Dirigido a los directores de los programas informativos de televisión

Todos los días igual. Las noticias de cualquier cadena de televisión se abren con la última hora de la pandemia. Es una forma de anclar a la gente en sus asientos o sofás y, sin pestañear, tragarse las últimas novedades. No sé si ustedes reparan que, además de la información, reciben otro tipo de mensaje, tal vez no tan explícito, pero con evidentes consecuencias perjudiciales para su salud mental.

Para abrir boca, allá van unos cuantos récords. Récords mundiales, nacionales, autonómicos, municipales y dentro de poco, récords de la calle o del bloqueo de la calle en que vivimos. ¿De qué récords estamos hablando?:

  • De infectados. De Lugo a Almería, de Huesca a Badajoz. Comarcas atrincheradas, pueblos enjaulados, y hasta barrios, segregados sin sentido de sus contiguos vecinos. Siempre hay una parada en Madrid, la bomba viral. Al menos, parece que se va entrando en razón, y no se habla de enfermos, sino de infectados (positivos), aunque ante la ausencia de una información clara y repetitiva, hay mucha gente que los sigue identificando, lo cual lleva a una gran confusión y más miedo.
  • Y de muertos. Récords de muertos desde el principio de la pandemia, desde que está la segunda ola, desde hace 14 días, muertos acumulados que no se sabe bien desde cuándo ni dónde se acumulan, desde hace una semana, desde el día anterior, en fin, que queda poco para retransmitir en directo, uno a uno, los decesos que desgraciadamente se producen aquí y allá. Son cifras de escalofrío, y esto, señoras y señores directivos, sobrecoge, y, día tras día arrojadas a las cabezas de la gente, ocasionan mucho miedo.
  • Y para colmo, no se dan cifras de personas recuperadas o curadas, como se hacía al principio. ¿Ya no se recupera nadie? ¿Ya no sale nadie de ninguna UCI entre aplausos? Seguro que hay algo noticiable en el lado positivo de la balanza. ¿Es que hay que tener a la ciudadanía tan acobardada y estupefacta?

En todo este chorro interminable de números, los noticieros echan un buen rato, ya que muchas veces, no se ciñen a nuestro país, sino que se extienden a Europa y a otros continentes, aunque sea de un interés relativo para quienes escuchamos. ¿A cuántas personas, ya bien teleamedrentadas con lo que pasa en su ciudad, creen que les puede interesar cuántos muertos lleva Brasil? ¿O si Finlandia ha batido el récord de fallecimientos diarios desde marzo? Casi suena a morbo informativo.

Suelen ustedes adornar este parte de lesiones con las últimas medidas tomadas por los diferentes gobiernos, autonómicos y nacionales, para contener la infección. Y para mayor despiste y confusión, ninguna coincide, por defecto o por exceso, según opinión, con las que se toman, se están tomando o se amenaza con tomar, en nuestra comunidad en relación a otras, o en nuestro país respecto a nuestros vecinos. Es cierto que es difícil compararnos con Indonesia, y que España es muy diversa, y que cada español o española ha aprobado con nota un curso por ZOOM sobre Epidemiología y Salud Pública en los últimos meses, pero un mínimo de uniformidad no vendría mal. Y, por último, nunca falta la OMS, siempre pesimista y agorera.

A continuación, las telenoticias gastan una buena cantidad de minutos en ruedas de prensa y declaraciones de la clase política. Y día tras día, aparecen las amenazas, lanzamiento de torpedos y cuchillos, y otros objetos más o menos virtuales arrojados en sede parlamentaria, o en sede playera o campera, que cualquier lugar es bueno para poner verde al rival. Ver cómo tras las trágicas cifras pandémicas, la clase política se enzarza en descalificaciones mutuas para defender sus proezas, demostrando ser incapaces de transmitir a la ciudadanía un gramo de seguridad y empatía, es patético. Las personas, ya telecabreadas a estas alturas del telediario, asistimos a la batalla electoral con mucho más miedo y confusión que al principio del espacio terrorífico- informativo.

No falta el capítulo económico.  Sin duda de enorme interés y preocupación, antepuesto en ocasiones a la salud de la población, es otro factor más de agobio, de temor a terminar de perder lo que se logró con mucho esfuerzo. Otro motivo de tristeza, ansiedad e incertidumbre. Como aderezo, la ensalada de letras: los ERTE, el IMV, el BCE, el SEPE, el BCE, etc, salpicada de nuevas declaraciones de dueñas de negocios a punto de cerrar, camareros abocados al paro, ministras y ministros optimistas (lo de juntos podemos ya da risa), asesores, etc. Angustioso.

