La venganza tiene en sí misma rasgos cinematográficos.  Ha de existir un buen guion, un porqué, una razón para vengarse, una trama en la que apoyarse. No hay que olvidar la elección del lugar para llevarla a cabo, la selección de los exteriores o interiores, y por supuesto es imprescindible la producción, con todos los medios, utensilios y efectos especiales o no tan especiales que sean precisos. Y sin duda, alguien que dirija, un brazo ejecutor. Y se supone que actores hay, sin ellos no habría venganza, ni película.

Por tanto, la venganza suele ser algo preparado, premeditado, pensado hasta el último detalle. Mientras se maquina, ya sea de forma individual como grupal, mientras se investiga y se toman decisiones del modo y las formas de llevarla a cabo, la sensación puede llegar incluso a ser placentera. Hay que diseñarla para quien o quienes la reciben, sufran al menos las mismas consecuencias, casi siempre desagradables, que cuando se produjeron los hechos que la precipitaron.  En una buena película, el espectador debe disfrutar al ver como los vengadores o vengadoras se recrean en la preparación del desagravio, del escarmiento, de la necesidad de vengar la muerte o la maltrecha memoria de alguien, o de un colectivo. Y a veces, asiste sobrecogido a la venganza de sí mismo de algún personaje, llegando incluso al suicidio.

El rodaje va deprisa. El estreno se acerca. Hay mucha expectación, pero hay una corriente interna que duda de que el éxito del vengador emocione al espectador. Se multiplican las reuniones, muchas de ellas en secreto, a hurtadillas. Se comenta que las tomas se hacen cada vez más tediosas, hay falta de originalidad, estamos haciendo una peli vulgar, se comenta. Así las cosas, alguien aparece con un nuevo guion bajo el brazo, una variante del primitivo. En él, se propone que la tremenda venganza final pase a ser una revancha. ¿Se podrá cambiar el guion a estas alturas del rodaje?, se preguntan.

Es frecuente observar cómo se confunde revancha y venganza. Es evidente que no tienen nada que ver un concepto con otro. La revancha, tal vez podría considerarse como el grado más “civilizado” de la venganza. El menos violento.

Es cierto que la revancha está muy asociada a los juegos de azar, siempre rodeados de un aire festivo, y con aparato gastronómico de por medio, aunque no sería la primera vez que asisto a una violenta exigencia de revancha, hasta casi llegar a las manos al final de una partida de mus. Lo que verdaderamente la diferencia de la venganza, es el ofrecimiento de revancha por parte de la parte ganadora (muchas veces con un aire falsamente generoso, más bien despectivo hacia la perdedora: ¿queréis la revancha?) otras veces, es una insinuación con un cierto aire, en este caso de inferioridad por parte de la parte perdedora (¿nos daréis la revancha, ¿no?).

También en términos deportivos, la revancha suele estar ahí, como una segunda oportunidad que a veces se contempla con una perspectiva amistosa, y en otras como un enfrentamiento a vida o muerte. Esta segunda oportunidad la suele dar el calendario deportivo y además, aquí no es posible ni la generosidad ni la petición de desquite. Y cuando se enfrentan dos clubes de larga y enconada rivalidad, y ha existido un anterior resultado muy agresivo para alguno de ellos, o ha habido alguna acción controvertida y no digamos si es violenta, algunos aficionados, no pocos, tienen sed de venganza. Es una variante humana deplorable: los energúmenos y descerebrados hinchas ultra en cuyas mentes habita no sólo la venganza deportiva, sino, de paso, la agresión física hacia el rival. A veces, los límites entre venganza y revancha se encuentran muy desdibujados.

El equipo reconsidera la situación una y otra vez. Cada uno desde su profesión, busca una salida honrosa a un proyecto cinematográfico que no les convence. Hay que encontrar una manera de evitar la venganza, esa forma de venganza.  Hay que pensar en esa otra alternativa, la revancha. Y lo más crudo: hay que decírselo al responsable del guion.

Un veterano técnico de sonido pregunta: Pero, ¿no es la venganza algo imparable?

No debería de serlo dadas las terribles consecuencias que ocasiona la mayoría de las veces: consecuencias morales, físicas, laborales, docentes, etc. Las primeras son evidentes, y pueden ser muy graves para la víctima si la forma de vengarse es violenta. Pero no siempre es así. A veces es una especie de “gota malaya” que va socavando la resistencia y la moral de la víctima, comprometiendo su puesto de trabajo (de eso se trata), o su permanencia en un centro educativo (también). En unos casos la jefatura o los mismos empleados, y en otros los propios compañeros de clase, son los actores del conflicto. Si el moving y el bullying son formas de venganza, son remediables.

Casi tiran la toalla. Era imposible plantearse un cambio de guion si el que se tiene delante está en la onda de algo tan absoluto como Perros de paja, Carrie, Sin perdón, o Kill Bill. Esa venganza rabiosa, sangrienta, sorpresiva, sin dar tiempo para nada ni para nadie, parecía ineludible, imparable, hasta necesaria. La depresión se iba adueñando del plató. Pero unos cuantos, los más jóvenes, no se rinden, y tras otra noche en vela, deciden proponer intentarlo. Eso sí, la condición es que debe ser una decisión unánime.

El guionista, con antecedentes violentos, y autor del libro en el que inspira la película, un hombre con muy mal carácter, se entera de las opiniones del equipo y de sus intenciones. Monta en cólera y empieza a enviar mensajes amenazadores de muerte a dirección, realización, producción, cámaras, y responsables de iluminación y sonido; y hasta a la empresa de catering.

Se convoca reunión urgente de todo el equipo, guionista incluido, y comienza a oírse la palabra diálogo. Se trata de convencer al autor, como sea, de la necesidad de buscar una alternativa antes de terminar de rodar la clásica venganza con disparos, Maicena con colorante o jarabe de chocolate, precipicios escalofriantes, zancadillas o Kung Fu’s mortales, etc. Hay que pensar en la posibilidad de que el guion termine en una revancha, una revancha fuerte, dura, con intriga ante el resultado final, con rupturas del alto el fuego, con todos los ingredientes para mantener al espectador tenso, sin pestañear.

Al final, el debate, no siempre sosegado, llega a buen término, con una buena dosis de habilidad diplomática, acopio de paciencia y de cervezas; hubo que hacer concesiones, conseguir plazos… Se hizo, en fin, una reflexión conjunta por la que se concluyó que la venganza, así contemplada en el guion original, impediría que la cinta fuera diferente, innovadora, un film sorpresa de festivales importantes. Hubo acuerdo. La película se estrenó dos meses después. Fue un absoluto fracaso.

El guionista cumplió sus amenazas. Condenado a cadena perpetua, pasa su existencia en un penal de Texas.