– !Alí, Alí!, ¡ven!, ¡corre¡ ¡Estoy aquí afuera!
– ¡Uf! Ya estoy aquí. Vaya susto, Mohamed.
– Y que lo digas, yo he podido irme rápidamente, pero me he quedado muy preocupado por ti, que te quedabas solo ahí dentro. Pero, Alí, ¿cómo se te ha ocurrido?
– ¡Ay, no sé! Tenía hambre y estaba buscando algo para comer. Y mira que habíamos cenado bien. Las verduritas estabas exquisitas, y el pollo muy jugoso. No te vi tomar postre, Mohamed, pero yo me zampé medio pastelito de chocolate que estaba para chuparse las patas.
– Sí, yo terminé hecho un Buda-Mouse. Pero, bueno, cuéntame, ¿qué esperabas encontrar en la cama de una humana?
– A ver. Yo estaba husmeando, despacito, con sigilo, y me vino al hocico un olorcillo peculiar. Me debí confundir con alguna fruta, o algo así. El otro día me dijeron que ahora las humanas se ponen cremas para dormir con olores muy diversos, así que me debí guiar por ese olor, y, ¡para arriba!, directamente a la cara. Te he de decir que olía fenomenal, no sé decirte a qué, pero me encantaba. La lamí un poquito la mejilla izquierda, la barbilla, la frente, sin que ella se enterara. Pero al llegar a la nariz, se despertó, y pegó un salto en la cama y me vio corretear por el suelo de la jaima. Pegó un grito que se escuchó seguro en Marrakech, y después escuché otro de la otra chica que debió oírse en Tetuán. Y yo me pegué un susto de muerte. ¡Por Mickey, que casi me da un infarto!
– Claro, no me extraña. Los humanos, con esa voz que tienen, cuando gritan es como si fuera una bomba. Y mira que estas chicas son majas. Yo las ví en la cena y son un encanto, pero, Alí, nos tienen miedo, o asco, no sé muy bien porqué, pero así es. Vale, cuenta, que yo ya estaba fuera, y no sé qué más pasó allí dentro.
– Bueno, se abrazaron pateando el colchón. “¡Es un ratón¡, ¿le has visto, Yolanda?” “Pues mira, Cris, yo he gritado porque tú has gritado. No me ha dado tiempo a ver nada” “Te digo que me ha pasado por la cara, ¡qué asco¡”. “Habrá que llamar a alguien para que revise la jaima, Cris; y yo no me atrevo a bajar de aquí” Y allí estaban, Mohamed, las dos encima de una cama, muertas de miedo, o de asco, mirando a su alrededor a ver si me veían. No entiendo para qué hacían eso, porque yo me podía subir a la cama en un santiamén.
– Y tú, ¿dónde estabas escondido?
– En una deportiva española.
– ¿Qué es eso de una deportiva española?
– Pues chico, parece mentira, tú con tanta experiencia, que no sepas lo que es. Todas las deportivas, las mochilas, muchas sudaderas, las gorras, todo es de una marca que sólo la lleva la gente española; se llama Quechua. Por eso sé que esta gente es de por allí. Yo de idiomas estoy fatal.
– Mira qué listillo este chico. Tienes bastante razón, pero, sigamos. Yo entonces vi que Ibrahim llamaba a la puerta y entraba, ¿no?
– No llegaron ni a llamarle. Allí se presentó el hombre al oír los chillidos, con unos ojos de sueño tremendos. Le abrieron de inmediato. “No se preocupen, voy a mirar si hay ratones” “¿Es que puede haber más de uno?” “A veces van en grupo” “Me muero, Yoli, me muero”. Entonces los tres se dieron cuenta de la situación. Las dos chicas estaban de pie, de los nervios, encima de la cama, en bragas y con camiseta modo-pijama. A Ibrahim le duraba la mirada quieta un par de milisegundos. Las chicas no sabían qué hacer, si bajar y encontrarse con el monstruo, o quedarse allí en paños menores.
– ¡Qué situación! Y tú allí, en tu Quechua, escuchando y mirándolo todo. ¡Qué divertido!
– Bueno, duró muy poco. Ibrahim empezó la búsqueda. Debajo de la cama, en el cuarto de baño… Mientras ellas comentaban: “No me pienso bajar”. “Me vas a perdonar, pero yo, si volvemos por aquí, me traigo una trampa para osos” Se empezaron a reír a carcajadas. Ibrahim las miraba y parecía pensar: “Alá, ¿qué he hecho yo para merecer esto?”. “Un pelín exagerada con lo de la trampa para osos, ¿no, Yoli? Aquí no hay animales tan grandes, amiga” “¿Y los dromedarios, ¿qué me dices?” “¡Imagínate que se te mete un dromedario en la cama, Cris!” Y a reír como locas. “Por favor, Yoli, no sigas que me meo, y tendría que bajarme de la cama, y esta este hombre ahí. Por favor ¡para ya!”
– Bueno, Alí, ¿no decías que duró poco esta locura?
– Sí. Enseguida Ibrahim se fijó en mi Quechua. Yo estaba en modo fósil. No se me movía ni un pelo del bigote. Pero me descubrió. No le ví ninguna intención de hacerme daño, y con un cuidado exquisito movió la zapatilla y salí zumbando hasta aquí, entre gritos ahogados de, por unos minutos, mis compañeras de jaima. Y aquí me tienes.
– Tranquilo, que ya estás a salvo. Respira hondo.
– Mira, ya se va Ibrahim. “Bueno, ¿te importa si dormimos juntas esta noche, o lo que queda de noche?”. “Claro que no me importa, así no cabrá en la cama el dromedario”. Escucha, Mohamed, cómo se ríen de nuevo; me encantan. “Oye, lo del chico este, de 10, ¿no?”. “Desde luego, porque la situación era grotesca, pero a lo mejor algo difícil para él” “Jo, Cris, es que es como si nos hubiera visto en bragas todo el Mundo Árabe”
– Vamos Alí, a dormir a la palmera. ¿Qué haces ahí tan quieto? ¿En qué piensas?
– En que yo también, así de poca cosa, soy también del Mundo Árabe.