Muchas de las personas con más de 50 años nos acordamos de los discos pequeños o singles, en los que había 2 canciones, una en la cara A y otra en la B. Esta nomenclatura no quería decir que una fuera mejor que la otra. A veces a la cara A se la promocionaba más, o era el adelanto a un posterior LP, pero la calidad solía ser pareja, si no, que se lo digan a Penny Lane o a Come Together, o al mismísimo Yellow Submarine, todas ellas caras B en sus respectivos singles. Pues lo mismo se puede decir de esta excursión/prolongación de un maravilloso recorrido por Sri Lanka, relatado ya en otra entrada del blog https://elperiplo.es/sri-lanka-una-lagrima-con-profundas-huellas/. Efectivamente. Diversas circunstancias nos llevaron a conocer aspectos bien distintos de estas peculiares y preciosas islas del Índico.
Cara A. La sorpresa.
Será difícil de olvidar el traslado desde el aeropuerto-puerto de Malé, la capital, hasta nuestro destino, en otra isla. Noche cerrada, allí metidos en una embarcación rápida, con todos los bártulos, a toda velocidad, dando botes, emitiendo algún chillido que otro, por fin llegamos a Maafushi, lugar distinto, por cierto, al que teníamos anunciado en un principio. Pero estábamos en Maldivas, ¡casi ná!
El suelo de la recepción era de arena de playa. Había que quitarse los zapatos o sandalias para subir a las habitaciones. Este exotismo, que en otras circunstancias hubiera resultado hasta divertido, quedó ensombrecido por la propia oferta del hotel, un establecimiento muy en armonía con las costumbres y creencias de los nativos de la isla. Habitaciones muy justas, deficiente mantenimiento, y una playa enfrente del hotel, con la exigencia de bañarse como si fueras a esquiar. Sé que puedo exagerar, pero a pesar de probar en otro lugar cercano, algo más laxo en costumbres, el sentimiento general era que aquello no era lo que teníamos previsto y no era lo que queríamos. Agradecidos por el trato amable y correcto que en todo momento nos dispensó el personal del hotel, nos fuimos al día siguiente, rumbo a Fun Island, nuestro destino original.
No todas las personas que hicimos esta extensión sabíamos que Maldivas era un país musulmán. Por si se nos había olvidado, después de un par de días en la cara B (que luego comentaré), acordamos pasar nuestra última noche del viaje en Malé, la capital.
Esta ciudad-isla es una locura. Superpoblada (casi 23.000 habitantes por km2), con un diseño de decenas de calles iguales, perpendiculares unas a otras, del tipo del barrio de Salamanca de Madrid o l’Eixample de Barcelona (comparar siempre es un riesgo). Multitud de personas con quienes te cruzas en unas estrechas aceras, el continuo pitido de los miles de tuc-tuc, de coches, motos y gentes. Ni un solo hueco para algo que no sea un pequeño negocio, almacén, o tienda. Es una isla a rebosar. No cabe un alma.
Un poco asombrados y tal vez sobrepasados, alcanzamos la pizzería. El personal se quedó boquiabierto al ver llegar a 9 turistas muertos de hambre dispuestos a dejar vacío el establecimiento. Algo tardones, pero muy amables, nos trajeron de todo, y nos lo comimos todo, eso sí, sin un mililitro de alcohol, pero estaba rico.
Repuestos, emprendimos la vuelta al hotel. Pero hete aquí que nos faltaba la guinda. Se declaró un incendio en algún lugar entre la pizzería y el hotel. Entonces, el ambiente callejero llegó a su cenit. A la aglomeración habitual se añadió el lógico nerviosismo de la situación. Dimos varias vueltas. Ambiente cargadísimo de gentes, calles cortadas, servicios de orden, bomberos, en fin, toda la parafernalia y caos que se monta en estos casos. Pero aquí, al menos eso nos pareció, con mayor dosis de exageración y aparatosidad.
En fin, una experiencia más. Algo más que contar.
Cara B. Lo esperado.
Y estos, ¿de dónde vienen, Marina?
Me han dicho que son españoles
Ya. Me imagino que habrán sido los delfines, que son muy listos. Pero vienen ocho chicas y un chico. Un poco raro, ¿no?
Bueno, parecen buena gente. Son divertidos, hablan mucho, se les ve contentos. Me han dicho que vienen de Maafushi, donde han estado apenas 24 horas. Desde luego aquello no es esto, tú lo sabes, Guillermo. A pesar de que Fun Island no es de lujo, las habitaciones están bien, y en la misma playa, una playa sin restricciones a la vestimenta, y con las puertas de nuestra casa abiertas de par en par, y ahí mismo. Al parecer les gusta el snorkel, así que tendremos visitantes.
¡Anda, mira quien viene, es Greta! A esta gente les puede alucinar ver una mantarraya ahora, por la noche. Fíjate, fíjate, ¡cómo se ponen de contentos! Como locos. ¡Qué cosas tienen los humanos! Seguro que vienen a vernos en más de una ocasión. Habrá que avisar a los primos y a las vecinas para darles un buen recibimiento. ¿Sabes si van a hacer alguna excursión por los alrededores?
Sí, creo que con el chico este, que no me acuerdo en este momento cómo se llama, caray. Ese muy delgado con la cabeza algo grande.
Ya sé quien es. Es muy majete. Sabe bien lo que se hace. Le he visto como reúne con su barca a los delfines para que los turistas los vean bien. Así se forman manadas y a veces pasan por debajo de estas gentes, que alucinan, ¡Ya ves! Unos simples delfines. ¡Ah!, y tiene un numerito preparado con las tortugas. ¿No lo has visto nunca? Mira, el tío para la motora en medio del mar y dice: Aquí viven las tortugas. Los turistas, atónitos e incrédulos, dicen ¿de qué va este? Pero como él a continuación se tira al agua, ellos y ellas no lo dudan, y se lanzan también. Y, en efecto, allí están, nadando, comiendo, haciendo su vida. Él baja al fondo, les hace fotos y video, y luego lo reparte gratis a los visitantes. Vamos, un encanto.
Bueno, yo creo que se lo van a pasar fenomenal. Aquí, en nuestra casa, en la pasarela junto al hotel (vaya chollo, por cierto) estaremos esperándoles. Ellos con sus gafas, tubos, máscaras, aletas, y nosotros con nuestras mejores galas cromáticas, nadando lo mejor que sepamos, juntitos, para que sea más espectacular. En fin, todo para que queden satisfechos de esta isla. Por cierto Guille, amenaza tormenta. Esperemos que el dios Neptuno les ayude.