Compañera noctámbula.

Aunque oficialmente tú no te acuerdas de las cosas que te voy a contar en esta carta, estoy convencido de que te das cuenta y sientes más de lo que parece. No hay duda, eres una roca ahí puesta, suspendida en el cielo, desolada y fisgona de nuestra existencia. Sin embargo, en multitud de ocasiones hablamos de nuestro planeta Tierra como un ser vivo, ¿por qué, entonces, no serías capaz de acordarte y reconocer lo que ha dicho sobre ti el género humano, las veces que te ha invocado, los piropos y las acusaciones que ha vertido sobre ti? ¿Por qué no puedes tener una opinión de quienes tienen la manía de ponerte caras, de que aparezcas en el cine cada dos por tres, o en millones de libros? ¡Ay, si lograras recordar, amiga mía!, podrías escribir la historia de la Tierra.

Te cuento. Ocurrió en la primavera del 59. El lugar, Jerez de la Frontera, una ciudad del sur de España que desde dónde estás, siempre la verás sin nubes. Toda la familia nos disponíamos a volver a casa, agotados, después de un intenso día de feria. De pronto mi hermano Vicente, dos años y pico tendría, se paró en seco y soltó a pleno pulmón “Mamá, yo quero la Luna”. No me extraña. Estabas resplandeciente, casi llena, rodeada de estrellas que, por supuesto, no te hacían la más mínima sombra. Ni su brazo derecho estirado todo lo que era capaz, ni el dedo índice de su manita temblaban, no había duda: te quería a ti y en ese momento. A los pocos segundos, como los demás seguíamos caminando sin hacerle el mínimo caso, empezó a llorar como sólo él lo sabía hacer. A lo mejor le oíste.

“Señora, por favor, haga algo, se le oye más que a la música de las sevillanas de la caseta de aquí al lado”. “Le va a dar algo al pobre crío, y ese bracito lo tiene muy blanco, ¿no?” Ni una vuelta a los caballitos, ni un algodón de azúcar, ni un enorme globo blanco. “Toma, hijo, es como la luna” “¿Cómo se le ocurre pedir esto a este niño?” Nada le consolaba. Nada le hacía bajar ni el brazo y ni el dedo tieso señalándote. Los berridos continuaron hasta el coche de caballos que habitualmente cogíamos a modo de taxi, en esos días de feria, para volver a casa. El cochero se puso serio. “Señores, no puedo ir por ahí, por esas calles tan solitarias con este escándalo” “Hay gente que ya está durmiendo” “Nos van a tirar cubos de agua” Toda una premonición, porque entonces desapareciste, y casi al mismo tiempo empezó a tronar violentamente, y a caer un verdadero diluvio. La tormenta vino en nuestra ayuda, porque mi hermano se calló al instante y se refugió en el regazo de nuestra madre. Que yo sepa, aquello nunca más ha vuelto a ocurrir. Lo de pedir la Luna, digo. Y nunca se sabrá cuál fue el detonante que hizo que tuviera tan claro lo que quería. Tu cara de esa noche le debió de atraer sobremanera.

Diez años más tarde, cerca de la misma fecha del aquel episodio jerezano, tu adusta arena fue pisada por primera vez por un ser humano. Tres kamikazes otorgados y provistos de una tecnología que ahora nos parece de juguete llegaron hasta ti, y uno de ellos tuvo la osadía de dejar en tu superficie la huella más mediática de la historia. No me digas que no te acuerdas. Algo debiste sentir. Por aquí nos temblaron las piernas, asombrados, emocionados, y, todavía hoy, algo incrédulos.

Por fin, lo habíamos conseguido. Teníamos en nuestras manos lo que parecía inalcanzable y mágico, pero que los humanos habíamos convertido en contienda política, en símbolo del poder. Fue la meta de un viaje que supuso el punto de inflexión de la carrera espacial e incluso de la guerra fría que se libraba en esos años entre los dos bloques hegemónicos. Una batalla entre dos maneras muy distintas de vivir y de entender la vida. Desde allí, desde tu polvoriento suelo, una pedorreta resonó en el espacio, y desde entonces, uno de los contendientes no levantó cabeza durante mucho tiempo.

Es una pena que no tengas memoria, porque serías el testigo incontestable para saber lo que de verdad dijo ese hombre cuando dio el primer paso sobre tu arena. Porque has de saber que aún hoy, 50 años después, se tienen dudas de si dijo “para el hombre” o “para un hombre” dentro de la frase que ha pasado a la historia: “Este es un pequeño paso para el/un hombre y un gran salto para la humanidad” Como todo lo que se investiga en ese país, estoy por asegurarte que se han invertido millones de dólares para conocer esa “imprescindible” verdad. Se habrán nombrado directores generales, gabinetes de estudio, se habrán hecho tesis doctorales, en fin, lo habitual. Tu testimonio hubiera ahorrado mucho dinero.

Y ahora se cumplen 50 años de aquello. Mi hermano sigue sin tenerte en sus manos, aunque, como otras muchas personas, en los tiempos que corren por aquí, seguimos pidiendo cosas que parecen imposibles de alcanzar. A mí, pensando en presente, y me atrevo a decir que a mi madre también en aquel momento, nos hubiera encantado ir en un rinconcito del Apolo 11. Para verte la cara de cerca. Desde luego que a Vicente no le hubiéramos llevado. ¿Te imaginas que hubiera pillado una tremenda tabarra? No lo quiero ni pensar. Se habría oído, prematuramente, aquello de: “Houston, tenemos un problema”, otra famosa frase dicha por otro astronauta un año después.

Me imagino que ya no hay niños que piden la Luna. Te tienen ya de todas las maneras posibles, en cualquier dispositivo electrónico e incluso impresa en 3D. Además, en pocos años, ellos también pisarán tus tierras. Ya empieza a haber lista de espera para visitarte, es decir, para tu invasión turística destructora. Pero no te preocupes, se organizarán plataformas en tu defensa, grupos de ecologistas lunares, o una mani en el Mar de la Tranquilidad. Piensa que, como la humanidad siga así de inhumana, te puedes convertir en el refugio más cercano si tu galáctica compañera termina por claudicar.

Sigue ahí, amiga Luna, sigue inspirando, influyendo, provocando. Sigue iluminando las noches terrenales, de la postura y del color que te corresponda. La mayoría de las personas que habitamos la Tierra, no somos conscientes, no sabemos ni cómo ni porqué estas ahí y qué hilos te sostienen. Sólo suponemos que un ejército de estrellas te maquilla todas las noches para así resultar siempre tan atractiva y sugerente.

Hasta pronto. Hasta esta noche.