Recibí la citación por los canales habituales. Pero no podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Literalmente, la resonancia magnética me la iban a hacer en la “Sala AFFRM del RESONANCIA CAMION”. ¿Cómo? No puede ser, me dije, no es posible.

Una vez investigado y localizado el lugar donde se encontraba la asombrosa “Sala AFFRM”, allí me personé en el día y hora indicados en la cita.  Hay que decir que más que un camión era un tráiler, es decir lo que es un camión articulado sin la parte correspondiente al motor y al habitáculo para la persona que conduce. Era el camión que más me gustaba de pequeño. Sin duda. Cuando le manejaba con la mano y movía la parte de atrás, el tráiler, con una gracia sin igual. Sin duda mi favorito junto al de bomberos.

Para acceder al remolque/tráiler había que subir por una escalera metálica, estrecha, y de aspecto ciertamente inestable. Eran sólo 6 ó 7 escalones, pero, en fin, no era cuestión de caerse, aunque ya que la resonancia era de cráneo…. Para más incomodidad, estaba lloviendo. Así que, subiendo por la escalerilla con mi paraguas desplegado, me acordé de Mary Poppins. Por un momento me imaginé embutido en aquel vestido largo, ataviado con aquel sombrero y llevando aquel inmenso bolso, volando sobre aquella escalerita, a salvo de cualquier resbalón.

Golpeé la portezuela suavemente y me asomé al interior. Dentro, estaban dos mujeres, una con uniforme sanitario, y otra que me imaginé que sería una paciente.

– ¿Es usted Luis?, dijo la persona con uniforme azul.
– Sí señora.
– Pues tiene que esperar ahí enfrente, por favor, en Banco de Sangre. Le llamaré en pocos minutos.

Bajé con sumo cuidado, zigzagueando después entre los charcos y me acomodé en la sala de espera. Al rato vi salir a mi predecesora en el cargo de paciente. Resbaló en el segundo peldaño y me levanté como un resorte, por si precisaba ayuda. Afortunadamente la cosa no fue a más, y la señora salió indemne de su resonancia magnética camionera. Y es que el Banco de Sangre es una unidad, sin duda, de gran valor sanitario, pero que, me temo, no soportaría una urgencia importante que procediera del camión/tráiler, algo que, aún dentro de lo raro, no es imposible.

Durante la espera, me dio tiempo a investigar. Las letras AFF corresponden a AFFIDEA, una empresa que se dedica a hacer diagnósticos en unidades móviles. Te pueden hacer una resonancia, una mamografía, una colonoscopia, etc. En su web se habla de profesionales Técnicos Especialistas, que hacen la prueba y luego otros profesionales, se supone que especialistas en radiología, emiten el informe correspondiente. No figura donde están estos últimos, si les han puesto un despacho en el hospital, o están en su casa. En fin, son cosas de la externalización sanitaria, del negocio de la salud, como así la entienden determinadas formas de pensamiento político-social.

No pasaron muchos minutos, cuando vi salir a la sanitaria haciéndome gestos para que fuera al tráiler. Y armado de valor y paraguas, volví a escalar hasta la puerta del remolque.

Obviamente, entre la mesa de la sanitaria Amparo, según figuraba en la tarjeta de identificación que colgaba de su cuello, el rincón para que el o la paciente deje sus cosas, y la máquina de resonancia en sí misma, el espacio libre para moverse era casi virtual. Pero bueno, ahí me tumbé, debajo del majestuoso arco. Con temor a no cumplir la orden de que no me moviera, ya que aún tenía tos y mocos de una reciente gripe.

Amparo me dio unos tapones para el molesto ruido que ya sabía yo que se avecinaba. Preciosos. Y me dispuse a buscar y encontrar un motivo para relajarme; algo que se antojaba difícil en esa situación.

Salí de mi meditación tras un ruido diferente al que padecía y, sobre todo, al notar como si algo hubiera chocado contra el camión/tráiler/remolque/resonancia. Y se movió hacia delante. Estábamos en marcha. La joven intentó abrir la puerta, pero fue imposible. Yo también lo intenté, pero nada. Los móviles no funcionaban, y, eso sí, la máquina seguía metiendo su ruido despiadado. Aporreamos de forma decidida la pared más cercana a la cabina del conductor. Ningún resultado. Nos miramos incrédulos.

– Esto no puede ser real, dije con voz entrecortada. Amparo asintió, con una cara de pánico que daba no sé qué verla.
– Y esto pasa por lo que pasa, aseguré con mala cara. Ella también bajó y subió la cabeza varias veces. Parecía no poder articular palabra. Estaba muy pálida.

