededor de su rodilla derecha. El camisón le llega hasta las pantorrillas y las mangas le quedan algo largas.
El hombre se dirige hacia la cama 4, y mientras, la mujer intenta arreglarse el pelo y bajarse el camisón, esto último con poco éxito.
̶ Buenas noches ̶ dice el hombre asomándose a la cama 4.
̶ Buenas. Pase, pase a la suite ̶ dice ella con evidente sorna.
̶ Me llamo Carlos ̶ con una voz que denota mucho enojo ̶ tengo una posible fractura de la rótula de esta pierna ̶ se señala y muestra el vendaje a la mujer ̶ y estoy muy cabreado. ¿Cómo está usted, señora?
̶ Cálmese, Carlos. ¿Qué le ha pasado ahí dentro que está usted tan disgustado? A propósito, me llamo Aurora y me van a operar de un tumor en un ovario. Creo que es el derecho ̶ dice con actitud reflexiva llevándose la mano a la frente, y mirándose a un lado y al otro del abdomen.
̶ Vaya por Dios, señora. Bien que lo siento. Y estará esperando a que haya una cama libre en la planta de arriba para que la puedan operar. ¿Me equivoco?
̶ ¡Bingo! Ha acertado a la primera. Pero, a ver, dígame, si a usted no le importa, la razón de su enfado.
Carlos empieza a hablar de cara al público, dando pasos hacia delante ayudado por su muleta. Aurora se apercibe de que a Carlos no le cierra el camisón por detrás, y abre los ojos con amplitud, y moviendo la cabeza hacia los lados, y mirando a Carlos y al público alternativamente, hace con la boca un gesto como de aprobación. Carlos habla alto:
̶ Pues mire. Esto no es normal. Después de estar aquí 3 horas, y de hacerme 4 o 5 radiografías, ya ni me acuerdo, me dicen que tengo que quedarme ingresado, que me venga aquí, a esperar que haya cama libre en la planta. Y por si no fuera poco, me dicen, sin ni siquiera ponerse colorados, que no hay celadores en ese momento, y que van a tardar. Vamos, que me venga sólo a esta suite, como ha dicho usted antes, ¿no, Aurora? ̶ exclama girándose hacia ella.
Aurora, pendiente en todo momento de la anatomía de Carlos, se sobresalta al oír su nombre, y contesta.
̶ ¡Ah!, sí, sí. No hay derecho. Esto es consecuencia de los dichosos recortes. Al final los que pagamos el pato somos los enfermos. ¡Vamos, que tenga que venir usted sólo hasta aquí, y buscar su cama, es la monda!
Carlos asiente de forma nerviosa y exagerada, abriendo y cerrando los brazos en cruz, incluyendo la muleta en los movimientos. Aurora continúa.
̶ ¡Eh! Tenga usted cuidado, no me vaya a arrear un muletazo. Pues que sepa usted que estoy en su misma situación, esperando cama, aunque yo llevo ya 48 horas aquí metida, y también estoy de mala leche.
̶ Ya, ¡qué desastre! ̶ exclama Carlos ̶ de esto de los recortes no nos libramos nadie. ¿Ha estado aquí más veces, Aurora? ¿Cree que esto está cada vez peor? ̶ dice mirando hacia arriba y girando 360 grados.
̶ Bueno, los problemas son los de siempre ̶ dice Aurora encogiendo los hombros. Se ve que hay poco personal, los profesionales no dan más de sí, la comida en general es para echársela a los pollos, y usted y yo estamos aquí porque arriba no hay camas, no se olvide; porque seguro que hay alguna planta cerrada.
̶ O sea, igual o peor, diría yo.
̶ Sí señor, pero lo peor que he llevado esta vez ha sido el tema del camisón.
̶ ¿El camisón?, ¿qué le pasa al camisón? Bueno, parece que le está pequeño, mejor dicho, bastante pequeño, las mangas le llegan a los codos, algo apretadillo por….ahí ̶ dice señalándose el pecho.
Aurora se levanta y, aunque hace esfuerzos por estirarse el camisón hacia abajo, éste le llega justo al inicio de las piernas, dejando ver por detrás unas bragas de color azul claro. Intenta cubrirse como puede, adquiriendo posturas ciertamente chocantes.
̶ ¿Ve usted, Carlos, qué pasa con el camisón? Lo mismo le va a pasar usted con el suyo, no lo dude. Este me lo dieron esta mañana, hace 12 horas exactamente. Y ahora fíjese por donde me llega, vamos, que no me llega. Es como si estuviera desnuda ̶ exclama Aurora, que al mismo tiempo se gira sobre sí misma dando la espalda a Carlos y poniéndose rápidamente las manos por delante y por detrás del fin del camisón.
