Ya sé que es complicado.  Hay mucha precariedad, y, además, una edad avanzada como la mía no favorece precisamente conseguir un empleo. Se antoja casi imposible. 

Pero creo que puedo ser más útil de lo que parece. Tengo una clara ventaja: no necesito un despacho, ni un ordenador, ni un coche de empresa, ni suplemento por transporte, ni siquiera un sueldo. Trabajo gratis. La razón es que no se me ve: soy invisible. Eso sí, no pertenezco a esa variante que lleva colgada una sábana con dos agujeros al nivel de los antiguos ojos. No me gusta. Yo voy con mi transparencia por delante. 

Fallecí ya mayor, y, por tanto, mi experiencia fantasmal es limitada. No voy a negar que al principio me gustaba divertirme. Lo hice en varias ocasiones. Cambiaba de sitio las cosas, y veía cómo se volvían locas las personas vivas que creían haber perdido algo. Después me arrepentía y las dejaba donde estaban. En el fondo soy un fantasma con buen corazón.

Hasta ahora, nunca me he dedicado a meter miedo, la actividad que se espera de mí. Siempre me ha parecido algo muy simplón, estar con el ¡UHHHH! por ahí continuamente. Lo que a mí de verdad me gusta es fisgar. Siempre me ha gustado. Vamos, hacer de 007 pero sin las prebendas de todo tipo que tenía aquel personaje que tanto admiré. No las necesito. El cotilleo es mi arma de trabajo.

Estuve a las órdenes de mi hijo. Más bien estuve a las órdenes de su empresa. Mi misión era espiar a la competencia. Me metía en los consejos de administración, en las reuniones extraoficiales, en las asambleas de trabajadores. Después le dejaba un informe por escrito. Porque yo puedo escribir, claro. Mi hijo lo sabía y me dejaba la estilográfica (mi estilográfica de toda la vida) y un papel, escondidos en un cajón de su mesa. Pero me cansé. Empecé a conocer hasta dónde puede llegar la corrupción, el maltrato o la avaricia. Todo empezó a darme un poco de asco, y me planteé incluso actuar de forma agresiva por mi cuenta. Me autodespedí.

Después estuve en un hospital. La pareja de mi hijo es cirujana y me mandó que fuera al hospital de la competencia, a fisgonear qué técnicas quirúrgicas usaban en determinados casos. Allá que fui. Como en la empresa de mi hijo, de todo vi también, pero, caray,  lo que no soportaba era la sangre. Yo con la sangre me mareo, lo paso fatal, y un día tras otro tenía miedo de que, allí, en medio del quirófano, me desmayara y tirara algo, o interrumpiera una operación. Hubiera sido algo tremendo. Así que escribí a mi nuera que lo dejaba.

Total, que, ahora mismo, soy un fantasma en paro. Y la cuestión es que me apetece seguir currando. En lo mío, por supuesto: cotillear.

El otro día coincidí con un amigo que comparte mi naturaleza translúcida. Le pregunté que si sabía de alguna ocupación en la que pudiera invertir mi tiempo infinito. Me ofreció que le acompañara en su trabajo: una atracción de feria ambulante. Se lo pasa de miedo, nunca mejor dicho. Provoca pánico sobre todo entre la gente menuda, apareciendo de repente en cualquier sitio. Todo un clásico, con su sábana, sus agujeros-ojos, su ¡HUUUUU! Su jefe lo sabe todo y lo acepta de buen grado. Se ahorra una pasta, claro. Me dijo que dos fantasmas meterían aún más miedo que uno sólo. Me animó incluso a que, si no quería sábana, me pusiera por encima un disfraz de bruja, o de dinosaurio. Le respondí que a mí no me gustaba esa forma de comunicarme con los vivos, que prefería estar en la sombra, y curiosear. 

Por otra parte, descubrí que este amigo es un erudito en los temas fantasmales. Lo sabe todo. Y me insistió en que podríamos aprovecharnos de nuestra peculiar naturaleza incorpórea, inalterable e indeleble, tanto si nos situamos en pasado como en el futuro. Y me dejó alucinado cuando me contó que él había logrado hace años volver al pasado. De fantasma, claro. Pero algo pasó, y tuvo que volver. Y ya no lo ha intentado más. No le pregunté detalles. Me pareció algo muy personal. 

Pero esas palabras, pasado y futuro me provocaron gran inquietud. ¿Por qué no? Yo sé que en mi “profesión” soy bueno. Sé lo que hago y lo hago bien, soy discreto, doy informes detallados, y nadie, salvo mis “contratantes”, ha sospechado hasta ahora de mi carácter fantasmal. Y probablemente podría ser útil tanto en el pasado como en el tiempo que ha de venir. 

Si miro y pienso hacia atrás se me ocurren muchas fechas, situaciones, momentos decisivos en los que un cambio de estrategia, una información que no llega a tiempo, o un aviso precoz, se hubieran seguido de consecuencias diferentes a las que tuvieron lugar. Tal o cual cosa no hubiera ocurrido. Esto o aquello hubiera sido diferente…o igual. O incluso mejor. La pregunta es ¿podría yo favorecer o provocar esos decisivos cambios? La verdad es que la historia me apasiona, y cambiarla era una terrible tentación. Pero de inmediato pensé en mí mismo como demasiado atrevido, presuntuoso, prepotente, incluso peligroso, en fin, un montón de calificativos que hacen que haya descartado esa posibilidad. Fuera. Nada de trabajar en el pasado.

Pero ¿y el futuro? No estaría nada mal conocer en directo cómo quedará nuestro pobre planeta después de nuestro empeño en destruirlo, de invertir en armas y no en árboles, de ignorar e incluso favorecer la desigualdad entre las personas y entre los pueblos. No estaría mal ejercer de espía en el tiempo venidero para saber qué aspecto tiene el sendero que estamos trazando, y dónde y cómo termina ese camino.  Mucho me temo que el informe podría ser terrorífico y no daría opción a la tibieza: hay que poner ya, ahora mismo, los medios para proteger y salvar al planeta y a sus habitantes. 

Pues me gusta. Y desde aquí anuncio que me ofrezco para recabar esa información. Una vez conocido el desastre, sería más fácil evitarlo, ¿no?

Un fantasma fisgando en el futuro. No suena nada mal.