Aquello, como diría una colega de profesión, era para mear y no echar gota. Resignados, nos sentamos. La máquina por fin calló. Los móviles seguían muertos. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que por fin el camión se detuvo. A mi compañera de viaje y a mí, nos pareció una eternidad. Y por fin, la puerta se abrió automáticamente.

Bajamos. Era impresionante. Una enorme explanada, rodeada y cubierta por completo por un material transparente. Perdí de vista a Amparo.

Caminando por aquel inmenso lugar, vi varias carpas blancas distribuidas por la planicie. Una de ellas tenía un gran cartel que ponía INFORMACIÓN. Había algo de cola.

– Buenos días. ¿Podría informarme qué es esto? ¿por qué estoy aquí?
– Mire, señor, esto es solo una medida de seguridad. Hemos detectado pequeñas fugas de helio en nuestros camiones de resonancia. Les traemos aquí durante 3-4 horas, revisamos la unidad, y luego los llevaremos a ustedes en el mismo camión, al lugar de donde salieron, habitualmente cerca de su hospital. Con eso es suficiente. Tienen carpas para comer gratuitamente, para descansar en cómodas hamacas, ver TV, escuchar música, y otra grande de servicios, con duchas y bañera con hidromasaje. Un inconveniente: aquí el móvil no funciona.
– Bueno, ¿y no debo hacerme ninguna prueba aquí, o después en mi centro de salud, o en el hospital?
– Con este aislamiento basta.
– Nos llamarán, ¿no?
– Sí, por megafonía. De todos modos, póngase esta pegatina con su identificación.

La verdad es que me fui algo confundido, y ciertamente cabreado ante una situación inaceptable provocada por el afán privatizador de la asistencia sanitaria por parte del Gobierno de la Comunidad de Madrid. ¿Hay que normalizar que te hagan una resonancia en un camión, y que te traigan después secuestrado a un descampado porque se ha roto la máquina y puedes pillar algo que no tienes? Me niego en redondo.

Me acerqué a una carpa alrededor de la cual había mucha gente. Rodeando la misma se disponían varias personas, sin duda de un servicio de seguridad, dado su aspecto de armario ropero. No se llegaba a ver el interior de la carpa, pero sí se oían las voces que salían de su interior.

– ¿Qué me tengo que quedar aquí tres horas? ¿Y sin móvil? decía alguien con voz de mujer muy enfadada. Vamos, ni de coña. A ver, Miguel Ángel, arregla esto ya mismo, ¡o armo una que pa qué!
– Mira presidenta, esto son órdenes de Salud Pública, y no tenemos más remedio que obedecer.
– Venga, hombre. ¿Yo también? A ver, tendrás que informarles que soy la presidenta de la Comunidad de Madrid, la más importante de España, y la próxima presidenta del Partido Popular, y seguramente del Estado Español. Miguel Ángel, ¡fuera de aquí!, y vuelve sólo para decirme que nos vamos. Esto sólo pasa en Madrid. Seguro que la empresa de camiones viene de parte de Pedro Sánchez. Este Enrique no se entera. Mira que le dije que la resonancia me la quería hacer en la Quirón. Pues nada, que si la imagen, que las elecciones están cerca…Ah, Miguel Ángel, ¡y quiero saber quiénes son esa gente de Salud Pública! Lo mismo son de UP, o de IU, o de la ETA.

Me alejé con una medio sonrisa. Una “ayusada” en directo no se oye todos los días. ¿Hasta cuándo las tendremos que soportar?, me dije con tristeza.

Me fui a tomar algo. Unas tapas, un rioja que no estaba mal, y un café que los he probado mejores. Y me tumbé en una hamaca a estirar las piernas y ver la televisión.

Una voz requería mi atención, sintiendo a la vez un cierto zarandeo para que ofreciera una mínima respuesta.

– ¡Luis! ¡Señor Fernández!, hemos terminado.
– Huy, Amparo, ¡me he debido de dormir! ¡Y con pesadilla incluida! ¿Me puedo ir?, dije incorporándome y cogiendo mi abrigo y mi paraguas.
– Sí, ahora ya sí que puede abrir la puerta.
– Pues adiós. Buenas tardes y muchas gracias.

Era de noche. Caray, que larga ha sido la resonancia, pensé. Miré mi reloj, que ya funcionaba. Casi 6 horas ahí metido. Habrán tenido que repetir cosas, y como estaba frito, no me enterado de nada.

Me encaminé hacia el aparcamiento. Mientras, una duda zumbaba dentro de mi cabeza. ¿Por qué Amparo me ha dicho que “ahora YA SÍ que puede abrir la puerta”?