La llaman la isla de los mil nombres. Se denominó Ceilán durante el periodo colonial, y desde su independencia, Sri Lanka. Los primeros cingaleses vinieron de India; ellos introdujeron el budismo. Desde entonces las sucesivas colonizaciones de portugueses, holandeses y británicos han dejado su impronta de muy diversas maneras. Todo ello permanece.

El tapiz verde

Sri Lanka en sánscrito significa la isla resplandeciente. Y verdaderamente es así. Durante los 11 días que nos acogió la lágrima de la India, como así la llaman algunos, no paramos de contemplar el verde insultante de sus campos, de sus plantaciones, de sus arrozales, de sus bosques. El recorrido, en muchas ocasiones por carreteras estrechas, nos permitió degustar y disfrutar de cerca ese verdor.

Mención especial tiene la barbaridad paisajística de los campos de té de Nuwara Eliya. Una tremenda visión monocromática hasta donde nos alcanzaba la vista. Extensiones enormes, valle tras valle, plantación tras plantación, curva tras curva. Como si hubieran llovido matas en vez de gotas de agua, y se hubieran quedado ahí, creciendo, dándose la mano unas a otras para no dejar ni un hueco libre, ni un resquicio de tierra sin ocultar. A principios del siglo XIX, los ingleses se pusieron manos a la obra a 2.000 metros de altitud, cubrieron las montañas de plantaciones e iniciaron el fabuloso negocio del té. No hay que olvidar el imprescindible esfuerzo de las mujeres tamiles, que aún hoy soportan la inmensa carga de recoger las hojas verdes de la cima de cada planta, sólo las más verdes, una a una. A esto hay que añadir el vertiginoso perfil de las laderas, algo que pone aún más en valor el trabajo de estas humildes trabajadoras.

También los británicos dejaron un espléndido Jardín Botánico, con amplias extensiones de hierba y árboles de todo tipo, algunos en los que pasan el rato los murciélagos, y una magnífica colección de flores de increíbles formas y colores.

En otras zonas del centro de la isla, como Matale, se cultivan las más exquisitas especias que como el té, se exportan al resto del planeta. Allí, un parlanchín guía local del jardín de especias nos inundó de olores y sabores naturales, nos explicó las utilidades y beneficios de esta y aquella, e incluso allí mismo nos ofreció someternos a un reparador masaje, algo que la inmensa mayoría aceptamos sin rechistar.

Las huellas de otros habitantes

Sri Lanka tiene un animal marca de la casa: el elefante. Los tres parques nacionales que visitamos (Wilpattu, Minneriya y Udawalawe) cobijan a una buena cantidad de estos personajes majestuosos, de enormes proporciones, que causan un considerable respeto, y a la vez una cierta ternura, sobre todo cuando las señoras elefantas se dejan ver acompañadas de sus crías. Los animales, habituados a la visita de los 4×4, continúan con sus quehaceres como si la cercanía de los humanos no les afectara o interesara lo más mínimo. El Orfanato de elefantes de Pinnawala es un lugar donde se cuida y se cría a elefantes huérfanos, y donde ya conviven 3 generaciones. La atracción turística es de primer orden, ya que los animales llegan a un gran remanso de agua donde, a la vista de toda persona que quiera, se les baña con sumo cuidado y cariño. Los elefantes se tumban en el agua, se dejan hacer, y chupan cámara bajo el atronador sonido de los disparadores de las cámaras de fotos, eso sí, con la seguridad que aportan unas gruesas cadenas en una de sus patas.

Pese a este indudable protagonismo del elefante asiático, otras especies nos acompañaron en nuestras visitas. Por ejemplo, los innumerables cuervos que sobrevuelan continuamente aldeas y ciudades, emitiendo su peculiar graznido, dando un ambiente algo inquietante, tal vez un signo de país del llamado Tercer Mundo. Otros elementos voladores, mucho más pequeños, pero más agresivos al menos para los humanos, dejaron también su huella, no en la antigua Ceilán, sino en la piel de sus visitantes, embadurnados sin remisión con diferentes cremas, lociones y aceites, para ahuyentarlos.

Pero nada como lo de aquella tarde en Wilpattu. Ojos muy abiertos. Había mucha ilusión. ¡Mira, ahí! No, no hay nada. ¿Y en esa rama? Puede ser, sí parece, pero está tan lejos… ¡Ah, aquí esta! En efecto, enfrente de nosotros estaba el señor leopardo. Un animal infinitamente bello, elegante y con aspecto fiero, pero a la vez tranquilo y sosegado. Se paseó calmadamente muy cerca de nuestros vehículos, tal vez en busca de algún muslo o pechuga que echarse al gaznate. Silencio absoluto, bocas abiertas, alucinadas, babilla por las comisuras, click, otro click, uno más, decenas. En fin, una satisfacción que dibujó una gran sonrisa en nuestras polvorientas caras, una inmensa suerte que duró apenas unos segundos en nuestra retina, pero que seguro recordaremos durante mucho tiempo.

