Todo preparado. El ambiente, tenso. Se palpa la inseguridad en el resultado final. Desde hace muchos años no están las cosas tan igualadas. Las encuestas lo auguran. Quien gane, lo hará por la mínima y en el último minuto. ¡Canasta sobre el pitido final! ¡And the Oscar goes toooooooo……!
Las mesas bien colocadas y señalizadas desde el exterior. Las papeletas ordenadas, sin que falte las de ningún partido. Las personas que componen cada mesa, resignadas a lo que se les viene encima: muuuuchas horas, aburrimiento, cansancio.
– Hola, soy Fulanita, me ha tocado ser presidenta, ¡uf!
– Yo soy Menganito, vocal. Vaya tostón que nos espera, ¿no?
– Pues a mí, fíjense, me hace hasta ilusión. Soy la otra vocal, y son mis primeras elecciones. No será para tanto. Ya verán cómo se pasará enseguida, digo yo. ¡Animo!

Las personas apoderadas y observadoras de las diferentes formaciones manejan otras preocupaciones como pueden. Son puro nervio. Con el móvil cargado al 100%, en permanente conexión con el exterior.
– ¿Cómo es posible que en este colegio haya un Wifi tan pobre? ¡Vaya mierda de señal!
– A ver, necesito un poco de espacio en la mesa para ir apuntando a las personas que vayan votando.

Y la urna. Verdadero depósito de la voluntad del pueblo. Sin duda, el artilugio más democrático del mercado. Barato y con un diseño sencillo. Traga con todo, y respeta todo. Da igual una papeleta estándar, un papel en blanco, o con dibujitos más o menos obscenos, o textos que suelen expresar que a esa persona el acto de votar le importa un pepino. Da igual quien vote si lo hace libremente. Pero sólo acepta la voluntad popular.  Es para lo que sirve. Nada más y nada menos. Se la echa de menos ante ciertas alternativas y disputas que se plantea la población frecuentemente. Es la que debe decidir, sin duda.

Las puertas se abren y…. ¡se alza el telón!.
Seguramente de cada mesa electoral saldría una tesis doctoral en Sociología. Gente de toda edad, sexo y condición se acercan con un convencimiento:
– ¡Para algo valdrá todo este montaje¡
– Luego nos quejaremos, pero tendremos menos razón si no hemos votado antes.
Algún político conocido, alguna actriz con cierta fama, algún futbolista, en fin, lo de siempre, se acercan rodeándose de su corte de cámaras y micrófonos. Otras personas acuden con una bandera arrollada a la cintura, o canturreando himnos, o canciones de indudable, y, a veces, rancio significado político, o haciendo la señal de la victoria, o con el puño en alto, unas con gesto ilusionado, otras personas como si las estuvieran obligando. El acto también desata otras pasiones. Algún insulto, o algún abrazo a las personas representantes de los partidos.
– Que tengo una pensión de 500 euros y no llego a fin de mes, ¿van a hacer algo, sinvergüenzas?
– ¡A por ellos, que son unos impresentables!

La votación se desarrolla sin mayores problemas. Las horas van cayendo y la urna se llena. La participación parece que va a ser multitudinaria.
– ¿Hay más? Lo mismo vota tanta gente que hay que poner otra. A ver, por favor, ¿alguien del colegio puede asegurar que hay más urnas y dónde están?
– Deje que llame a enterarme.
– Sí, me dicen que se han comprado varias urnas más para cada colegio electoral. Son nuevas, fabricadas en China, muy chulas y muy seguras. Ah, les comunico que yo voy a votar ahora, y luego ya me voy a mi casa. Para que lo sepan.
– ¿Seguras? Qué más dará. Aquí estamos unos cuantos pringaos y pringás que no nos vamos a mover de la mesa. No la van a disparar un tiro ni la van a robar, se lo aseguro. Ande, por favor, traiga una y la dejamos aquí al lado por si acaso.
Pasan las horas y el depósito transparente y democrático está a reventar. Los sobres se apiñan, se arrugan, y ya cuesta lo suyo introducir otro más.
– Vamos a poner la otra si os parece bien. Ésta la cerramos bien, la dejamos ahí, cerquita, y abrimos la nueva, la china.
– Está con la tapadera quitada.
– Pues hala, la cerramos y la ponemos en la mesa.
¡Clic + bip! Apenas imperceptibles, pero algunas personas fruncieron el ceño cuando los oyeron.
La nueva también se llena a buen ritmo. Otro sobre, y otro, y otro. Se comunica oficialmente que la participación está siendo de récord.

Y llegó por fin la hora. ¡Se acabó! ¡Game over!
– Empezamos por la primera urna, ¿os parece?

Comienza el recuento

En pleno frenesí, con los representantes de los partidos volcados literalmente encima de la mesa, apuntando frenéticamente el sentido de cada voto, llegan los primeros resultados: IGUALDAD TOTAL. Las aplicaciones para móviles que aventuran los posibles pactos postelectorales echan humo. Se pide más gente; tienen que estar en permanente contacto con sus sedes. Cada voto es vital. Las caras van palideciendo, muy lejos del rubor inicial. Hay esperanza en la victoria, pero también miedo a la derrota, aunque, ¿les preocupa lo que supone para el país que ganen LOS OTROS? Quien sabe. Caminan de aquí para allá, móvil, quizá móviles, en ristre, haciendo ademanes con lo que les queda libre, rascándose la cabeza, hablando alto.

