A los pocos días de comenzar esta angustiosa situación, ya se empezó a manejar esta posibilidad. Como este virus indeseable, hipócrita y cruel está castigando a todo el mundo, sin distinguir ni respetar clase social (con matices), mentalidad política, ni tampoco, como ahora se está comprobando, la edad de la persona contagiada, esta “socialización” de la epidemia sería la gran ocasión para lograr dos cosas: una, la lógica unión o al menos acuerdo más allá de las creencias y desviaciones socio-políticas en aras a aunar fuerzas para vencer cuanto antes al virus, y, por otra parte, tratar de que la epidemia tenga las mejores consecuencias posibles, es decir, que los terremotos sanitario y económico traigan debajo del brazo otra manera de entender las cosas, un antes y un después en prácticamente todos los ámbitos: sanitario, económico, laboral, medioambiental, y, al final, en nuestra propia manera de vivir.

¿Vamos por el buen camino? ¿Es posible que estos continuos llamamientos a la unidad y a la construcción de una vida futura más justa, más limpia, y más sana, dibujados en un lienzo o escritos en un folio, tengan igual sentido para todo el mundo en el momento de su interpretación? Pues temo ser pájaro de mal agüero, pero creo que no. Y no hay más que ver la TV, asistir a los debates televisivos, estar un poco al día en las declaraciones, seguir y participar de los comentarios en las redes sociales, leer los periódicos, escuchar a quienes comparten tu trabajo, y, últimamente, hasta entrar en un ascensor o bajar al garaje de tu domicilio. En todos y cada uno de estos ámbitos, salvo excepciones, no se ve un atisbo de unidad, nada de ideas para un futuro diferente. Todo lo contrario. Viejos y nuevos estigmas, invocaciones atávicas y odio, intolerancia e intransigencia. Todo muy viejo, mucho de “lo de siempre” Vamos por un camino ya conocido. Muy mal, ¿no?

La izquierda, mejor dicho, el gobierno central, reconoce fallos. Y me refiero a los obvios, para los que no hay que ser experto o con carnet de aquí, que suele ser signo inequívoco de detentar la máxima experiencia a nivel galáctico. Ha existido tardanza en tomar algunas decisiones, confusión en transmitir órdenes desde un mando único casi inexistente, cobardía ante el papel de la sanidad privada, y algo de soberbia como salida hacia delante cuando se está con el agua al cuello. El gobierno va como puede, proponiendo plazos y soluciones, agobiado y a veces dando una tremenda imagen de soledad. Este susto le ha venido grande, con una sanidad maltrecha y poco dotada, con un gobierno en forma de enorme diana, blanco por todo, por lo hecho y por lo no hecho, y con una economía sin presupuestos.

La derecha ha ido por otro camino. Le preocupa la crisis sanitaria, obviamente, pero sabe que las transferencias realizadas hace muchos años a las CC.AA. la implican directamente. El estado en que el virus ha encontrado a la sanidad pública ha sido lamentable. Aunque, sin duda, la de Madrid se lleva la palma, el resto de las autonomías tampoco se libran de este déficit de recursos de todo tipo, transferidos muchos de ellos a la sanidad privada. Por eso, el PP decidió escurrir el bulto, salirse por la tangente y dedicarse a demoler al gobierno como principal argumento durante la crisis sanitaria, con el objetivo de transformarla en crisis política, y, así, pasito a pasito, hacer tambalear o, si se pone a tiro, derribar al gobierno.

Por eso, el loable intento de un gran acuerdo nacional, de todos los partidos, para recuperar al país del varapalo infeccioso (o tóxico, o lo que sea), lo veo utópico, casi imposible. Como quedar, queda bien, la imagen es excelente. Se busca consenso, unión frente al desastre, pacto con un ojo tapado y medio del otro. Pero ahí la derecha no va a tolerar que un tinte bolivariano-comunista-separatista tapice o condicione ese gran acuerdo. Unos no van a pasar por ahí, y otros van a estar cansados ya de arrojar toallas, y menos en los asuntos socio-laborales que son su plato fuerte, y su actual competencia. Me llego a plantear si es necesario ese gran acuerdo, o lo que hay que hacer es gobernar, con todas las consecuencias.

Este obsesivo canto a la unidad proviene sólo de una parte del arco parlamentario, en forma de lealtad ante el desastre nacional, sanitario, social y económico, apoyo a la gestión con las legítimas críticas, a ser posible constructivas, y posponer para después el debate sobre la bondad o maldad de la misma. La oposición no deja nada para después, hay que desgastar al máximo al gobierno, con sus obligadas críticas, pero olvidándose de la nefasta gestión de algunas de las CC.AA. que gobierna. Visto así, poco podemos esperar de la política para ir como un bloque, para vencer al virus y recuperar al país del lamentable estado en que le va a dejar este mal bicho. Seguimos por mal camino.

¿Y qué pasa con la población? Una importante parte de la misma está indignada por esta continua batalla. Su desafección hacia la clase política dibuja una curva que se yergue hacia las nubes, muy lejos de un pico ni de una meseta, términos ahora de plena actualidad. Quieren acuerdos ante la adversidad, un respetuoso recuerdo para sus muertos, sin que sean la excusa para mantener o aumentar el conflicto político, y un proyecto común de cara al futuro. Y se frustran, no me extraña, al ver el panorama. Muchas, muchísimas, se embarcan en apuestas solidarias, o se organizan en redes vecinales de apoyo, sin fijarse de qué pie cojea esta persona o aquella, sin ayuda exterior, sin aviones llegados desde China. Ejercen su crítica, por supuesto, de acuerdo a sus ideas políticas, por supuesto, pero ante todo quieren que esto se acabe lo antes posible, y luego será el momento de exigir responsabilidades, a la izquierda y a la derecha.