Y, por fin, llega la traca final. Dedicada en exclusiva para toda la población: es el turno de criminalizar al personal.  El blanco son esas personas insolidarias, irresponsables, esa gentuza adolescente (no nos acordamos, ¿verdad?) que se va de botellón, o de fiesta en un piso, o que se atreven a celebrar un bautizo. No digamos ya si osan manifestarse en contra de algo. ¡Vade retro! Nadie dice que son extremadamente minoritarias, y que, por tanto, no habría porqué pormenorizar sus fechorías de esta manera. Pero hay que educarnos: la letra con sangre entra. A ver si así escarmientan ese 0,0001% de la población, por poner una cifra.

Señores directores de informativos, dense una vuelta por sus barrios, y verán que somos muy obedientes. Que llevamos mascarilla a pesar de que nos agobia, nos entristece y se nos empañan las gafas. Que nos la ponemos incluso las personas que estamos radicalmente en contra de llevarla fuera de los lugares cerrados o muy concurridos. Mostrarnos todos los días cómo estas personas, con mayor o menor grado de inmadurez, no respetan la distancia física supuestamente imprescindible (véase la terraza de enfrente), y decirnos una y otra vez la multa que han tenido que pagar, no sirve de nada. Sólo provoca enfrentamiento, sospecha de tu conciudadano, y mala leche.

Sólo en escasísimas ocasiones, a raíz de alguna declaración que dio alguna pista, alguna cadena comenta las otras razones para que estemos en este punto. Poco se habla de que la sanidad española poseía una pose tremenda, y no estaba tan bien como nos creíamos. Que nos pilló el bicho con unas cifras de camas, UCI’s y personal sanitario del furgón de cola europeo. Que nos pilló con una Atención Primaria agonizante y con unas residencias de personas mayores abandonadas.

Que, de esto, de la COVID, no tiene la culpa mi vecino de 18 años, que le gusta el botellón más que a mí escribir, y a quien lo que hay que hacer es tratar convencerle de que se cuide y que cuide a los demás. Que de esto no tiene la culpa quien va sin mascarilla cuando está en la playa o en el campo, allí donde corre el aire y no está como en el metro. Que, de esto, de la COVID, no tienen la culpa los pequeños que acuden al colegio resignados a llevar un pedazo de tela en la boca. Hasta dicen algunos peques que es mejor llevar eso que morirse. ¿Hasta dónde hemos llegado?

La clase política está también muerta de miedo. No en vano con la pandemia se juegan el puesto de trabajo. Y los gobiernos se la juegan todos los días adoptando decisiones que rozan el atentado contra las libertades y los derechos sociales, o que directamente las comprometen, pero de las que no pueden en muchas ocasiones dar marcha atrás. Están agobiados porque han hecho muchas cosas mal, o no han hecho lo que tenían que hacer. De este cague político tampoco tenemos la culpa la población. Me recuerda el mantra de “la derecha ha ganado porque la izquierda no ha votado”. Siempre se termina echando la culpa a la ciudadanía. ¿No será que la oferta no era la esperada? ¿No será, ahora en tiempos de COVID, que se han dedicado más a hacer política que a hacer salud?

Señores de las cadenas de TV, las gentes telehartas les pedimos que restrinjan el miedo. En su mano está no ofrecernos tanto número, ni tanta pelea de gallos. Dennos un margen, un alivio. Díganlo de otra manera. No inoculen tantas dosis de terror a la población.  Sí, hay que vender, hay que tener una cuota de share superior a la de la cadena rival, pero recapaciten sobre el daño que ocasionan a una población con el pensamiento maltrecho.

Córtense un poco, por favor, aunque ya sé que no me harán caso, y que, una vez desparramadas las cotidianas cifras, y crucificados unos cuantos jóvenes y algún que otro inconsciente (ciudadano o gobierno), seguirán con lo de todos los días: Trump, el coletas y Messi.

Como decía Mafalda en una ocasión: “Debiera haber un día en la semana en que los informativos nos engañaran un poco dando buenas noticias”. Gracias Quino.