Esto es una locura. Llamadas, chats, correos, rumores, conjeturas, e interrogantes sobre lo que está sucediendo. La cosa parece de risa, pero ¡qué va!, es muy preocupante, sobre todo si se tiene delante algo desconocido, y que, por lo tanto, tiene imprevisibles consecuencias.

Las personas que nos situamos más cerca de quienes llevan las riendas de este país, en quienes se apoyan para tomar decisiones, asesoras y asesores, nos hemos citado de forma urgente a primera hora de esta mañana en un céntrico hotel madrileño. Aquí no falta nadie. Caras de preocupación, alguna risa nerviosa fruto de la incredulidad, y mucho desasosiego. Se confirma que nadie sabe ni sabía nada. Nada que justifique un cambio tan radical. Y aunque no se atreven a decirlo, mucha gente piensa que es una broma.

Lo primero que hacemos es constatar que nuestros jefes y jefas, responsables de cada partido político y de cada Comunidad Autónoma, no contestan al móvil ni al correo desde ayer por la tarde. Ni al oficial ni al particular. Nadie ha osado llamar a la Policía o a la Guardia Civil. En principio tienen su derecho a tomarse algunas horas libres de incógnito. Pero podían avisar, ¿no? ¿Y lo tienen que hacer a la vez? En fin, hay un sentimiento general de tomadura de pelo.

Todo empezó ayer por la tarde cuando empezaron a aparecer en los medios de forma escalonada. Como si estuviera todo preparado de antemano. El contexto era normal: una pequeña entrevista a la televisión local, o un pequeño comentario de algún aspecto de la actualidad, como los incendios, los recortes de energía, las opiniones de alguna ministra, el Rey, ETA, en fin, lo habitual. Lo que no era normal era el tono de las declaraciones. Ni un solo reproche, ningún enfrentamiento o crítica a otro u otros partidos, ni contra el Gobierno de coalición, o contra el presidente. Habían desaparecido la mala educación, los insultos, las malas formas. Se oyeron cosas como “afán conciliador”, “diálogo fructífero”, incluso alguna petición de perdón “por si he ofendido a alguien”, en fin, algo inaudito. Sin ningún detonante, sin una razón objetiva, sin consultar, sin reunir a nadie, sin rueda de prensa. Lo cierto es que habían sacado bandera blanca. Y después, se les tragó la tierra. Con la lógica sensación de frustración y cabreo, suspendimos la reunión, y nos fuimos todos a Moncloa.

Dentro, la gente está muy nerviosa, impaciente por saber. Yo también. Me enseñan la portada de El País: “¿QUÉ PASA?” Así, con mayúsculas enormes. El Mundo refleja, también en mayúsculas, la pura realidad: “¿Y AHORA?” Como asesor presidencial, me preguntan si va a venir el presidente, y digo que supongo que sí, que para eso estamos aquí. Ese “supongo” enciende la mecha de decenas de preguntas simultáneas, alguna con un tono más elevado de lo habitual. Afortunadamente, se hace el silencio porque Pedro aparece por la puerta. Resoplo con alivio. Por fin se va a aclarar todo esto, me digo, cruzando los dedos. Antes de entrar a su despacho, al ver a tanta gente expectante, mirándole, él se vuelve y pregunta:

– ¿Qué ocurre?

Se levantan decenas de brazos en silencio. Algunas personas levantan los dos. Me siento en la obligación de tomar la palabra.

– Señor presidente, estamos sorprendidos, preocupados, sin saber qué hacer, ni que decir. No entendemos nada. Si usted nos pudiera informar a qué es debido este cambio en la relación entre los partidos, y en la actitud de los presidentes y presidentas de las Comunidades Autónomas, se lo agradeceríamos.

– Calma. Ni yo mismo lo sé. Nadie lo sabe, pero es cosa sólo de los presidentes y presidentas. No nos salen otras palabras y actitudes. Hemos olvidado, de repente, los dardos encendidos, las navajadas traperas y las serpientes por la boca. No sabemos por qué. Ha sido de repente. Bueno, ya oísteis a Ayuso ayer en Telemadrid, allí, en El Retiro, relajada, hablando de acuerdos, concesiones, apoyos. No sé si os fijasteis en la cara de la presentadora. Je je.

Alucino con la tranquilidad y aplomo del presidente. Contento, como si no pasara nada. Sigo hablando a pesar de una nueva oleada de manos alzadas con papeles, bolígrafos y tazas de café.

