El otro día vi y escuché el debate de investidura de Isabel Díaz Ayuso como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Y también su discurso de toma de posesión. ¿Curiosidad? ¿Masoquismo? Tal vez un poco de todo.

Un discurso muy soso, vacío, con muy poco contenido útil para la población madrileña. Un discurso aferrado a los recursos-mantra de siempre: Venezuela, ETA, los que quieren romper España, etc., y poco más. Confieso que no me provocó la menor emoción, ni un mísero extrasístole. ¡Qué pobreza! De todos modos, todo tiene su explicación. Quien posea una TV de muy alta definición se habría dado cuenta de la presencia difuminada, casi imperceptible, de Esperanza Aguirre, Aznar y Pablo Casado justo detrás de la ya presidenta, guiándola en su discurso, manejando los hilos de su pensamiento. Da la impresión de que Díaz Ayuso necesita ayuda.

Pero más que a ese tostón, quiero referirme a algunos personajes nombrados como consejeros para el “nuevo” gobierno. Un gobierno que va a escorarse más a la derecha aún, tiñéndose de formas aún más reaccionarias, entre otras cosas por la necesaria presencia de su aval: Vox. Estas personas son bien conocidas en el ámbito sanitario, y tras muchos años en el mismo, me voy a permitir hacer algunos comentarios.

El nombramiento de Enrique Ruiz Escudero es un síntoma de continuidad. Se mantiene al frente de la Consejería de Sanidad gracias a su inacción. Lo cierto es que ha pasado desapercibido, algo bastante sencillo si recordamos a los anteriores en su cargo que, como conejos sacados de una chistera, parecían todos iguales, pero lo cierto es que, si uno era malo, el otro era aún peor. Esta ausencia de protagonismo habla también de un tiempo de muy escasa reacción por parte de los agentes sociales y de la propia ciudadanía.

La verdad es que Ruiz Escudero no ha hecho gran cosa por la Sanidad Pública madrileña: la Atención primaria sigue en un estado lamentable, sin que se atisbe un imprescindible aumento de recursos; las listas de espera siguen estables-impresentables sin signo alguno de mejora, y no hay ninguna razón para sospechar que se va a recuperar lo perdido, en términos de camas hospitalarias o en número de profesionales. Es decir, desde el punto de vista asistencial, nada de nada.

Eso sí, se ha preocupado por salir en muchas fotos presentando o dando el visto bueno a los proyectos de reforma estructural de varios de los grandes hospitales de la capital. Proyectos en algunos casos faraónicos de dudosa necesidad, de preocupante opacidad, y de prácticamente nula participación ciudadana, y lejos de la verdadera preocupación de la ciudadanía: mejorar la calidad asistencial.

Por último, hay que reconocer su sinceridad cuando ha declarado que la colaboración público-privada debe incluso aumentar. En esta clase de amistades peligrosas, ya se sabe quién sale perjudicada siempre: la sanidad pública. Su descapitalización mantiene llenas las arcas de la sanidad privada. Bueno, nada que pueda extrañar. Es el objetivo del PP año tras año; es su forma de entender la sanidad. Pero duele contemplar cómo se desmantela una sanidad pública que había alcanzado unos niveles de calidad magníficos.

En resumen, el nombramiento de Ruiz Escudero significa un propósito de continuidad (en la inacción), y una defensa y promoción de la sanidad privada. Malas noticias, por tanto.

Lo de Fernández-Lasquetty parece una broma de mal gusto, pero es una terrible realidad. Va a disponer del dinero de los madrileños y madrileñas un personaje que intentó desmantelar la sanidad pública madrileña a golpe privatizador. Ya lo ha comentado en unas de sus primeras palabras como consejero de Hacienda de Díaz Ayuso: si no hay reformas, habrá recortes. No hay que ser premio Nobel para saber que las reformas, en boca de Lasquetty, tienen un nombre propio: más privatización. Pero no hay que extrañarse, su discurso es consecuente con su pensamiento ultra-neoliberal, y consecuencia de su ADN, manipulado desde FAES y protegido por Esperanza Aguirre.

Para mayor desgracia, su actual puesto, va a suponer un peligro inminente, no solo para la sanidad pública, sino también para la educación pública, la igualdad y el feminismo, la defensa del medio ambiente y los derechos sociales y laborales, etc. Además, hay que tener en cuenta que su anterior bloque de reformas le salió “rana”, y tuvo que dimitir. Ahora se cuidará mucho de caminar por otros senderos más seguros, probablemente más opacos, pero con un claro objetivo: lo privado antes que lo público.

En resumen, estos nombramientos, y alguno más que, a pesar de su indudable carga polémica, no estimo oportuno comentar, parecen abonar el campo de la respuesta ciudadana. Durante la pasada legislatura la oposición política obtuvo algunas victorias, pero al final prevaleció el disgusto y el pataleo dada su posición de minoría parlamentaria. Mucho me temo que se puede volver a repetir ahora.

En efecto, la respuesta social de quienes defendemos lo público, en la que en muchas ocasiones se ha apoyado la oposición, puede ser la única alternativa para intentar frenar todo lo que se nos viene encima. La recomposición de las Mareas, el movimiento vecinal, la desobediencia social, y la oferta continua de otras soluciones, distintas a las que se nos ofrezcan desde la derecha política, pueden al menos mantener un pulso que demuestre que hay una mayoría de madrileños y madrileñas que no se conforman.

 

Corren malos tiempos para la calidad de la asistencia sanitaria