Un amigo del colegio, Leandro, tiene un bar muy cerca de IFEMA. Me llamó hace unos días y me invitó a comer. Hace muchos años que no nos vemos. Y aquí estoy hoy.
– ¿Qué tal Leandro? ¡Cuánto tiempo!
– Hola Luis, un gusto tenerte aquí.
– Esto lo tienes precioso. ¿Cómo va el negocio?
– Bien, muy bien. Estos días han sido de locos. Te puedes imaginar. Con muchísimo trabajo, dos policías permanentes en la puerta, inspecciones, en fin, ya sabes, por la reunión de la …..
– Yo la llamo la NOTA, que querría decir Naciones Obsesionadas con el Trasteo de Armas. Yo he de decirte que soy muy crítico, y creo que las conclusiones han sido absurdas, ridículas. Lo malo es que pueden ser hasta peligrosas.
– Bueno, Luisillo, vamos a dejar el tema. Anda, siéntate, que voy a comer contigo. Tenemos una paella para chuparse los dedos. ¿Te apetece?
– Huy, a mí el arroz me encanta.
– ¿Quieres una cervecita antes?
– Vale.
– ¡Pepe! Dos jarritas bien frías. Oye, una cosa, has estado en Mallorca, ¿no? Bueno, con tu mujer. Lo pusiste en el chat de antiguos alumnos, ¿verdad?
– Sí. Hemos estado recorriendo la isla durante una semana. Alquilamos un coche y hemos hecho bastantes kilómetros.
– Pues, fíjate, yo no conozco la isla. Se lo comenté a Pepe, el cocinero, esta mañana, y él tampoco ha estado por allí. Así que, cuéntame lo que habéis visto, si te apetece, que el arroz ya estará en su punto. Para beber, ¿querrás un Godello, por ejemplo?
– ¡Venga! Me gusta mucho esa uva.
– ¡Pepe, tráete una botella de Godello bien fría! Ah, mira, por ahí viene ya nuestra paella. Gracias Pepe.
– ¡Madre mía, Leandrito! ¡Qué buena pinta tiene esto!
– Sí, le salen muy bien. Bueno, a ver, cuéntame, ¿os habéis quedado todos los días en un sitio fijo, o habéis estado en diferentes hoteles?
– Te cuento. Nos hemos quedado en el centro de la isla, en un pueblo llamado Santa María del Camí. En una casa que hemos alquilado a través de la profesora de Mar de zoofarmacognosis.
– ¿Mande? ¿Qué es eso?
– Pues es una terapia para animales con algún problema físico, o de comportamiento. Se hace ofreciéndoles sustancias que ellos pueden encontrar en la naturaleza y que les puede ayudar a curarse. El curso ya lo hizo con perros y gatos, y faltaban los caballos. Pero, vamos, mejor que un día te lo explique ella. Nos invitas otro día a otra paella, jeje.
– ¡Hecho! Y la casa, ¿qué tal?
– Es de un holandés, como la maestra de Mar. Es fisioterapeuta, pero no hemos visto mucha clientela en esos días. A la casa no le falta detalle. Perfecta para lo que queríamos.
– Y, ¿habéis tenido algún problema?
– Ninguno. Bueno, la cuerda para colgar la ropa lavada para que se seque, colocada a altura holandesa, o sea, allí llegábamos de puntillas o con una silla. Hemos estado muy a gusto. A una hora de cualquier playa. El centro de la isla es lo menos turístico. Muy mallorquín y muy tranquilo.
– Vamos, para gente mayor tipo Biden, el presidente de Estados Unidos, por ejemplo.
– Bueno, por ejemplo. Pero, vamos, no sé qué tiene que ver Biden….
– Vale, yo me entiendo.
– Tú sabrás.
– ¿Qué otra zona habéis visto?
– El norte. Muy variado. De todo un poco. Por ejemplo, el cabo de Formentor tiene unas vistas espectaculares. Una maravilla. Le sobraba algo de gente, como en casi todos los sitios. También estuvimos en Pollensa. Un bonito pueblo en el interior, donde vimos un puente romano (pequeñín), y una escalera de 365 peldaños, flanqueada de cipreses, y de considerable desnivel, que conduce a un oratorio. No subimos la escalera. Hacía mucho calor, había mucha gente, y no queríamos hacer honor al nombre del oratorio: El Calvari (Calvario).
– Un poco rollo, lo de las multitudes.
