GORILAS EN LA NIEBLA

El crisol de África

De nuevo África. Otra vez ese continente que te descoloca, te sorprende, te deprime. África te abofetea para que espabiles, para que recuerdes que está ahí, con todas sus maravillas y con todas sus miserias, para que la disfrutes y la sufras. África te remueve todos los sentidos, que se impregnan de su olor, sus variopintos sabores, su magnífica luz y su ambiente inigualable.

Pocos viajes pueden presumir de la variedad de sensaciones de las disfrutamos en éste. Pocos ofrecen la posibilidad de estar tan cerca de seres de los que nunca te atreverías a estar tan próximo.

 

LA GENEROSA MADRE TIERRA

Los amplios ventanales de nuestro camión, y esas carreteras tan poco asfaltadas, no opusieron apenas resistencia a que la madre tierra africana nos invadiera sobre todo en forma de polvo, su incómodo hijo del que tragamos y respiramos casi a diario una buena cantidad.

La tierra no ofrecía alternativa: había que admirarla en todo su esplendor paisajístico y con todos sus habitantes, sus elefantes deambulando cansinamente, sus leonas agazapadas, sus jirafas devorando copas de árboles, o sus saltarinas gacelas.  Todo ello durante kilómetros y kilómetros de tan polvoriento como espectacular camino.

Hubo más tierra que agua. Aún así, tuvimos una buena ración de lagos y espléndidas cataratas, y, por supuesto con sus correspondientes habitantes (cocodrilos, e hipopótamos) que nos miraban tal vez con algo más que curiosidad.

 

EL HOGAR RODANTE

Cuando se dice “estoy como en mi casa”, es porque se habla de un lugar donde de forma más o menos relajada comes, bebes (…), escuchas música, te echas algún bailecito, hablas de cosas serias y de otras menos serias, en fin, convives de forma civilizada con quienes ocupan la casa.

Durante el viaje, nuestra casa fue un camión con muchas ruedas. En su interior almacenaba todo lo necesario para que durante el trayecto y las necesarias paradas se disfrutara de la mayor comodidad posible. Era como una ciudad plegable donde cada cosa tenía su sitio, en la que de vez en cuando aparecían oquedades y pseudópodos donde se encontraban todo lo necesario para sobrevivir, y sobrevivir bien, por cierto.

En su interior, nuestra casa tenía también de todo. Asientos con espacios ocultos, bodega y como estrella, una zona de esparcimiento donde de forma más o menos ordenada nos turnábamos para descansar, dormir, hacer estiramientos, o como paso intermedio para subir al púlpito exterior, una gozada de terraza-mirador de todas las Áfricas.

Nuestra casa tuvo alguna gotera. Un tubillo por aquí, una enorme pieza por allá, en fin, nada que no pudiera arreglar Joseph, nuestro hombre-para-todo, nuestro Fangio particular, verdadero McGyver revivido.

 

LA FAMILIA Y OTROS ANIMALES.

Parafraseo aquí esta memorable novela de Gerald Durrell porque es obvio que, cuando te encuentras delante de un chimpancé o muy cerca de una familia de gorilas, la sensación de familiaridad brota de inmediato, y ésta se acrecienta con la similitud de gestos y reacciones, con las maneras de manejar las manos y las miradas.

Veníamos buscando esto, y lo encontramos. Mejor dicho, nos lo enseñaron. Detrás de un Ranger, despacio, haciendo equilibrios sobre las lianas, apoyándonos unos en otros. Por fin, el buen señor-guía retira unas plantas…¡¡¡¡ et voilà ¡¡¡ ahí estaban. Toda una familia de gorilas, con el espalda plateada al frente, serio, con cara de pocos amigos, y con pequeñas criaturas haciendo travesuras a su alrededor. ¡¡¡ Toma ya ¡¡¡. Fue como cuando se abre el telón en un teatro. Pasen y vean, señoras y señores, son de verdad, y si no les molestan no muerden. Un golpe de efecto, un espectáculo único tipo documental de la 2, pero sin mando a distancia y sin siesta inminente. Fue emocionante.

