¿Cómo lo haces? Haga frío, o tremendo calor, siempre estás ahí. Siempre luces con tus luces, enseñas tus espléndidos edificios y todo tu glamour.

No me canso nunca, y a mucha gente le pasa lo mismo, me consta, de contemplar tus monumentos, los de siempre, los que están atiborrados de turistas en cualquier época del año. Les tienes ahí, como si les hubieran pegado con Sindeticón, mostrando su belleza orgullosos y pacientes. Y eso que el miedo a algún tipo de atentado les tiene ahora rodeados de policía, metralletas, vallas sin fin, y cierta sensación de temor y de tristeza.

Conocemos bien la ciudad. A propósito, ¿París es palabra masculina o femenina? En la literatura siempre apareces como “El París más oculto, o más romántico, o más cultural” Si me permites, te veo más mujer que hombre. Te veo más como “La ciudad de París, la ciudad de la luz, o del amor, o de la moda”. Ya sé que esta manera de nombrarte (“La ciudad de…”) puede aplicarse a cualquier otra ciudad del mundo, pero a ti te pega más, al menos a mí me lo parece. Será por tu especial sensibilidad en algunos aspectos en los que el género femenino lleva distancia y ventaja al masculino.

 

Pues sí. En tus calles no nos perdemos. Y esta escapada íbamos para gozarte, sin prisas, sin especial itinerario, ni de necesidad de visitar esto o aquello, salvo el evento del que se habla más adelante. La idea era perdernos en tus esquinas, en tus avenidas, en tus parques. Sobre la marcha decidimos montar en uno de esos autobuses descubiertos, típicamente turísticos que dan una pincelada general a la ciudad. El buen tiempo nos animó a ello. Y te contemplamos desde otro ángulo, a un par de metros del suelo, de forma relajada y bajo un espléndido sol que te iluminaba a discreción. Una auténtica gozada.

Y además, querida ciudad, todo tu encanto y todo tu glamour resiste como gato panza arriba a la molesta presencia de obras de todo tipo en tus calles y plazas. Pocas deben quedar actualmente sin el correspondiente andamio, plásticos, y atasco de tráfico. Pero no da la impresión de que esto suponga crispación (poco ruido de bocinas) o desesperación ciudadana. Desde luego que tus visitantes lo pasan por alto; debe ser porque pasan buena parte de su tiempo mirando hacia arriba, o los consabidos mapas de tus calles o de tu vetusto metro.

En fin, cumpliste con nuestras expectativas ausentes de programación, hasta el punto de disfrutar de un paseo por tus parques, o comer sobre el césped de una de tus famosas plazas.

 

La exposición

Esta era la causa, la razón de esta escapada. Sueles tener muy buen gusto a la hora de ofertar eventos culturales. Y esta exposición no iba a ser menos.

Original, espectacular, sorprendente. Me faltan adjetivos para calificarla. Lejos de la clásica muestra de cuadro tras cuadro, nos enseñas a Klimt desde dentro, poco a poco, sugiriendo, y siempre provocando una apertura de boca y de ojos algo mayor de lo habitual, e incluso algún pequeño escalofrío, no de miedo, sino de pura emoción.

Bueno, está claro. Somos unos afortunados de poder venir hasta aquí para ver algo tan diferente e impactante. Si no te importa, volveremos. Da igual la razón o la excusa. Nos encantas.

Merci, Paris.