El Camino de Santiago tiene una prolongación, la que lleva desde la ciudad compostelana hasta Fisterra, ese lugar donde hasta hace bien poco (algo más de 500 años) se situaba el fin de la tierra conocida.  De la mano de un grupo variopinto y bien entrenado hemos recorrido esta distancia a lo largo de 6 días. Este es el resumen de esta experiencia colectiva.

  

Primera etapa. Negreira

Expectación al máximo. Algunos nervios y legañas en los ojos sobre todo si la noche previa no fue tan confortable como se hubiera deseado: camiones que recogen basura, pero no su propia estridencia, personas generosas que de forma inconsciente y sonora comparten su sueño reparador, algún despiste en la higiene dental que confunde la pasta para limpiar dientes con la de pegarlos, o el uso accidental del sofá de recepción por aquello de “no molestar”

Primeros kilómetros y primeros despistes. A ver, hay que seguir la señal buena. Tampoco es bueno atajar por un prado que te puedes intoxicar de zarza. Y primer lesionado que provocó su evacuación a la casilla de llegada.

Paisajes verdes y de otros colores que no sabría decir. Curiosidades entomológicas o botánicas. Unas gentes tienen piernas más largas que otras, o simplemente menos años, y por eso se pierden en la espesura.

En fin, poco en qué pensar salvo los menús de comida y cena que nos ofrece Irene con su santa paciencia.

Mañana será otro día.

 

Segunda etapa. Santa Mariña.

No pudo ser. Mi rodilla fue muy explícita. Déjame descansar, me dijo, no sea que empeore. Y así lo hice.

Poco puedo decir, por tanto, de la etapa de hoy, salvo del lugar de destino. Llegamos, en coche, a través de un tan precioso como estrecho túnel verde, que da a luz al albergue, y a un cementerio algo tétrico con una espléndida iglesia románica.

El lugar, sin duda peculiar, impresiona por estar alejado de todo, al tiempo que no para de recibir gentes variopintas con caras de necesitar un descanso. En efecto, muy peculiar.

¿Qué es un cementerio?, preguntó Oliver. Su mamá, con media sonrisa, me pasó la patata caliente. Es un sitio donde duerme mucha gente, durante mucho tiempo, se me ocurrió contestar.

No hizo falta que el pequeño dijera nada. Su cara fue de un: ¡¡¡Anda ya!!! Y siguió tomando su biberón de leche de la vaca Paca.

Mañana más.

Tercera Etapa. Hospital

Muy contento y animoso, emprendí la marcha en medio de preciosos paisajes e infinitos maizales. Me quedé retrasado haciendo fotos. Al doblar una curva, no podía dar crédito a mis ojos. Las plantas de maíz se estaban colocando de tal manera que obstruían completamente el camino. Se movían. ¿Qué es esto? Estoy soñando, ¿no?, dije en alta voz.

Buenos días, dijo la planta-portavoz en un gallego cerrado. No es un sueño. Nos concentramos aquí, como en millones de sitios, con objeto de presionar a los gobiernos para que defiendan nuestro planeta y su biodiversidad.

Casi me desmayo, pero debía estar ya loco porque le pregunté: ¿y si no hay respuesta? La portavoz no lo dudó ni un instante: inundaremos el Támesis, cubriremos la Plaza Roja y la estatua de la Libertad, atascaremos los aeropuertos.

Me dejaron ir con la promesa de divulgarlo.

Llegué al recóndito albergue entre hórreos centenarios y no dije a nadie nada de lo ocurrido. Pregunté discretamente, y descarté la única causa posible que se me ocurría: los polvos de Pane no estaban pasados de fecha. Parecía sólo cosa mía.

Desperté de la siesta alterado pero aliviado. Había que estirar. Mañana gran etapa. Estaré vigilante, por si acaso….

Cuarta etapa. Muxía.

En cuanto llegue a Madrid, voy a promover una recogida de firmas para que se coloque una valla, tipo jardín vertical, en el primer sitio del camino a Muxía desde donde se ve el mar.  Así se evitarían confianzas infundadas, frustraciones dolorosas y prisas sin fundamentos. Lo cierto es que, desde ese precioso lugar, donde parece que se toca el mar con los dedos, hasta Muxía, donde su olor te invade, los pies sufren de lo lindo. El mar no llega nunca, y la ansiedad te arrebata.

Son los últimos kilómetros de la etapa reina de este camino. La típica etapa-reto. Etapa fotogénica por sus paisajes y sorprendente por sus desniveles. Hasta vimos al padre de todos los hórreos con 24 columnas (me imagino que no se dice así, Bartolomé, ya me corregirás).

Y al final, el mar, por fin. Las leyendas, las piedras, y una cena airosa, abundante y fresquita al pie de un monumento en recuerdo de algo que nunca debió ocurrir.

El sol se marchaba dejando un cielo espectacular, mientras la luna, al otro lado, aparecía limpia y majestuosa. ¡¡¡¡¡Uf, vaya momento!!!!!

Mañana seguiré.

Quinta etapa. Lires.