No faltó a la cita la fauna africana habitual, con algunas peculiaridades como unos elefantes rampantes y otros danzarines acuáticos. Hay que mencionar en especial el contacto con los rinocerontes. Bueno, contacto como tal no hubo, pero….. Hay que entender que un macho con varias hembras, modo harén, todos tumbaditos, tan a gusto, y que vengan un manojo de guiris a importunarte y a hacerse fotos dándote el culo, pues molesta. El rino metrosexual se levantó y nos miró. Casi se produce la desbandada general. Pero no fue así gracias a nuestro inefable ranger, quien, si bien no daba mucha sensación de seguridad, tranquilizó al personal de tal forma que la visita se saldó sólo con algún leve rasguño.

Para terminar este apartado faunístico, unas palabras sobre la visita a los chimpancés, esos animales que recuerdan a los humanos en general, y a algunos humanos en particular. No debió de gustarles nuestra presencia pues para ahuyentarnos nos tiraros cocos y frutas desde allá donde estaban encaramados, en árboles infinitos. Es un momento que provoca reflexión: así fuimos nosotros. Uhmmmmm……

 

MUZUNGUS & CIA.

Más que los animales salvajes, las picaduras de insectos, o la diarrea del viajero, lo que más riesgo conlleva un viaje de estas características es el propio grupo de viajeros. Dieciséis personas compartiendo y conviviendo durante tanto tiempo, y encima pasando tantísimas horas en un camión, aumenta el riesgo de desavenencias, algún verdadero conflicto, y cosas así, poco agradables.

Creo no equivocarme si digo que desde el primer momento hubo lo que se suele llamar “buen rollo”. De forma espontánea, sin pensarlo apenas, nos propusimos todas y todos que aquello de las personalidades de cada cual no iba a ser un problema durante el viaje. Así fue. Tolerancia exquisita, cuidado en los comentarios, preocupación solidaria por las demás personas, en fin, algo que no debería ser noticia, pero que ya sabemos que en muchas ocasiones no es así.

Es verdad que lo sanitario fue un motivo de conexión; no en vano íbamos unas cuantas personas del gremio, pero también hubo otro punto de encuentro: la cerveza. Dicho así podría parecer que estábamos borrachos todos los días, algo en verdad impensable: nadie puede imaginarse a 12 personas ebrias metidas en un camión dando tumbos por las carreteras africanas. Bueno, ebrias no, pero un poco distendidas, seguro que sí. ¡Ay, si Berlanga levantara la cabeza ¡

Siguiendo con los humanos del viaje, no se puede olvidar a nuestro guía. Personaje fundamental en esta historia, hombre multiusos, con enorme capacidad de improvisación, presto a orientar, ayudar e intentar solucionar problemas o dudas. De inmediato fue el necesario referente del recorrido. Tampoco se arrugó a la hora de emitir opiniones que podrían no ser tan universalmente compartidas. Personalmente se lo agradezco. Me parecen complicados estos momentos desde una posición como la suya.

¿Y qué decir del resto de la tripulación? Sólo se pueden decir alabanzas. Tuvimos una inmensa suerte. Probablemente están acostumbrados a manejarse con estos grupos de guiris, pero eso no es motivo para dejar de quitarse el sombrero (o el gorro de Ombeni) por su simpatía y su inmensa paciencia, además de su buen uso de los productos africanos, con los que nos poníamos como boas.

África también nos enseñó que tiene presente y futuro. La visita a un colegio fue algo impactante, aleccionador, precioso. Lo pasamos de maravilla y quedamos agotados por los bailes que compartimos con la gente menuda y su profesorado. Y nos fuimos llenos de ilusión por ellos.

 

Dejo para el final la parte más triste del viaje. La visita al museo del genocidio de Kigali es sobrecogedora, es cierto, pero también te remueve la conciencia. Estoy leyendo un libro precioso, Ébano de Kapucinski, en el que se relatan no sólo los horrores de esos días en Ruanda, sino que recuerda como se llegó hasta ese punto de crueldad en una sociedad.

 

Y lo más terrible de todo es que nos tuvimos que ir de África. Se puso fin a un viaje inolvidable, pleno de experiencias, visiones, sabores y conocimientos. Un viaje en el que antepasados y contemporáneos convivimos cordialmente.

Gracias África.