Carlos, con los ojos muy abiertos, y mirando para todas partes, incluso al público, se lleva la mano derecha a la frente y le señala a Aurora su cama.
̶ A ver, Aurora, métase en la cama, por favor, o siéntese en la silla con algo por encima, o haga usted lo que quiera. ¡Esto es para mear y no echar gota!
Carlos coge el camisón doblado en los pies de la cama de Aurora, visiblemente enfadado. Sin su muleta, cojeando, tropieza con la cama de Aurora y casi se cae.
̶ ¡No si todavía hay que operarme de urgencia, de la rodilla y de la cabeza! A ver, Aurora, ¿va usted a hacerme creer que este camisón encoge, y a esa velocidad? ̶ dice al tiempo que despliega la prenda.
̶ Vaya que se lo digo. Se lo digo y se lo repito si usted quiere. Con este van cuatro desde que ingresé el sábado por la mañana. Y no es que yo los haya manchado, ¿eh? ¡Que una es muy limpia! Encogen, no lo dude ̶ dice abriendo los brazos. Encogen de abajo ̶ inclinándose hacia delante y rápidamente poniendo una mano en la parte posterior, con intención de taparse. Encogen de brazos ̶ y se señala el final de las mangas. Todo encoge, y llega a ser casi un traje de neopreno, de esos que utiliza la gente para hacer surf. ¡Hala!, todo bien señalado ̶ dice recorriendo su cuerpo con los brazos. A usted mañana también se le notará todo, amigo, ya verá, ya verá. Y yo también lo veré ̶ dirigiéndose al público, sonriendo, y en voz baja.
Ambos se miran, y observando el camisón se ríen a carcajadas. Se acercan y ponen las manos en los hombros del otro, casi con intención de abrazarse. Pero rápidamente se separan. Aurora de nuevo con una mano delante y otra detrás y mirando al público va reculando hacia su cama mientras dice:
̶ Me voy a cambiar. ¿Me da usted el camisón?
Mientras Aurora procede a cambiarse de camisón detrás de la puerta de su taquilla, Carlos ya sentado en su cama, y con algún gesto de dolor, le pregunta:
̶ Aurora, ¿y usted no ha protestado por este tema del encogimiento? Porque vamos, es para poner el grito en el cielo, o en La Moncloa. ¡Digo yo ¡
̶ Pues sí. Claro que he protestado. Se lo dije a la supervisora de planta ayer al mediodía, que vino a verme con el médico. ¿Y sabe que me contestaron?
̶ Me lo imagino. Un error, una partida defectuosa, casualidades, mala suerte, no sé, cualquier chorrada.
Aurora, ya con el camisón puesto, se dirige hacia la cama de Carlos y se sienta a su lado.
̶ Bueno, pues algo así. La verdad es que no tienen ni idea de lo que pasa con los camisones. Las personas ingresadas, entre ellas yo misma, han comprobado que desde el momento en que la prenda se pone en contacto con el cuerpo, empiezan a encogerse poco a poco de forma uniforme. A las 12 horas aproximadamente tienen que darnos uno nuevo. No me extraña, es imposible seguir con él puesto, ya lo ha visto usted. Me han dicho que no tienen suficientes en el almacén para intentar cambiarlos con mayor frecuencia, y no llegar a estos extremos. A lo mejor mañana reciben más, pero no lo saben seguro. Y empezarán a investigar la causa de este desastre, claro. Así que, ajo y agua. Lo mismo luego se los llevan a Pediatría, y se los ponen a los niños.
̶ ¡Venga ya! No me lo puedo creer.
Mientras, Aurora ha cogido el camisón que tenía previamente y desplegándolo, se lo enseña a Carlos y al público. Y vuelve a hablar.
̶ Les pregunté dónde podía protestar, y me dijeron que hoy pusiera una reclamación en Atención al Paciente explicando de qué me quejaba. Tiene…narices, Carlos, ¿Qué de qué me quejaba? ̶ enseñando de nuevo el pequeño camisón.
̶ ¿Y pusiste la queja? ̶ dice Carlos, poniendo la mano derecha en la frente y sonriendo. ¡Huy, perdona, te llamo ya de tú porque nos une ser víctimas de este maldito experimento!
̶ Claro que la puse. Escribí un par de folios. Allí me dijeron que hoy domingo no la leería nadie, pero que mañana lunes, sí. Y la pusieron encima de un montoncito de 20 o 30 papeles que tenían todos la misma pinta. Me apuesto que esas quejas son todas por lo mismo.
̶ Y, otra cosa, los lavarán al menos, antes de ponérselos a los pequeños, ¿no?
̶ Pues no lo sé, la verdad. ¡Que cutrez! Oye, estaba pensando, ¿y seguirán encogiendo? Lo mismo el destino final es la maternidad y los bebés recién nacidos. Esto es de juzgado de guardia.
