Bueno, pues ya estoy aquí, Pierre. Me ha costado encontrarte. Tu nombre y tu apellido son bastante normales, y aquí en el cementerio de Mónaco hay varias personas enterradas con tu misma identidad.

Hoy se cumplen 20 años de aquel día, y me he decidido a venir, algo que llevaba ya mucho tiempo pensando hacerlo, para recordar en voz alta, despojada ya de sentimiento hiriente alguno.

Fueron para mí unos años de convivencia plagados de agresiones e injurias. Tuve dos hijos contigo, algo que, inocente de mí, creí que calmaría tu carácter violento y maltratador. Pero no, a pesar de ello me agredías y me despreciabas continuamente. Los episodios, como recordarás, eran cada vez más frecuentes y tenían mayor violencia. Que si no te dejaba ver alguna de tus casposas películas, que vaya tontería mi trabajo, ese de asistente social en el Centro Hospitalario de Menton, etc. Tuve que acudir en varias ocasiones al Hospital por golpes, arañazos e incluso profundas depresiones, y allí me convencieron, precisamente a mí que intentaba ayudar a tanta gente en este trance, de mi obligación de denunciar ese maltrato a las autoridades. Así lo hice. Por mí y por nuestros hijos.

Probablemente alguien te lo dijo y te enfureciste, o simplemente aquella mañana se te fue la mano. Casi me matas anudando con todas tus fuerzas un paño de cocina alrededor de mi cuello. De hecho, aunque es algo que obviamente en tu inerte estado actual no puedes reconocer, me debiste considerar muerta. Menos mal que Sean (por Connery) y Sophie (por Loren) estaban en la escuela. A propósito, recordarás cómo yo luché a brazo partido por ponerles Marlon y Liz, pero no hubo manera. No insistí ya que me estaba jugando unos cuantos guantazos.

Sabías que con la denuncia, el despliegue policial daría con tu paradero en pocos días. Me imagino que por eso cogiste nuestro coche y saliste a toda velocidad. Tirada en el suelo de la cocina, casi inconsciente, oí como los neumáticos chillaban sobre los adoquines de nuestra calle.

No sé si es algo que ya tenías pensado hacer, o fue una decisión que tomaste en ese momento, pero a primera hora de la tarde, según la investigación, ya estabas dentro del Casino de Monte-Carlo, esperando que abrieran las salas de juego. Conocías bien los pocos kilómetros que separan el Casino de nuestra casa en Menton. Lo frecuentabas durante el horario durante el cual no se exige ir “arreglado”, aunque a esas horas era más difícil ver a alguien famoso; era tu mayor ilusión.

No solías tener suerte en esto del juego. O al menos yo no conocí nunca los resultados de tus visitas al Casino, aunque en algunas ocasiones te gastaste un dinero que precisamente no nos sobraba, y eso enturbiaba aún más nuestra relación. Ignoro a qué jugabas habitualmente, pero el auto del juez dijo que aquel día te vieron jugar a la ruleta, esa que está en la terraza desde la que se ve el maravilloso mar Mediterráneo, y que fuiste acumulando ganancias rápidamente, sereno, ajeno a las miradas y corrillos que se iban formando a tu alrededor. En un momento dado te levantaste y te fuiste.

Según los testigos, llegaste al banco poco antes de que cerraran, y estabas al parecer muy nervioso. Tal vez sentías ya a la policía pisándote los talones. Ingresaste el dinero ganado, casi un millón de euros, en la cuenta que abrimos años atrás a nombre de Sean y Sophie. Quiero que sepas que ese dinero fue la tabla de salvación para nosotros durante la larga baja laboral provocada por tus caricias de aquella mañana en la cocina de nuestra casa.

Todo el mundo sabía, los amigos, la familia, tu fascinación por el glamour de Mónaco y en general de la Costa Azul. Algún año nos acercamos a Cannes para ver el ambiente durante el festival de cine y tú babeabas con los actores y actrices que se dejaban ver por las terrazas del Paseo de la Croisette. Teníamos muchas películas rodadas aquí en Mónaco. Quedé harta de ver una y otra vez a James Bond en sus diferentes versiones, y sobre todo a tu icono cinematográfico, y tal vez sexual, Grace Kelly. Conocías su vida con todo detalle, desde Hollywood a Mónaco, sus ambiciones, sus desencantos, habías (habíamos) visto todas sus películas, criticabas sus devaneos sentimentales, etc. Vamos, la conocías mejor que a mí, sin duda. Y la querías también muchísimo más.

Cuando me dijeron cómo y dónde habías muerto, no me sorprendió. Carretera a La Turbie, la curva en la que en 1982 se salió el coche de la Serenísima Princesa, allí fuiste a empotrar nuestro modesto utilitario contra un árbol para poner fin a tu vida. No se vieron signos de frenada en el asfalto, no parecía que un despiste o la alta velocidad, a la que nunca ibas por cierto, fueran las causas del fatal desenlace. Has de saber que con la noticia, ni una lágrima asomó en mi mejilla. Me sentí aliviada, liberada, y, por qué no decírtelo, aquí al lado, en los lavabos del cementerio, el día de tu entierro, me eché unas risas yo sola, de luto riguroso. El tiempo que duró la investigación fue corto. Habías tenido un accidente o te habías suicidado. Conmigo en el hospital daba igual. Caso cerrado.

Desde entonces, Pierre, tus hijos, los amores de tu vida junto a la Kelly y el cine de aquella época, han crecido sanos y viven su vida. También les gusta mucho el séptimo arte, y cuando vienen a visitarme vemos alguno de los cientos de CD’s que tenemos con películas de cine negro; las de Grace y Bond las tiré a la basura pocos días después de tu muerte. Sophie participa activamente en una asociación de por aquí que promueve la desaparición de la violencia de género. Ninguno de los dos conoce tus maltratos.

Te diré que aún hoy, después de tanto tiempo, tengo algunas dudas sobre lo ocurrido. ¿Qué te empujó a ir al Casino?, podrías haber huido directamente; dejabas una muerta en tu casa. ¿De verdad pensaste en tus hijos antes o después de ganar el millón?, te podrías haber ido con una buena pasta en el bolsillo; o quizá te remordió la conciencia de dejarles desvalidos. ¿Y si no hubieras tenido tanta suerte?, ¿tenías pensado de todos modos suicidarte? ¿Y si la policía hubiera irrumpido en la terraza del Casino o te hubiera parado en la carretera?; afortunadamente esto último no ocurrió, probablemente nos hubiéramos visto de vez en cuando, con la excusa de los hijos o en los tribunales, y en cualquier caso hubiese sido muy doloroso para mí, te lo aseguro.

Bueno Pierre, como ves no te traigo flores, y no he venido con ánimo de limpiar nada, ni tu tumba ni tu recuerdo, aunque esto último, aunque complicado, lo intento borrar todos los días. He rehecho mi vida y ahora me gano la vida como relaciones públicas, no te lo vas a creer, en el Casino de Monte-Carlo. Acompaño todos los días a gente famosa, actores, magnates, la jet de todas las partes del mundo, atiendo sus necesidades, y, en alguna ocasión, con motivo de la inminente bancarrota de algún poderoso, y con la amenaza de tirarse por la terraza de la ruleta, le cuento la historia de un pobre hombre que se suicidó después de haber ganado 1 millón de euros.

Adiós, Pierre. Me alegro que estés ahí, ahí dentro.