Todo un clásico. “Qué, ¿a que se ven las cosas distintas de médico que de enfermo?”, como diciendo, ¡a ver si te das cuenta, caray!
Claro que sí. Ya estuve antes en este lado, pero no con la intensidad ni la duración de esta vez, y sobre todo con la inseguridad a corto plazo de lo que podía ocurrir. Una rotura de ligamentos de rodilla es una cosa bien definida, conocida, de resolución básicamente mecánica. Esto es otra cosa, no lo olvidemos, es algo nuevo. y, como consecuencia, da cierta angustia y recelo.
La experiencia de estar en el otro lado de la asistencia, como enfermo, ha sido reveladora en muchos aspectos, a pesar afortunadamente, de su corto recorrido, y de la levedad de la situación. No he necesitado ningún cuidado especial, es decir, ha habido suerte. No olvidemos que esto es una lotería. Si te toca el premio gordo, lo pasas en casa con tres mocos mal repartidos. También hay reintegro, y te puede tocar, como en mi caso, y, por fin, hay quien se ha apostado mucho dinero a un número redondo para nada, y termina en una UVI.
No tengo ninguna duda. Hay que tener suerte en el entorno de esta infección tan joven, aún tan desconocida después de dos años, no suficientemente estudiada, y, por tanto, con tan pocas posibilidades ni eficacias terapéuticas ni preventivas, todas ellas, de momento, a nivel experimental. Medicamentos y vacunas han mantenido vivos, y siguen haciéndolo, a muchos enfermos, pero no han curado, no han hecho lo esperado, no han evitado que el virus siga paseándose libremente por ahí, sin respeto a inyectados o no. El paso del tiempo ha demostrado que el virus va por libre, y, claro, pone de manifiesto el carácter ya obsoleto de prevenciones, certificados, y de la mayoría de las restricciones que le han ocasionado sólo cosquillas. Es un discurso sin recorrido.
El hecho es que me ha tocado, y afortunadamente, repito, de una forma leve. A pesar de ello, me voy a permitir escribir algún comentario sobre la asistencia recibida y otros aspectos relacionados con la misma. Soy habitualmente crítico, y no voy a dejarlo de ser ahora tampoco, pero lo primero que tengo que decir es que el sistema de salud, al menos en mi caso, ha funcionado. No puedo hablar si la situación hubiera sido otra, más grave. Menos mal.
Sería bueno que estos ingresos ocasionales, casi por sorpresa, sin grandes montajes asistenciales fueran asumidos por quienes los sufren de la manera más tranquila posible. Puede ser complicado, lo sé. De entrada, la situación te da un buen bofetón ya que supone una exposición total de tu cuerpo serrano. Una exposición de tus brazos, tus venas, tu culo, tu barriga, tu boca, todo queda al aire y a la libre disposición de quienes te atienden. A su merced. Es una sensación rara, difícil, estás verdaderamente desnudo. Poco a poco, si va todo bien, llegas a apreciar lo importante que es dejarse hacer, dejarse cuidar por otras personas. Es algo que hasta puede producir cierto relax. Sí, es verdad que a media tarde viene alguien a pincharte en la tripa, o por la mañana a sacarte sangre, y yo, cagueta de profesión, no me ha gustado un pelo, pero es un momento. Y ahí está lo fundamental: esa instantánea relación que se establece con quien viene a hacerte la faena. Cuando termina, puede uno pensar, ¡hay que ver, qué buena profesional! ¿Porqué? Bueno, además de que ha atinado a la primera (importante, sin duda), ha tenido la suficiente delicadeza y amabilidad en el trato: profesionalidad.
Después, tras un pequeño soplido de alivio, empecé a comprobar la bondad del abandono, de dejar hacer, de dejarte hacer por otra persona distinta a quien se desvive por cuidarte en casa, con total acierto, sin duda, pero a costa de su propio agotamiento físico y mental. No deberíamos pensar que esto es lo excepcional, sino lo que debe, o debería, ser normal en un hospital. No deberíamos pensar que es el justo precio a los impuestos que pagamos, sino la actitud lógica de un buen profesional, que, además transmite algo que no se enseña en la facultad: empatía. Aquí es donde descansa, como se ha dicho, y se dirá siempre, la asistencia sanitaria de calidad de nuestro sistema sanitario.
Claro que ha habido sombras. La sanidad pública, la única que a mí me interesa, siempre tendrá que mejorar, siempre tendrá que aumentar sus recursos, sus presupuestos, sus objetivos. Un buen ejemplo es la catástrofe de la Atención Primaria.
