Camino distraído y despacio por la Calle Mayor. Más mascarillas que seres vivos, y eso que hay muchísima gente en la calle a esta hora de la tarde. Escaparates, fotos, anuncios, peluquerías, boutiques, y, por supuesto, tiendas especializadas, donde las venden de todos los diseños inimaginables. Miro alrededor y me asaltan la rabia y la decepción. No hemos sido capaces de parar esto. No lo fuimos hace años, y ahora, las barreras y las distancias forman parte de lo cotidiano. Ya no nos olvidamos de acatarlas.

Abriéndose paso entre la multitud, los veo venir de lejos. Van cogidos de la mano, algo ya inusual, y que queda reservado a las personas más mayores. Pobrecitos, han sufrido mucho desde que empezó todo esto; hay que dejarles en paz, dicen dos jóvenes que caminan a mi lado.

De repente se paran. Se giran, y sus agrietadas caras, mitad piel y mitad tela, quedan enfrentadas entre sí a milímetros de distancia. Como el resto de las personas que estamos paseando, yo también reduzco el paso y veo cómo los carritos de los bebés se detienen directamente.

Y en esto, se las quitan. Se crea de inmediato un gran espacio a su alrededor. Los miramos, asombrados y temerosos, algunas personas sacan su teléfono móvil y comienzan a hacer fotografías y llamadas. Otras sólo miran hacia otro lado, y se preguntan: Y ahora, ¿qué? No irán a……

Era de esperar. Sus labios apenas se rozaban, cuando un pequeño impulso almohadillado termina en un beso profundo, interminable. En mi estremecimiento, escucho: ¡Mira, como en las pelis antiguas! ¿Mamá, esto se puede hacer?  Mientras se besan, sonríen; mientras sonríen, miran de reojo a su alrededor, y siguen riéndose, y siguen besándose.

Compruebo que la multitud ha huido de la situación, y apenas quedamos unos cientos de personas estupefactas, y tal vez envidiosas. Se escuchan algunos gritos de desaprobación, algún insulto, pero la mayoría calla. Intento abrirme paso y dirigirme hacia donde están, pero cuando llego, han desaparecido. Aún permanece un cierto espacio, un círculo de seguridad, por si acaso.

Confuso, y algo nervioso, emprendo la vuelta a casa. ¿Por qué se les habrá ocurrido hacer eso hoy, ahí, en mitad de la Calle Mayor, en plena tarde de paseo? Pero mi asombro es aún mayor si cabe, cuando compruebo que, en el parque, detrás de un sauce llorón, hay dos personas besándose, algo que puedo apreciar también en un rincón de un portal, y en un recóndito banco al lado de mi casa. ¿Qué quiere decir todo esto? Porque estoy seguro de que tiene que tener algún significado, y además importante. Tal vez esté asistiendo al final de una terrible pesadilla, y al comienzo de un Renacimiento. ¡Ojalá!