– A ver, presidente, usted se reirá, porque incluso pudiera parecer divertida, pero la situación es, al menos, rara, muy rara. Esta mañana me he reunido con los principales asesores y asesoras de los partidos y autonomías. Están como estamos aquí: con la boca abierta. Y hemos coincidido en que, si esta situación se prolonga en el tiempo, la cosa va a estar complicada. No sabemos hacer política de esta manera, blandengue, conciliadora, sonriente si me apura. ¿Qué clase de política es esta sin enfrentamientos, palabras gruesas y algún insulto, aunque sea justificado? Perdón por la expresión, pero es como si hubieran perdido la cabeza. ¿Esto es cuestión de horas, días, semanas? Díganos algo, por favor.

– Huy, pues tengo la sensación de que esto va para largo. Y no tengo nada en especial que deciros. Aunque sí que os voy a revelar dos primicias. La primera: Isabel, ya sabéis, el ogro de Sol como la llamáis me ha invitado a cenar hoy a un pequeño restaurante del centro, íntimo, a la luz de las velas. Le conozco, y está fenomenal. La comida es muy buena.

– ¿Y ha aceptado, señor presidente?, dice la jovencita de mi izquierda.

– Claro, ¿por qué no? Isabelita es maja. Un poco cazurra, pero maja. Ah, y os doy la otra noticia. El Rey ha invitado a tomar café a la plana mayor de los partidos independentistas vascos y catalanes. Él lo ha organizado todo sin contar con nadie. ¿Qué os parece?

Se oyen bastantes risas y algún que otro aplauso. Alguien tira papeles al aire y abandona la antesala con la cara demudada, y exclamando: “el Rey con los indepes tomando unas pastas. Me parto de risa” “Les ha dado algo a la cabeza, no hay duda”

– Bueno, no sé vosotros, pero yo me meto en el despacho a leer el MARCA. Ah, se me olvidaba. Pasado mañana me voy unos días a la playa con todas esas personas que decís que hemos enloquecido. Sólo con escoltas. Ni los móviles nos vamos a llevar. Nos lo vamos a pasar pipa. El Rey también viene. Tiene unas ganas locas. Hasta luego, buena gente.

Veo al mi alrededor caras de alucine, algunas lágrimas moviendo la cabeza de un lado a otro, como no creyéndose lo que acaban de ver y oír. Yo me siento en una silla mirando al infinito. Mucha gente abandona la sala. Nadie dice ni pío hasta que una compañera se levanta.

– Mira que yo he estado siempre de acuerdo en lo de llamar a la unidad, pero no de esta manera, ¡caramba! Con esta ternura no se puede hacer política, ¡caray! A este paso la gente va a salir a la calle gritando ¡que se besen! ¡que se besen! Y ya os digo que yo, a más de uno, ni hartita de vino.

Algunas risas. Un poco de relax está bien, pienso.

– Podríamos dejarlo pasar, a ver cuánto resistimos sin insultarnos. A lo mejor no pasa nada, dice Marta, la secretaria del jefe.

– ¡Imposible!, contesto al instante, levantándome de la silla de un brinco. El juego político lleva inherente la zancadilla, las maquinaciones y artimañas, la crítica mordaz y destructora a ser posible. Esto que está pasando es una mierda de política. Algo tenemos que hacer. ¿Más opiniones?

– Un virus, dijo Enrique, el asesor de temas de Salud. Hace poco han tenido una conferencia de presis autonómicos. Creo que no faltó nadie, algo bastante raro, por cierto. Y, excepcionalmente, también estuvo el Rey. Se pudieron contagiar allí, ¿no?

– ¿Y los demás? Allí estuvimos un montón de asesores, ayudantes, y demás familia. ¿Y sólo se van a haber contagiado los presis? No me jodas. ¿Otro virus? ¿O es el mismo que ha mutado y remutado? ¿Y esa querencia por el poder? ¡Venga ya! Mira, no me lo creo.

– Pues me he permitido la libertad de llamar a Fernando. Debe estar a punto de llegar.

– ¿A Fernando Simón? No, por favor, otra vez. Pero si ese sólo entiende de bichos.

– Bueno, él sabe de epidemias, y esto se está empezando a parecer a una, aunque muy local, de España, como la tortilla de patata. Mirad, aquí está. Pasa Fer.

