Pompeya y Amalfi. Historia y lujo.

Dos viajes en uno

Finales de septiembre de 2017. Nos habíamos decidido a aprovechar la oportunidad única que nos brindaba conocer Pompeya y alrededores de la mano de unos arqueólogos de la agencia Pausanias de Madrid. Era algo que no habíamos hecho nunca. Y, claro, ver muchas, muchas piedras de la mano de unos expertos en eso, en piedras, y eso sí, también en nada menos que historia antigua, era algo al menos inquietante.

Tal vez por ello saltó la idea de pasar unos días en la cercana y renombrada Costa Amalfitana: días de descanso, paseos junto al Mediterráneo, y pueblos con encanto, antes de ver Roma en tiempos del Imperio.

 

La Costa Amalfitana

Fue complicado encontrar un alojamiento que tuviera un precio razonable. Aunque no parecía temporada alta, los precios sí lo eran. Y buceando en la red encontramos no sólo una habitación encantadora, sino un pueblo marinero, Minori, lejos de las aglomeraciones turísticas de las que nos tuvimos que empapar esos días.

Los 67 kilómetros que separan el aeropuerto de Nápoles y nuestro pueblecito fueron suficientes para dudar si habíamos acertado en alquilar un coche. Mira que a mí me gusta conducir, y si hay curvas, mejor, y si vas contemplando un paisaje espectacular al lado del mar, mucho mejor. Esos kilómetros fueron demostrativos y demoledores. Por esa carretera, la única alternativa terrestre para conocer bien esa costa, pasa de todo. Pasan coches, también camiones, autobuses, todo ello por una calzada estrechísima, donde las señales de tráfico son virtuales. Y esto de la virtualidad tiene su razón de ser, porque además por allí pasan animales, bicicletas, personas haciendo deporte, etc., todo ello al borde de unos acantilados que quitaban el hipo. Pura anarquía. Claro, con esta variedad de compañía, la conducción se convierte en una verdadera aventura, que en ocasiones se torna hasta peligrosa. En cierto modo refleja al país.

Por eso, cuando descubrimos que los lugares de interés se podían visitar en un barco-autobús, dejamos aparcado nuestro vehículo y disfrutamos del mar y de la famosa costa, vista desde una perspectiva distinta, incluso más agradable y, eso sí, con menos riesgo. De esta forma tan relajada vimos Maiori, Conca dei Marini y Pragiano, pequeños pueblos que viven de cara al mar. Mención especial merecen dos ciudades: Amalfi y Positano. Amalfi es un precioso lugar con un Duomo espectacular, majestuoso, y unas calles estrechas y bastante apacibles a pesar del turismo. Lo de Positano es otra historia. Desde el mar, las casas, llenas de flores en sus balcones, se abalanzan hacia las azules aguas del Mediterráneo; eso sí que es una fachada de postal. Una vez pones los pies en sus callejuelas, te das cuenta de porqué se dice que Positano es en uno de los lugares más turísticos, caros y abarrotados de Europa. También nos acercamos a Capri, isla de ensueño, con palacios, rincones y maravillosas vistas. Después de este ajetreo, la vuelta a nuestro pueblo era una delicia; con sus coquetos restaurantes, su pequeña playa y su Limoncello, marca de la ciudad y de toda la costa.

De vuelta a Nápoles, donde nos esperaba la segunda parte del viaje, escalamos hasta Ravello, en coche, se entiende. Se trata de un encantador pueblecito en lo alto de una montaña, muy cerca del mar, y por tanto, con unas vistas increíbles. La visita obligada es la de Villa Cimbrone, una mansión habitada en su momento por celebridades tipo Greta Garbo, con unos jardines de locura, donde hacen y se hacen miles de fotos los visitantes, que, si son además orientales, hacen que aquello parezca el casting de una película de Bruce Lee.

En fin, nos fuimos de la Costa Amalfitana con la convicción de que lo que le sobra es turismo. Hay que reconocer que es un lugar maravilloso, con un mar azulísimo, y unos pueblos que se miran en él encaramados en las montañas, y que incluso mantiene vestigios de la Antigüedad y productos locales exquisitos, todo ello motivo de un verdadero placer para los sentidos.

 

Pompeya y alrededores

Es todo un privilegio pisar las mismas piedras que pisaron otras personas hace casi 2000 años. Pasear por sus calles, visitar sus casas increíblemente bien conservadas, contemplar los maravillosos frescos de sus paredes, es algo asombroso. Y estoy seguro que contar después, ya en casa, que lo hicimos con unos expertos como Fernando y Jesús, les puso los dientes largos a más de uno.

No sé cuántas calles recorrimos, pero fueron muchas. En todas había algo de contemplar, una casa por visitar, una curiosidad que conocer, una historia que contar. Inscripciones en las paredes, pórticos, tabernas, todo ello acompañados de Jesús y Fernando, que lo aderezaban de vez en cuando con lecturas de leyendas, pasajes de libros épicos, mitos, o historia pura y dura. Había que ponerse en modo esponja. Merecía la pena escuchar y ver. Ver y escuchar.

Cuando la visita se internaba en alguna casa, los ojos (y la boca) enseguida se abrían de forma desmesurada, de pura admiración. Los jardines, las pinturas, los frescos en las paredes, con imágenes de la vida cotidiana conservadas de manera que se antoja imposible, provocan sorpresa, y algún que otro escalofrío: aquí y así vivían estas gentes cuando les sorprendió el Vesubio.

La historia de Pompeya y Herculano, no sólo la relacionada con la terrible erupción del volcán, sino la que tuvieron antes del desastre es fascinante, y tuvimos la inmensa suerte de que nos la contaran con pelos y señales nuestros guías favoritos. Su relación con la metrópolis, su actividad económica, política, sus intrigas, todo quedó bien claro con sus explicaciones. Gracias chicos. Y gracias por enseñarnos otros lugares alucinantes como Paestum o Cuma.

Por último, estuvimos un par de días en Nápoles. Debe de ser de las ciudades que provocan mayor controversia. Probablemente la mayoría no volvería jamás. No soportarían de nuevo su bullicio, su ruido inacabable y para muchas personas insoportable, el volumen de voz de los napolitanos, etc. Y para otros, el otro platillo de la balanza no está precisamente vacío. Entre estas personas me encuentro yo.  Para mí es una increíble ciudad, plena de vida y de contrastes. La historia, su antiquísima historia revienta por las paredes de sus casas, viejas, desconchadas de las que cuelgan los típicos tenderetes de ropa para secar. Por si no fuera poco, Nápoles tiene un bis debajo de tierra. En fin, claro que volvería.

Para finalizar, un pequeño comentario de las personas que coincidimos en esta aventura vesubiana. Como suele ocurrir, y más si son tan pocos días de convivencia, es muy difícil llegar a conectar y llegar a entablar algo más que un simple conocimiento con las personas del grupo. Sin embargo, no puedo olvidarme de algunas compañeras cuya edad no se correspondía con su ánimo y su deseo de conocer. Chapeau ¡¡. Y comentar también que, afortunadamente, mantenemos conexión con algunas otras personas, con quienes hemos ido descubriendo más tarde coincidencias vitales y de opinión, y con quienes nos encantaría terminar teniendo una fuerte amistad.

En fin, un viaje doble, o dos viajes en uno, como al lector le apetezca decir. Dos escenarios muy diferentes: en uno, el hombre altera la naturaleza para su propio beneficio, es el poder del dinero, y en el otro, la naturaleza, cuando y como quiere, asesta con su inconmensurable poder un terrible golpe a la humanidad.