– Sí, cierto. Pero, fíjate. Por la tarde estuvimos en una playa, Son Serra de Marina, solitaria, familiar, sin grandes edificaciones. Y luego cenamos en Alcudia (de milagro, porque a las 10 se cierra la cocina en esos andurriales). Es una bonita ciudad amurallada y muy turística. ¡Ah! Se me olvidaba. La playa de Formentor es otra historia. Sólo he de decirte que el alquiler de hamacas estaba entre 70 y 90 euros el día. Un atraco a mano armada. Eso sí, el lugar, precioso, y el agua, cristalina. Mucho lujo y glamour.
– Entonces un francés estará como pez en el agua, ¿no? Por lo del glamour, digo.
– Pues me imagino que sí. Pero vamos, un sueco o un rumano, si tienen pasta, también…Tienes unas cosas…
– Vale, vale. Y, anda, come, que estás hablando mucho. ¡Un brindis por vuestro viaje!
– ¡Chinchin!
– Oye, la parte de las montañas tiene mucha fama. La ¿visitasteis?
– Sí. La Tramuntana. Impresionante. Es como una columna vertebral pegadita al mar, que recorre el oeste de la isla de norte a sur. Montañas hechas de piedra y pinos que se ahogan en el Mediterráneo. Hicimos bastantes kilómetros por unas carreteras estrechas y sin espacio para la línea recta, con un mirador espectacular en cada curva. Una gozada, Leandro.
– Para quien le guste conducir, claro. A lo mejor a un holandés, le hace gracia, ¿no? Como su país es como la palma de la mano, lo mismo se lo pasa pipa.
– A un holandés y a un sudafricano, Leandro. ¿Qué pasa, vas a poner una agencia de viajes en Mallorca? ¿Se trata de una especie de juego?
– No, nada de eso, Luis. Y no te mosquees, hombre, por favor.
– No si no me mosqueo, pero me dirás que es normal, ¿no?
– ¡Ay, no te preocupes! Otra cosa, habrá mucho tráfico, me imagino. Con tanto turista…
– Claro, esa es la pega. Mira, queríamos ir a ver la puesta de sol en un lugar renombrado, Sa Foradada. Oficialmente se ve ponerse el sol a través de una roca con un gran agujero. No se podía bajar a la dichosa roca, de la cantidad de coches que había. A duras penas aparcamos, y llegamos justo a tiempo de ver cómo el mar se tragaba la bola de fuego. Buenas fotos junto a, no sé, ¿500 personas? que bailaban y bebían al ritmo de la música que ponía un D.J. ¿Qué quieres que te diga? Sin tanta gente, mucho mejor.
– ¿Algún pueblo por la zona?
– Hay varios que merecen la pena. El más grande es Sóller, en medio de las montañas. Tiene una iglesia neogótica bien bonita. Bajamos a comer al puerto en un tren de madera muy chulo, y muy concurrido. También merece mucho la pena Deiá. Es más pequeño y coqueto. El día que fuimos a Sóller no pudimos ni aparcar en Deiá, de la cantidad de gente que había, pero fuimos un día entre semana y le disfrutamos con un bonito paseo y una cena espléndida tanto por la gastronomía como por las vistas a las montañas. Y no hay que perderse Fornalutx, un pueblecito medieval que es precioso.
– Bueno, dime, ¿qué tal la paellita?
– Está de muerte, Leandro. Buenísima, en su punto. Tal vez habría que pedir otra botella de lo mismo, ¿no?
– ¡Pepe, otra de Godello! Y ahora Luis, ¿dónde vamos?
– Seguimos en la Tramuntana. A su comienzo, o final, según se mire. A su parte más meridional. El pueblo más grande es Andratx. Esto está relativamente cerca de Palma, y es la zona donde hay más turismo de juerga y discoteca. Como veo que estás empeñado en repartir turistas, esta zona es internacional, sobre todo inglesa. Nosotros huimos de ese ambiente, y nos fuimos a un pequeño pueblo, Sant Elm, y desde allí cogimos un barquito a la isla de Dragonera.
– ¡Anda, qué bien!
– Sí. Preciosa excursión. La islita está superpoblada…
– ¿De turistas?
– No, ¡lagartijas! Es exagerao, tío. Lo mismo hay censo siendo espacio protegido. Están por todas partes, y no se asustan con la presencia de los turistas. La isla Tiene un mínimo puerto, y desde allí se pueden hacer excursiones a pie. Nosotros fuimos a faro de más al este. Una caminata muy agradable con bonitos paisajes, acantilados, halcones y lagartijas, claro.
– ¿Y estuvisteis todo el día por allí?
