Tan ingenioso como incómodo
Lo tenemos siempre ahí, listo para ser utilizado, dispuesto para ejercer su función protectora. A pesar de que siempre lo he considerado un artilugio incómodo y a veces incluso inútil, hay que reconocer que su diseño y funcionamiento es ingenioso.
Como tantas otras cosas que ahora manejamos habitualmente, tiene sus orígenes en China, allá por el siglo IX a.C., si bien bajo la forma de sombrilla o parasol, uso que se extendió ampliamente entre las clases dirigentes y la alta sociedad durante muchos siglos. Hay que esperar a 1823 cuando un químico escocés le empezó a dar su utilidad actual: resguardarse de la lluvia.
Hay que fijarse con detenimiento, para descubrir que la estructura y el mecanismo de este artefacto tiene su complejidad. Se trata de un poste o palo de suficiente grosor y consistencia con uno de sus extremos pegado en el centro geométrico de una pieza de tela o plástico impermeable. Desde ese punto central, salen unas varillas metálicas, en número de 8 habitualmente, de forma radial y equidistantes entre sí, y totalmente adheridas a la pieza de tela o plástico, tanto durante su recorrido, como al final, en el borde de la tela, con un pequeño enganche. En el punto medio de cada uno de estos radios metálicos se articula una nueva varilla que termina, también a modo de pequeña charnela, en un pequeño cilindro hueco lo suficientemente ancho como para contener el bastón principal. Al deslizar el mencionado cilindro desde la parte libre del bastón o empuñadura, hacia el extremo unido a la pieza impermeable, las varillas del cilindro se articulan, todas al unísono, con las que se encuentran adheridas a la tela y ésta se despliega poco a poco, cada vez con mayor tensión, de una forma espectacular y magnífica: el paraguas se ha abierto. Pero si no se mantiene la tensión para mantenerlo así, el artefacto vuelve a su posición natural, es decir, cerrado. Esto supondría al cabo de unos minutos unas contracturas musculares de primer orden en el brazo correspondiente. ¿Cómo entonces mantener el paraguas abierto?: gracias a un tope retráctil situado en el vástago central cerca de la tela impermeable, donde el cilindro queda apoyado manteniendo así la tela desplegada y tensa. Sólo hay que accionar este resorte para que el paraguas vuelva a su posición de reposo.
Con el paso de los tiempos, la ingeniería, la madre de todos los mecanismos que nos rodean, ha contribuido a la aparición de diseños más modernos. El paraguas automático, en el que la presión sobre un botón provoca la instantánea y majestuosa apertura del mismo, o pequeños paraguas para ponerlos en los hombros o tan plegados sobre sí mismos que caben en un bolso de mano.
También la imaginación ha aportado infinitos modelos y diseños para la tela impermeable y para la empuñadura. Para la primera, la variedad de dibujos, estampados y colores es absoluta, incluso la hay transparente. Para la empuñadura, se pueden encontrar de plástico, metal, madera, etc, a veces son verdaderas obras de arte con cabezas de animales, cráneos u otras formas y figuras labradas. Habitualmente la forma es redondeada para una mayor comodidad de quien lo lleva.
A pesar de ser un brillante invento, el paraguas no está exento de problemas. Por ejemplo, a veces alguno de los nueve mecanismos que han de funcionar para que sirva para lo que está inventado, se atasca, o se rompe en el curso de un golpe de aire, es cuando el paraguas se vuelve del revés, como si alguna o algunas de las articulaciones de las varillas de su interior sufrieran un esguince. La situación muchas veces provoca cierta hilaridad, pero lo cierto es que el resultado es desastroso: paraguas roto y mojadura asegurada.
No hay que olvidar que este artilugio sirve para que no se moje quien lo lleva. Cuando además hay otra persona a quien se pretende guarecer de la lluvia, la cosa se complica. Al portador le asalta la continua e intensa preocupación de evitar que su acompañante se moje. Inclina el paraguas, adopta a veces posiciones ciertamente llamativas, se coloca a un lado, al otro, le cede el paso estirando el brazo lo imposible, etc. Lo cierto es que el portador termina siempre más mojado que la compañía (ya hay modelos rectangulares en vez de redondos). Sólo en el caso de verdadera confianza y sobre todo si hay lazos sentimentales de por medio, esas dos personas pueden beneficiarse juntas del uso del paraguas, ofreciendo entonces, a pesar del aguacero, instantáneas incluso de carácter romántico.
Otras preocupaciones: por la calzada transitan otros transeúntes que también llevan este aparato, y hay que cruzarse con ellos y ellas. Por lo tanto, hay que procurar no meterles una varilla en un ojo, o que te la metan a ti. De lo contrario, la caminata puede convertirse en una continua letanía de excusas: “perdone, ¿le he hecho daño?”, “huy, no me he dado ni cuenta”, “es que estos chismes a veces son peligrosos…”. Todo depende de la altura de la persona con quien te cruces, su proximidad, y las prisas que se tengan.
También hay que tener cuidado y detenerse un instante en el momento de entrar en una estancia con el paraguas empapado. ¿Dónde dejarlo?: no en todos los sitios hay paragüero, y cualquier rincón es bueno para dejarlo, eso sí, dejando el correspondiente charco, de mayor o menor extensión. Y no digamos si a alguien se le ocurre abrirlo dentro de la estancia, ya sea mojado o seco. El paraguas lleva detrás de sí leyendas maléficas, y su apertura en el interior de una casa, trae consigo, para algunas culturas, verdadera mala suerte. Si hay alguna persona supersticiosa cerca en ese momento, la bronca está asegurada.
Por último, es un objeto que se pierde con cierta facilidad. Olvidarse de él en un bar, en una tienda, o en el paragüero de la casa de un amigo no es algo infrecuente. No es un artículo especialmente caro, pero esto obliga a tener más de uno en casa, y a tener un trasto más, el consabido paragüero, donde depositarlos. Por eso los jóvenes, presos de continua actividad, con miles de cosas en sus cabezas, rechazan habitualmente su uso. Otra razón de peso es la imposibilidad de usar las dos manos para chatear con el teléfono móvil. Con una capucha les basta.
El paraguas, por tanto, forma parte de la vida cotidiana, e incluso de nuestro acerbo cultural. Aparece con diseños exquisitos en grabados antiguos y en importantes obras pictóricas, sobre todo de la corriente impresionista, o protagoniza joyas cinematográficas, curiosamente la mayoría del género musical. Se asocia a un determinado estilo de vida y de vestir, como el caso del gentleman británico, aunque llamativamente, casi siempre aparece cerrado, colgado del brazo del elegante caballero.
En resumen, el paraguas es un instrumento con un pasado de pompa y boato, con un presente de uso cotidiano, pero también contestado, y con un futuro de amenazada supervivencia dada la lamentable escasez de lluvia que nos acontece por estas latitudes.