La resaca de la etapa reina se hizo notar. Costó arrancar y, a pesar de que era corta, tuvo sus inevitables subidas y bajadas.

El camino, precioso, transcurre por el interior hasta la ría de Lires, lugar en plena Costa da Morte.

La verdad es que este término, ganado a pulso por récord absoluto de naufragios, se contradice con la enorme riqueza viva de su costa. En efecto, sus aguas, acusadas de traicioneras, conservan esqueletos navieros, cañones pacíficos y alguna calavera con un parche en una de sus cuencas oculares.

Pero también son poseedoras de una riqueza imponente, exquisitos manjares para disfrutar con algún buen caldo de la tierra.

Y, además, para más vida, real o imaginaria, no hay que olvidar que también en esta costa viven las sirenas, esas grandes seductoras, y que es la casa de Neptuno, de Tritón y de Poseidón. ¡¡Vaya trío!!

En fin, mucha vida en la Costa de la Muerte. Hasta alguna que otra bacteria en la playa. Nos saludaron, pero suelen ser indecisas, y no se quedaron con nadie de quienes estuvimos por allí (que sepamos).

Mañana llegamos a nuestro destino.

Sexta etapa. Fisterra.

Por fin, y al mismo tiempo…¡qué pena!

Llegamos al final. Cierta sensación extraña la de estar en un lugar que fue considerado el fin de la tierra. Es difícil ponerse en el lugar de aquellos hombres y mujeres que creían que después de ese promontorio rocoso no había nada más. Las gaviotas, más sabias sin duda, sabían que no era así.

Traca final.

Para empezar, un día típico de la zona, con niebla, lluvia fina, y verde aún más verde. Fue como entrar en cuadro preparado de antemano. Un cuadro aún más fotogénico que otros días. Una preciosidad más del camino.

Apenas se veía el faro entre tanta nube y tanta gente. La subida, algo interminable como otros tramos, como otros días. No escarmentamos. Rocas desafiantes. Comida rica en marco incomparable.

Los objetos toman decisiones. Y eso fue lo que hicieron las llaves del coche (no solo las de uno). A veces hacen estas cosas para divertirse. Matarile rile rile.

Parecía imposible que al día siguiente amaneciera así de luminoso. Radiante. Lo adecuado para un paseo en barco. Las rocas parecían menos agresivas. Todo muy relajante hasta que empezó la música de los 70. Ahí los VIP nos vinimos arriba. Nuestros trinos inundaron la barca y despertaron amables sonrisas. Oli nos miraba atónito. No era de extrañar.  Lo pasamos genial.

Comida final junto a una inmensa playa. Un lujo. Alguien dijo: Vamos a despedirnos con un bailecito, ese que tenemos ensayado. Imposible resistirse. Hay que decir que algunos pusimos el máximo interés y buena disposición, pero mejor no vernos. O bien disfrutar de nuestros movimientos diferentes, improvisados, autóctonos. Un pequeño desastre, pero bueno, acompañamos a la performance final, en el final de la tierra.

Un espléndido camino por una increíble tierra.

Epílogo.

Cualquier aventura, por breve que sea en su duración o anodina en sus objetivos, puede evitar, una vez finalizada, ser sometida a un resumen de lo acontecido, y a un balance de logros y desengaños. A riesgo de repetir cosas ya dichas, allá va.

Ha sido insultante la exuberancia de la vegetación en todas las etapas. Prados inabarcables, bosques que aliviaban el sofoco veraniego y que invitaban a imaginar la presencia de hadas y meigas. Y para exuberancia, el mar, ese mar que ha recogido muchas muertes, y que se topa cada segundo con tanta vida. Ese mar que recoge al sol en atardeceres de película.

Ha sido decepcionante. Imagino que alguien al volver a casa habrá tenido la inaudita idea de pesarse en su báscula del cuarto de baño. Es verdad que lo sospechaba, pero hay bofetadas de realidad que son muy duras. Tanto kilómetro, tantas subidas y bajadas…” A ver, el marisco no engorda” alguien comentó en la primera etapa. Me atrevo a decir que nadie ha podido evitar rendirse ante la calidad gastronómica de la tierra y del mar que nos han acogido durante una semana. Esto es de lo que habla la báscula.

Los dioses del tiempo atmosférico, reunidos en asamblea, decidieron que este camino no podía terminar así. Y lo anunciaron con antelación en las redes sociales y app’s. No se rajaron, y después de unos días plenos de luz y calor, la niebla y el orballo nos atrapó en la etapa final, haciéndola lógica, congruente y espectacular. Cosas de los dioses.

Probablemente sólo el propio camino sería quien podría hablar de resultados satisfactorios. El es quien ha escuchado conversaciones, suspiros, insultos a una ampolla inoportuna. Por él hemos caminado buenas gentes, variopintas, distintas en opiniones y realidades. Desde una pequeña de poco más de un año a sesentones atrevidos, y alguien que lo ha visto todo, calladamente, a través del vientre de su madre.

Tal vez haya habido un pacto entre el Camino y   un acuerdo secreto para que todo saliera bien, muy bien. Imagino que la renovación de ese acuerdo está ya en marcha.