– Lo de Dragonera son 2-3 horas. Después fuimos a ver un pueblo cercano, el primero de la lista de los más bonitos de Mallorca. Se llama Banyalbufar, y te diré que para nosotros fue una gran decepción. Soso, impersonal, no merece la pena. Ese día fue el que vimos Deiá con tranquilidad y disfrutamos de esa cena que te contado antes.
– Bueno Luis, ahora viene el postre. No te ofrezco el arroz con leche de la casa, que, aunque es brutal, es mucho arroz por hoy. Pero sí quiero que te tomes un tiramisú buenísimo. Eso y café. ¿Cómo lo quieres?
– Solo con hielo, por favor.
– ¡Pepillo!, dos de tiramisú y dos cafés con hielo. ¿Chupito de hierbas? ¿Limoncello? O algo más clásico.
– Limoncello está bien.
– Pepe, un limoncello para el señor. Para mí nada. Bueno, amigo, ¿alguna excursión más?
– Pues nos queda la parte del sureste. Es probablemente la más salvaje en cuanto a playas. De algunas me acuerdo todavía del nombre: Ses Covetes, donde nos pusieron una multa de aparcamiento que afortunadamente se ha resuelto tras reclamar, o Caló des Moro, a la que se llega después de caminar más de media hora, y bajar unas escaleras super empinadas, para llegar a un lugar precioso, pero petao de gente, o S’Amarador, más abierta y cómoda, y, como todas, con un agua transparente.
– Poco pueblo, entonces.
– Uno pequeño, donde cenamos con mi hija Susana que estaba por allí. Se llama Portopetro. Tiene unas calitas con muy poco personal, pero se ciernen negros nubarrones sobre él en forma de masivas construcciones de apartamentos. El año que viene ya será muy diferente. Peor, sin duda.
– ¿Y tus crees que sería buen sitio para los alemanes?
– Jeje, me parto de risa con tu afán distribuidor. En fin, no sé. A ver, los alemanes llevan colonizando la isla, en el amplio y literal sentido de la palabra, muchos años. Se la conocen al dedillo. Esa zona parece más apartada y a lo mejor les apetece más que las grandes multitudes.
– Seguro que sí.
– Bueno, Leandro, ya no tengo más cosas que contarte de nuestras vacaciones. ¿Me dirás que vas a hacer con toda la información que te he dado?, y ¿para qué el curioso reparto de turistas?
– Pues……es que……no sé.
– ¿Pasa algo? ¿Me tienes que decir algo? Has puesto una cara bastante rara.
– En fin, ya sabía yo que esto iba a pasar. Espera un momento. ¡Pepe, corta la grabación, por favor!
– ¿Grabación? ¿De qué va esto? ¿De qué vas?
– Mira, Luis. Tengo que decirte que yo, además de dueño de este bar, trabajo para el gobierno.
– ¿Qué? ¿Cómo? ¿Para el gobierno de España?
– Sí, claro, no va a ser para el de Afganistán. Desde hace ya muchos años. Este bar en el que estamos, durante estos días, es una pequeña sucursal del CNI. Está lleno de micrófonos; hasta en los servicios. Su proximidad al lugar de reunión de la NOTA, como tú la llamas, lo ha convertido en un bar-espía.
– ¿Y me has invitado para espiarme? No entiendo nada. ¿Qué tengo yo que ver en todo esto?
– Pues mira, te explico. Después de la sesión final, un grupo de mandatarios se reunieron aquí. Los guardaespaldas se pusieron en una mesa aparte. Eran los presidentes o primeros ministros de Francia, Alemania, Reino Unido, Holanda y también el de Estados Unidos, que, por cierto, está hecho un asquito el hombre; cuando camina me recuerda a Chiquito de la Calzada.
– Je je, es que es muy mayor.
– Ya, ya lo sé. Bueno, pues en esta misma mesa en la que estamos ahora tú y yo, se sentaron y se quitaron las corbatas. Pidieron unos vinos y unas tapas, y después de hablar un rato entre ellos en inglés, Macron se levantó, se dirigió hacia allí, hacia la puerta, y habló por su móvil: “¡Pedgo! Estamos unos cuantos en el bag de la esquina. Ven, que te queguemos pedig una cosa impogtante”. Así, con ese acento tan típico francés.
– Lo dices muy bien, Leandrito.
