Había muchas ganas, no hay duda, en medio del desconcierto viral que nos rodea y que no cesa. A pesar de las restricciones, pesaba más el relax que supone el mar y estar con buenos amigos. Días intensos y placenteros, con pocas previsiones, las justas, sólo alteradas, y en pequeña dosis, por un coche malsonante y una espalda perjudicada. Días para disfrutar, de los que voy a intentar hacer un pequeño resumen.

El mar, la playa, y algunas cosas más

Era lo que buscábamos: otro horizonte, ese donde se funden las gaviotas y los habitantes marinos. Y ahí estuvo diariamente, sin tregua, sin compasión. La mar, compasiva, coloreada según quien la viera, como una balsa de aceite. Nos esperaba después del baño, lista para acoger nuestras posaderas y ser una espectadora de excepción de naipes y tomates. Siempre estaba allí, inasequible al desaliento, a pesar del molesto y continuo traslado, esclava de la sombra y del sol. Víctima de nuestro peso y de las piedras escondidas, ha llevado con orgullo su tercer, tal vez cuarta edad.  Nadie sabe hasta donde puede llegar una mesa plegable. Una sobrina suya, de huesos flacos y endebles sucumbió un día a mis cervezas, y se dobló como un junco, engrosando el cementerio playero junto a una tumbona politraumatizada. En este punto, he de agradecer a Neptuno y a Poseidón la deferencia hacia mi escalofrío. La temperatura marina no hizo necesario el uso del traje de neopreno que las malas lenguas amigas pronosticaban que iba a exhibir. Gracias dioses majetes.

Para ver y oír estrellas

Habitualmente, las estrellas son para verlas. Están ahí, suspendidas, recién despegadas de un álbum infantil, se agrupan en figuras animales o humanas, objetos, etc., fruto de la imaginación, el mito o la ciencia. Todo, bien ensamblado y coherente nos mostró el cielo, repanchingados en unas hamacas al borde del mar, pero sobre todo las frescas alturas del Torcal. Allí, bajo las mantas, y sorprendidos por algún escalofrío, asistimos a toda una clase de astronomía, divertida y didáctica, con un inquietante final ante un fuego forestal cercano. Hay otras estrellas que además de verse, se oyen. Tienen ese buen gusto. Se plantan en un escenario, y apabullan al personal con la calidad de su música, su profesionalidad y su empatía. Como nos temíamos, Ara Malikian nos ofreció una buena dosis de todo esto, codo con codo con la jet marbellí. Una estrella en toda la regla.

Chupadeos de aquí y de allá

Este término, con más o menos una “d”, era desconocido para mí, aunque su significado es fácilmente identificable con algo comestible, tan rico, que provoca que tras embadurne digital correspondiente, haga que sea necesario y gustoso chuparse los dedos. De esas aceitunas Chupadeos tomamos una buena cantidad. Vamos, a tope. Estas delicias son autóctonas malagueñas, y amigas de aperitivo con cervecita fría: una gozada. Pero en ellas no acabó el chupeteo. Aunque sin tanto embadurne, las vacaciones malacitanas nos ofrecieron otros motivos chupadores, como un extraordinario ceviche de nuestra anfitriona, un peligroso Pisco Sour, los simbólicos espetos, y otros manjares de los que dimos cuenta día tras día, sin recortes, ni restricciones, y con buenos caldos acompañantes.

Una excursión a la Axarquía confirmó nuestra condición de personas carpantas empedernidas. Allá donde los viñedos son casi verticales, de vertiginoso trabajo, se extraen unos deliciosos vinos. El coche ya sabe el sinuoso camino a Moclinejo. Y también sabe como vuelve a la costa: lleno de vino y vermut. Además de las gentes del lugar, otras de otras latitudes y longitudes han probado a ejercitar este arte de transformar algo que da la tierra, el agua y el sol, en algo casi teatral, donde la gente exclama “Ohhh” “Uhmmmm” con las caras y gestos acompañantes; toda una clase de expresividad emocional. Eso sí, estas gentes, menos andaluzas, no renuncian a su austeridad, y la cata de sus vinos la haces sin un mísero pico o unos pocos cacahuetes. Son así.

El azar y las risas: una sana combinación

Para terminar, un comentario sobre el vicio menos culto, más desbocado. Absolutamente anárquico en su ubicación, tiempo y circunstancias, sin mesura, el juego de cartas ha encontrado a unas personas que lo han elevado a los altares del vicio, del vicio divertido, compartido y absolutamente irrefrenable. Continental-Pocha-Continental. Este círculo, en efecto, vicioso, ha tapizado de risas y bienestar nuestra estancia en esta tierra. A Carmen, nuestra anfitriona, no le fue demasiado bien. Otra vez será, amiga. Lo hemos pasado para chuparse los deos, bajo y con las estrellas, oteando el mar y con la mejor de las compañías. ¿Qué más se puede pedir? Gracias Málaga. Gracias Algarrobo Costa.