Presidente y vocales continúan con su mecánico trabajo, cantando casi ildefonsamente el voto.
– Listo, traed la nueva por favor. ¿Cómo va la cosa, señoras y señores?
– IGUALES. Aquí y en el resto del país, incluso en Canarias. No hay manera de formar gobierno.
Algunas asienten, otros menean la cabeza como no entendiendo nada o meneando los labios como si estuvieran rezando un Padrenuestro. Un sudor frío inunda toda la estancia.
– Una cosa, ¿sabéis que la necesidad de una segunda urna ha ocurrido en media España? Y todos la miran con angustia. Los chinos van a hacer negocio. En ellas reside el secreto del resultado final.
– ¡Socorrooooooooooo, no puedo abrir la tapa!.
– ¿Cómo? A ver, déjame a mí, se habrá encasquillado. Como es nueva, habrá que forzarla un poco.
– Alguien habla por el móvil, con cara desencajada, casi gritando. Pero, ¿qué me estás contando? Dime que es una broma, por favor. ¿Oye? Esto se corta. Estoy casi sin cobertura.
– ¿Pasa algo?
– Me dicen que en todos los sitios en los que ha habido que recurrir a otra urna pasa lo mismo, que no la pueden abrir; y que todas las que se compraron las distribuyeron directamente las tiendas de chinos más cercanas a los colegios, cerradas a estas horas, claro está.
– ¡Pumba! ¡Catacrock! Esto hay que abrirlo. A ver si con algunos golpes, o tirándola al suelo…. ¡Cataplum!
– Oiga, señor apoderado, cálmese, esto no se soluciona a golpes. Señora, pero ¿qué hace usted? ¿se ha vuelto loca?
– ¿Algún problema, eh? Una apoderada, encima de la urna dándole patadas ¡Toma ya, urna cabrona! Miren, nos tenemos que ir. Los móviles comunican o no funcionan, no hay Wifi, estoy hasta los mismísimos de estar aquí, y ya no aguanto más. En la Sede necesitan saber el resultado final. Se tiran de los pelos. 
La mayoría de las personas presentes asienten, hay que solucionar esto cuanto antes. Alguien hace un nuevo intento con las manos y ¡boing!, es despedido hacia atrás, víctima de lo que parece una descarga eléctrica.
– ¿Está bien? Caray, con razón alguien dijo que eran muy seguras. Son como un búnker, piensa alguien sin que se le note lo más mínimo una malvada sonrisa.
– Vivo aquí al lado y me voy a traer mi escopeta de dos cañones.
– Y yo a cinco minutos en coche, y le cojo el hacha a mi marido que se la trajo del pueblo el otro día. ¡Vamos!

La situación está empezando a tener caracteres almodovarianos. Mientras, la urna, en el suelo, permanece inalterable, intacta, sin rasguños a pesar de haber sido pateada, acuchillada su tapa por si cedía, insultada, amenazada con ser tiroteada o ejecutada. Ella, la depositaria de la voluntad popular, transparente, tolerante, va a ser bombardeada, destruida por sus propios representantes.
– Por fin alguien dice algo coherente. Hay que buscar las cajas en las que llegaron hasta aquí. A lo mejor llevan instrucciones. ¿Alguien sabe dónde pueden estar? ¿Seguimos sin saber qué se está haciendo en otros sitios? ¿Seguimos sin cobertura?
Nada, estamos aislados.
No pasa ni medio minuto cuando aparece por la puerta una caja de embalaje. Parece acercarse sola, suspendida en el aire, si no fuera porque dos pequeños pies con sandalias asoman por debajo de ella. La trae una niña. Plas, plas, plas. La gente aplaude con ganas. Nadie pregunta de dónde han salido, ni la caja, ni la niña.
– ¡Ohhhhhh, brrrrrr, pero si vienen en chino! Si me lo dicen esta mañana, no me lo creo, es más me pongo malo y no vengo. ¡Esto es LA MONDA! ¡Sólo falta un terremoto, o un tsunami! 
Nadie sabe chino. En aquel papel, ni un número reconocible. Un desastre. Se vuelven a oír las voces que propugnan el uso de un martillo, un cóctel Molotov. No se puede esperar al día siguiente como alguien propone. La imagen de cara a la población sería pésima, y no se está para bromas, y menos en las sedes de los partidos. Aquello hay que descifrarlo, traducirlo SÍ o SÍ.
– ¡Mirad, por favor! Allí, en un rincón, inmóvil, sonriente, la pequeña de la caja tiene el dedo índice de su mano derecha discretamente levantado. Ella, la de los rasgos orientales inconfundibles, pero no reparados por nadie. Ven aquí, guapetona, ¿sabes que dice aquí?
– Clalo, soy china.
– ¡Guaaaaaaauuuuuu¡ Aunque por una sola vez, y sin que sirva como precedente, gentes de muy distinta opinión política se abrazaron por unos segundos. Por poco asfixian a la pequeña.
– Aquí pone que hay que bajalse una aplicación que se llama OPENBOX, y que ella detectalá la situación de la caja. Luego hay que seguil las instlucciones, que vienen en inglés. ¿Necesitan que se las tladuzca, señoles?
– Ejem, eh…, bueno….., no creo que haga falta bonita.

La calma vuelve poco a poco. Ya hay cobertura, Wifi también. Los resultados reparten victorias y derrotas. Las gentes víctimas de aquella terrible experiencia salen algunas dando vítores, otras golpeando las puertas. Se nota que la normalidad ha vuelto. Las urnas chinas y una pequeña y desconocida oriental han decidido.