Pero también hay población que asume las formas políticas, y se dedica a debatir violentamente, olvidando la buena educación y el respeto, sobre tal o cual medida, sobre tal o cual noticia, muchas de ellas no contrastadas. Les da igual. En especial, y siguiendo a la derecha política, se ciñen en proponer dimisiones, repartir leña y alimentar el fuego de las redes donde se sacrifique al gobierno social-comunista. Claro, la respuesta está servida desde quienes se acuerdan, por ejemplo, de las consecuencias de considerar a la sanidad como un negocio. Hay colas interminables para arrogarse el tradicional papel de ser el referente-ignorante para cualquier tema: epidemiológico, asistencial, jurídico, etc. Este rasgo de nuestra sociedad se apoya lamentablemente en unos medios y en unas personas que lejos de informar, o de expresar una respetable opinión, actúan día tras día detrás de periódicos, redes sociales o delante de las cámaras con el evidente y único ánimo de crear y transmitir confusión y odio.

Y llegan las 8, y aplaudimos. Probablemente el gesto que salva, al menos en imagen, esta evidente desunión y caos frente al virus. A este homenaje se apunta gente muy diversa, perteneciente a ambos grupos, y que quieren aplaudir… ¿a quién? ¿A sus mal llamados héroes? ¿A la sanidad pública? Veamos. Los héroes y las heroínas no tienen miedo por definición. Pero nuestro personal sanitario sí. Son profesionales, que hacen su trabajo lo mejor que saben y pueden, muchas veces a pesar de nadar en contra de una precariedad manifiesta e intolerable, ahora y desde hace mucho tiempo, asumiendo su imposibilidad de dar una mejor asistencia, presa de recortes e intereses comerciales. Es mejor llamarles así. No les gusta mucho lo de héroes. En las ventanas les demostramos nuestro apoyo y nuestra solidaridad. Está muy bien.

Lo de aplaudir a la sanidad pública es otro tema. Sí fuera así, habría que ir pensando en el post-COVID19, en cómo exigir lo obvio: una revulsión de la gestión de la sanidad pública del país. No sólo en términos de recursos, algo totalmente imprescindible, sino también en su PRESENCIA ABSOLUTAMENTE PRIORITARIA en los posibles acuerdos y decisiones del día de después. Hay que dar la vuelta al calcetín y pensar y trabajar de otra manera en la sanidad pública. Pero ¿alguien se imagina al PP mutando su ADN privatizador en la Comunidad de Madrid? Es un ejemplo. Las mentalidades cerradas, las convicciones políticas autocomplacientes, son impermeables a cualquier cambio. Ni se lo plantean. En la clase política y en la población en general.

Por tanto, no sé si la gente que se precipita hacia ventanas y balcones repara en el futuro de la sanidad pública, o sólo homenajea a aquellas personas que pelean para que el familiar del vecino del 4ºB aguante pegado a un respirador en una UCI. Porque si de lo que se trata es de un cambio definitivo y fundamental por el modelo sanitario público, es posible que nos encontremos serias discrepancias de opinión en el balcón de al lado, o en el de más allá.

Reconozco que estoy cada vez más harto de estadísticas, de número de fallecimientos, de la curva, del pico, y de las tendencias. De comparecencias, de ruedas de prensa, de militares en la tele, en mi tele, de lanzadores y lanzadoras de piedras contra el carro gubernamental, piedras vacías de mensaje, de bulos, de amnesia. Necesito que se hable ya de un futuro lleno de previsión, de soluciones y de cambios, basado en lo público. Un futuro en el que la atención primaria sea considerada y tratada como el pilar fundamental de nuestra sanidad pública, depositaria de unos presupuestos por una vez justos. Un futuro con una digna y justa protección para las personas mayores. Un futuro que vea los cielos limpios como ahora, y no escondidos tras la tradicional y asquerosa humareda de la polución. Un futuro en el que el vuelco solidario de estos días hacia las familias más desfavorecidas no sea flor de un día. Una reincidente recuperación económica que no sufraguemos los de siempre. Un inmediato acopio de EPI’s útiles y respiradores Made in Spain, por si a este gilipuertas se le ocurre volver.

Todo el mundo asegura que la pandemia supondrá un radical cambio en nuestras vidas. Desde mi poquísima confianza en que esto se haga realidad, he de aferrarme a mi empeño optimista para creer que esa vida post-COVID 19 va a ser mejor. No hay que olvidar que tenemos y tendremos nuevamente la oportunidad de presionar a la clase política, influyendo decisivamente en los caminos a recorrer para lograr ese “después”, mejor que el “antes”. Porque si no, para seguir igual, o peor, este bicho se podía haber quedado en el murciélago o en el laboratorio de Wuhan.

Si ese cambio se produce, o al menos se atisba su inicio de una manera firme y decidida, podremos decir dentro de un tiempo que hubo una terrible época, en la cual no tanto la unidad, sino la solidaridad entre las gentes, la apuesta política por lo público, y la conciencia colectiva de un imprescindible reparto de la riqueza, logró cambiar los aspectos de nuestra vida que nos perjudicaban, que nos hacían la vida más injusta y menos sana. Y entonces diremos que la oportunidad que nos brindó el maldito COVID-19 fue aprovechada.