Él se levanta rápidamente de la cama y, cojeando, empieza a caminar de un lado a otro del escenario, al tiempo que habla en tono más bajo, mirando a un lado y a otro, como si no quisiera que le oyeran.
̶ ¡Ahí le has dado, amiga mía! No me fío que lo de Atención al Paciente sea suficiente para que dejen de hacer esta barbaridad. Lo estaba pensando antes. Te propongo que mañana a primera hora nos escapemos de aquí y nos vayamos a la Policía a denunciarlo. ¿Qué te parece? La comisaría está enfrente, cruzando la calle.
̶ ¿Qué? Tú estás loco. ¿Escaparse de aquí, como si esto fuera una película? ¿Y con los camisones sin cambiar? Recuerda que los tendremos cortitos, estrechitos, ya te digo, estaremos impresentables. Tú también, no se te olvide. No, no me parece bien. Esperamos a ver qué pasa mañana, ¿no? ̶ acercándose a Carlos.
̶ Yo no espero. Me parece indignante que sepamos que mañana vamos a despertarnos casi en bolas. Y mañana, o vaya usted a saber cuándo, nos cuenten cualquier excusa y no sepamos qué demonios decir. Yo tengo que hacer algo. Y me gustaría que tú estés conmigo.
̶ Mira, Carlos, tengo que pensarlo. A mí también me indigna, pero es muy fuerte lo que me pides.
̶ Pues ahí va otra propuesta. Mientras estemos aquí, ¡en bolas los dos! Por los pasillos, cuando vayamos al baño, cuando venga la enfermera. ¡Siempre en bolas! ¿Te parece esto mejor? ̶ hablándole a Aurora muy de cerca, y con la cara desencajada. Algo tendremos que hacer. Hay mucha gente a la que le está pasando lo mismo que a nosotros.
̶ No, Carlos. En bolas no. Yo pierdo mucho en bolas, de verdad, y tú ̶ mirándole de arriba abajo ̶ pues me parece que también. Ya tienes tus añitos, majete. Saldríamos en la tele, en los periódicos, en fin, que me da bastante vergüenza. Creo que nos lo debemos pensar. Vamos a dormir, ¿te parece? Anda, mañana será otro día.
Acercándose, Aurora le da un beso en cada mejilla y luego se dirige a su cama. Carlos pone cara de satisfacción, y añade:
̶ Vale Aurora. Como quieras. Yo sigo estando muy cabreado, pero hablemos mañana, de acuerdo. Hasta mañana ̶ dice dirigiéndose a su cama, dando un rodeo para no volver a tropezar. Y por favor, piensa en alguna forma de protesta, ¡caray!
̶ De acuerdo. Hasta mañana.
Ambos apagan sus respectivas lámparas y los tubos fluorescentes de encima de sus camas. El escenario se oscurece totalmente. El reloj digital y marca las 23,45 p.m. A continuación, parpadea, y adelanta su hora a las 2:00 a.m. Se oye la voz de Carlos
̶ Aurora, ¿estás despierta?
̶ Sí, no me puedo dormir.
̶ Yo tampoco ¿Tienes frío? Yo estoy tiritando.
Poco a poco se ilumina un rincón a la derecha del escenario. Carlos y Aurora se encuentran de pie, con sus camisones reducidos y su ropa interior bien visible. Carlos apoya su muleta en el suelo con su brazo izquierdo. A su derecha, Aurora trata de taparse lo que puede. Se encuentran al otro lado de un mostrador. Encima, un luminoso que pone “POLICIA”. El reloj marca las 8:05 a.m. Aurora mira a Carlos y le dice:
̶ ¿Crees que conseguiremos algo? Yo no estoy tan segura. Nos van a tomar por locos. Expuestos a que nos detengan por escándalo público. Y vamos a salir en la tele sin remedio, y con estas pintas. Caray, Carlos, no sé, no sé..
̶ No te preocupes. Hacemos lo que debemos. La protesta debe ser mediática. De eso se trata. Además, ya hablamos ayer de lo que hay que decir delante de los micrófonos si vienen a entrevistarnos. Sin mordernos la lengua, ¿vale?
Se miran muy de cerca a los ojos. Ambos sonríen cuando Aurora dice:
̶ Vale. De perdidos, al río. ¡Ah!, que no se nos olvide lo de sugerirle a la Policía que la investigación se llame “El caso del camisón menguante”, ¿te acuerdas? Me haría ilusión.
̶ A mí también.
Se ríen a carcajadas. Aurora se vuelve hacia el público y sacude su mano izquierda al tiempo que abre mucho su boca y sus ojos. Ambos intentan estirar su respectivo camisón.
La luz se va apagando poco a poco. Y al mismo tiempo, Aurora y Carlos, mirándose, se cogen de la mano. El telón va bajando.