El budismo más puro

De ello presumen los habitantes de la isla. Junto a Birmania y Tailandia, Sri Lanka forma parte de este triunvirato de países donde el budismo se aferra a las enseñanzas originales. Es probable que a ello se deba la gran majestuosidad de los espacios dedicados al culto, y, por supuesto, las propias estatuas de Buda.

En efecto. Durante el recorrido pudimos visitar los espacios probablemente con mayor tirón espiritual para las buenas gentes cingalesas que, vestidas en su mayoría de color blanco, abarrotan los alrededores y el interior de cada espacio. Todos tienen unos nombres que, si se quieren pronunciar de corrido, hay que tomar aire antes de intentarlo.

En la estupa de Anuradhapura, enorme y blanquísima, vimos al primer Buda tumbado del viaje. Algo que se repetiría a lo largo del viaje de forma constante, aunque casi siempre acompañado de otras figuras en posición de loto o, las menos, de pie. A esto hay añadir la variedad en la posición de las manos, y el significado del alineamiento de los pies (descansando o yacente). La verdad es que todo ayuda a una sensación de tranquilidad importante. Nada de dolor, nada de sufrimiento, nada de esfuerzo, al menos físico. Esta ciudad y Polonnaruwa, también con preciosas estupas de piedra no revestida, son las primeras capitales de la isla. A un paso de allí se encuentra Gal Vihara. Algo verdaderamente sorprendente. Se trata de cuatro estatuas gigantes, talladas en la roca, una de ellas, la tumbada, verdaderamente impresionante. El conjunto es impresionante.

Mención aparte merece el templo-cueva de Dambulla, Patrimonio de la HUmanidad, con varias salas excavadas en rocas enormes, llenas a rebosar de estatuas en todas las posiciones, de pinturas y altares, y también de fieles portadores de flores de todos los colores. Hay que subir alguna cuesta hasta llegar, pero te distraes con los monos de flequillo de fraile.

Kandy fue la tercera capital. Guarda la reliquia más sagrada: un diente de Buda. Es la máxima expresión popular de esta religión. Miles de cingaleses se arremolinan para hacer ofrendas y rezar, dentro y fuera de las salas de un templo de grandes dimensiones construido para albergar esta peculiar y canina reliquia. La ciudad, además, es muy agradable, llena de tiendas y de gente.

Sigiriya es una candidata a llegar a ser maravilla del mundo. Un conjunto de ruinas palaciegas en la cumbre de una solitaria roca de 300 metros de altura llamada la Roca del León. La vista es espléndida sobre buena parte de la isla. Y espléndido es el esfuerzo a realizar para subir los cientos de escalones de una escalera-voladizo, martirio de las personas con vértigo.

También visitamos otras ciudades interesantes, como la capital Colombo, de espantoso tráfico, presenciamos unas bonitas escenas de pescadores en Negombo, y paseamos bajo la lluvia por la amurallada y holandesa Galle, probablemente lo más turístico del viaje por sus calles y tiendas, donde además tuve la alegría de celebrar mi cumpleaños en compañía de mis compañeros y compañeras de viaje. Gracias a todo el mundo, de todo corazón.

El grupo, y algunas cosas más

Siempre le doy valor a los medios de transporte empleados, y en este, no me puedo quejar: además del avión, nos paseamos en un carro de bueyes, en embarcaciones de frágil aspecto, en un tren no apto para personas con claustrofobia, en uno de los millones de tuc-tuc, en vehículos 4×4, y en lanchas a toda velocidad en horario tanto nocturno como diurno, pero esto último lo comentaré más despacio en otro relato, relativo a la extensión a las Islas Maldivas.

Conocíamos la peculiar gastronomía de estas regiones del mundo. Algo monótona, y sobre todo con un grado de picor considerable, aunque, aún en los lugares más lejanos o populares, las alternativas eran suficientes como para comer bien. Además, allí estaban la cerveza Lion y la EGB, inyectada de jengibre, siempre al rescate de nuestras gargantas.

Y mucho autocar; algo inevitable. Al mando, Yanakka, nuestro guía local, simpático, y siempre dispuesto a ofrecernos información sobre todos los aspectos cotidianos, políticos, religiosos y sociales de Sri Lanka. Al volante, un Fangio local con una habilidad y resistencia para quitarse el sombrero. Y a su lado, un ayudante, el ayudante. Muchas horas juntos de un grupo variopinto, diverso, y, como mejor cualidad, respetuoso con las opciones y opiniones de cada persona.

En resumen, viaje muy aconsejable a una preciosa isla con una oferta muy completa, y muchas y variadas cosas que disfrutar, con paisajes espectaculares y gentes amables, que viven entre anuncios de fotógrafos y modistas para su día de bodas, templos, tuc-tucs y elefantes. Una isla con una historia variada y a veces convulsa, con retos importantes, y con un alfabeto imposible.

Una deliciosa lágrima verde en pleno Océano Índico.