– Son muchos años, y por aquí pasa mucha gente de muchos países. Luego te digo algo con acento neerlandés. Ya verás. Yo seguía al loro, como es mi obligación, procurando enterarme de todo entre Riberas y Riojas. Pasaron pocos minutos y allí se presentó el presidente Pedro Sánchez, jadeante y ya en mangas de camisa. Me saludó desde lejos, discretamente. Vi cómo todos le saludaban efusivamente, y que Macron le plantó dos besos.
– Y, ¿qué querían pedirle a Sánchez?
– Vas a flipar. Siempre a través de Macron, que ejercía como de portavoz, le pidieron quedarse en España unos días más. Pedro se atragantó con una croqueta de jamón ibérico que estaba comiendo. Enseguida alguien le dio unos buenos golpes en la espalda, se bebió un largo trago de vino, y se le pasó el susto.
– No me extraña. ¡Vaya morro! Y, ¿entonces?
– Pues cuando el color le volvió a la cara, salió fuera para hablar por teléfono. Yo le veía haciendo gestos, asintiendo, en fin, muy alterado. A mí me dio tiempo a servir otra ronda de vino y una ración de torreznos. Volvió sonriente, y dijo un “¡No problem!” alto y claro. Todos se levantaron, menos el viejecito, aplaudiendo (Macron, otros dos besos). Ya estaban todos un poco chispas, creo yo. Sobre todo, el del pelo amarillo y despeinao, ya sabes, el inglés. Es que, Luis, no me sé los nombres, salvo Macron. Lo siento.
– Bueno, y ¿dónde se van a ir? ¿Te pudiste enterar? Sigo sin enterarme qué tengo yo que ver con todo esto.
– Es que se quieren ir a Mallorca, amigo Luis, a Mallorca. Y cada uno a un sitio distinto. No quieren verse entre ellos. Le dijeron a Sánchez que lo preparara. Todo está grabado, por supuesto. Mira, yo sabía que te ibas a Mallorca. Y los deseos vacacionales de esta gente se filtraron hace unos días. Era seguro que se lo iban a pedir a Sánchez de forma privada. Lo que no sabíamos era dónde se iban a reunir para decírselo. Cuando llegaron aquí, y de acuerdo con Presidencia, me puse en marcha. Y al día siguiente te llamé para invitarte a comer, y sacarte la información que me acabas de dar.
– No lo entiendo, Leandro. Y ¿no hubiera sido más fácil que yo te lo hubiera dicho todo por correo? ¿O por teléfono? No sé….
– No, Luis. Ni las redes ni el teléfono son seguras en estos momentos. Así que decidimos que la información fuera aquí, lo más espontánea posible, y que quedara grabada. Ahora ya lo sabes todo, o casi todo. Esto es, por supuesto, confidencial.
– Pero, es mi voz, nuestro viaje de vacaciones, nuestra intimidad, ¿esto es legal?
– Francamente, no lo sé. Eso sí, te aviso que no puedes hacer nada. Tu voz será distorsionada. La grabación estará hoy mismo en manos del presidente. Pepe se encargará de ello.
– Bueno, bueno, Leandro. La que has montado sólo para saber dónde hemos estado de vacaciones. Se me ocurren muchas otras maneras de elegir lugares en Mallorca para estos señores descansen de sus grandes esfuerzos.
– Ya, Luis, pero no tan seguras como esta. Aquí, en un lugar, en estos momentos, blindado y absolutamente impermeable a cualquier intento de intromisión. ¿Alguna pregunta más?
– Sí. ¿Hay cámaras?
– No, no hay cámaras.
– Y otra. ¿Quién va a pagar estas vacaciones?
– Pues no lo sé. Lo lógico es que cada país asuma el costo, pero, aquí, entre tú y yo, y ahora que no hay grabación de por medio, lo mismo entra dentro del aumento de gastos de defensa. Yo también soy crítico, pero me tengo que proteger.
– Bueno, Leandro, me voy sorprendido, algo alterado, aunque muy satisfecho de la comida y de tu compañía. No sé qué más decirte.
– Me alegro Luis. Espero verte de nuevo. Aquí o donde quieras, sin micrófonos. ¡Ah! Se me olvidaba algo para que tengas una información completa. El primer ministro de Luxemburgo le pidió también a Sánchez quedarse unos días más, pero en Madrid. Quería estar en el Orgullo con su marido. Yo les acompañé, les presenté a mi gente, nos subimos en nuestra carroza, y nos lo pasamos de miedo.
– En fin, amigo, eres un cajón de sorpresas. Ven, que te doy un abrazo.
¡Hola! Me llamo Laura y estoy encantada de saludarte.
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