– ¡Hola Fernando! ¿Cómo estás?, le digo estrechándole la mano, y esperando que no me haya oido.

– Bien, bien. Estoy al corriente de esta locura. Os puedo decir que no he visto nada igual en mi vida. Pero, bueno, todo es posible, hasta una infección, por supuesto. Una infección muy rara, que sólo afecta a ciertas personas, a las que tienen mayor responsabilidad, y no les da mocos o diarrea…

– Sí, diarrea mental, tienen, ¡vaya si tienen!, se oyó por el fondo.

Risas relajantes.

– Ya, je je. Pues eso, que sólo les ocasiona un cambio en la manera de hacer las cosas. Es alucinante. Pero, bueno, si se asume que puede ser un bicho, y que la situación es delicada, habrá que tomar medidas.

– ¡Ay, Fernando! ¿No me digas que vas a hablarnos otra vez de mascarillas, vacunas y distancia interpersonal? ¡No, por favor!

– No os preocupéis. Yo tampoco quiero oír hablar de todo eso. De poco ha servido. De todos modos, esto está muy limitado a unas decenas de personas. El resto estáis bien, que yo sepa. Os hablo de una cuarentena obligatoria sólo para ellas.

– ¡Bingo! Nos acaba de decir Pedro que se van en dulce unión y compañía a pasar unos días a la playa. ¿Con cuántos días sería suficiente para que vuelvan a insultarse, o sea, a la antigua normalidad, Fernando? ¿Y si esto falla?

– ¡Madre mía! ¿A la playa? Están fatal ¿eh? En fin, yo creo que una semana sería suficiente. Si no lo han buscado ya, intentad que se vayan a un sitio lo más apartado posible. Y luego, pues a ver cómo se comportan. Si siguen igual, ni idea, pero entonces serían necesarias medidas más drásticas. ¿Qué os parece?

– Pues ¿qué quieres que te diga, Fernando?, que todo esto me parece como un cuento chino, que no me extrañaría que hubiera alguna cámara por ahí escondida. Pero bueno, si nadie tiene nada en contra, llamaré a mis compis de asesorías y les diré lo que hemos pensado. Y en esa semana, ¿Quién lleva el país?

– Bueno, los gobiernos se quedan, solo que descabezados. Tendrán, bueno, tendréis que contar a los medios algunas milongas, bueno, eso para vosotros no es ninguna novedad, hablad con los partidos y administraciones, que estarán que se suben por las paredes, y comportaos lo más prudentemente que podáis. No desentonéis mucho. Bueno, es lo que yo pienso, la decisión es vuestra.

– Vamos, que estemos a partir un piñón con quienes nos hemos llevado a matar toda la vida. Así, de repente, y sin que nos haya picado ningún bicho. ¡Manda huevos!

Me voy a casa hecho polvo. Apago el móvil. No queda otra que esperar.

Diez días después

“Se pone muy pesadito, ¿sabe usted? ¿Por qué hay que comer siempre con cava? ¡Qué manía tiene este buen señor! Con lo que a mí me gusta mi riberita de siempre, caray. Como mucho un Mencía. Espero no tener que volver a comer con él.” 

“Mire, no me hable de la dichosa excursión. Todos los santos días, a las 8 en punto de la mañana, se dedicaba a aporrear la puerta de cada habitación para correr por la playa. ¡Qué exagerado este aizcolari de las narices! Le voy a mandar unas encinas extremeñas a ver si puede con ellas”.  

“Pues sí, tuvimos problemas con dos camareros negros. Que si estos no me sirven, que se pongan guantes… En fin, no quiero decir nombres, pero al segundo día desaparecieron a pesar de que intercedimos por ellos”. 

“Le voy a contar una anécdota. Me tocó de veciño de habitación, pero es para aguantarlo ¿eh? Non creo que todos os murcianos ronquen desa maneira, pero este home esperta aos mortos. ¡Nunca màis!”   

“Estuve a punto de irme. Fíjese que tuvimos una agradable cita el día anterior a irnos a esa gilipollez de excursión. Pero allí, en la playita de marras, empezó a ponerse plasta, como baboso ¿sabe usted? Que si jugamos a las palas, que si una copita después de comer, que si damos un paseo por la playa para ver la puesta de sol. En fin, que no quiero verle ni en pintura. ¡Y no le doy más pistas, oiga!”