Me quedo por tanto en la hospitalaria. Varias cosas que reseñar, algunas más anecdóticas que otras, pero como me han llamado la atención, aquí las suelto, que para eso es mi blog. Creo que todas son mejorables, algunas no sin una apuesta decidida por las autoridades estatales, otras más difíciles de torcer sin un gobierno regional de distinto signo al existente.
Algún ejemplo: no se puede auscultar a un enfermo por encima de la ropa, pijama o lo que sea que lleve puesto. Y no arremeto contra el médico que diariamente me ha atendido, joven y bien formado, sin duda, pero nadie le habrá dicho que eso no es manera de saber cómo funciona el pulmón que hay situado debajo. No. Y no se puede averiguar si tienes los pies hinchados palpándolos por encima de los calcetines. No. Me parece una muestra de que algo tan fundamental como enseñar como hay que sacarle la información a un enfermo para poder después curarlo eficazmente, se topó hace tiempo con la tecnología, con la imprescindible imagen. Algo a revisar en facultades, hospitales MIR, etc.
Otro: el canal oficial de TV de la Comunidad de Madrid. Habría que boicotearlo, cerrarlo, llevarlo a los tribunales, no sé. Es un verdadero asco. Veamos. Un par de reportajes sobre médicos, sí, sólo médicos aparecen en la pantalla. ¿Dónde está el resto de personal sanitario que atiende al enfermo? ¿Sólo ha habido médicos en el desarrollo de la medicina pública de este país? ¿Sólo hay médicos en el Hospital Ramón y Cajal para hablar de vacunas? Un ¿olvido? irrespetuoso y denigrante.
Después, un reportaje para los más pequeños, que, por cierto, debería filtrarse para la correspondiente zona del hospital, que existe desde hace muchos años.
Y, a continuación, ¡ta ta chán! aparece la perla de la humanización, aquel incumplido y electoralista proyecto de humanizar la asistencia por parte del correspondiente gobierno regional. Se trata de un extenso reportaje sobre el fabuloso índice de ataques de depresión, demencias de todo tipo, y, por supuesto, suicidios que acaecen en toda edad y condición, y que azotan nuestra sociedad de forma inexorable. Increíble, una verdadera agresión gratuita a toda persona enferma. Algo que, sin duda, no necesita, ni tal vez debe ver en ese momento. Claro, uno puede apagar este canal-adefesio y pagar la contrata correspondiente si quiere ver TV. O simplemente no ver TV. Pero, bueno, a lo que quiero llegar es a quién se le haya ocurrido lanzar esto, se lo han aprobado, sin pestañear, esperando no sé qué reacción positiva en un enfermo que está en una situación de salud precaria. En fin, despreciable TV oficial.
Algunos otros olvidos, algunas cosas que no están porque el enfermo no las pide, algunas de ellas muy obvias. No hay que esperar (olvidar) a que el enfermo pida algo para humidificar el oxígeno administrado, algo lógico y disponible. No hay que esperar a que el enfermo sugiera alguna manera de continuar en el domicilio la administración de oxígeno que ha llevado de forma continua durante el ingreso. Esa manera existe, es fácil, gratuita para el usuario, y reduce costes de ingreso a las arcas públicas.
Dejo para el final algo agradable que no quiero ni debo obviar: la disfrutada compañía. Mi compañero Eduardo. Persona discreta, amable y respetuosa, con quien he tenido la suerte de compartir habitación. Comentar nuestras respectivas situaciones durante esas horas vacías ha sido grato y yo diría que incluso beneficioso. A veces separados por una antiestética cortina, deseándonos buen provecho a la hora de consumir los manjares propuestos. Y lo mejor, la afición al piano, sobre la cual me lleva muchísima distancia y muchísima marcha y ritmo, pero que ha sido motivo de chanzas e historias. También he tenido suerte en esto, Eduardo. Un placer haberte conocido. Que te sea leve.
No puedo negar que a las 24 horas de estar allí me quería volver a casa. La he extrañado mucho, sensación incrementada por la escasez de cuidados especiales que afortunadamente he necesitado, pero he de decir que lo vivido, con sus luces y sombras, ha sido correcto. Parezco la ministra de Sanidad, o el consejero de la Sra. Ayuso, lo sé. Creo que es en estos ingresos digamos light, en los que la conciencia está más despierta, en los que se puede apreciar mejor la calidad de la labor asistencial y el beneficio del abandono a dejarse curar. Con un grado más de agresividad, la conciencia disminuye, y con menos nos topamos con el desastre de la Atención Primaria.
Tras estos días al otro lado de la asistencia sanitaria, con la mirada distinta, mi compromiso con una sanidad 100% pública y de calidad me confirma la absoluta y continua necesidad de una mejor apuesta política diaria y de futuro, de una gestión decente, y de un conocimiento profundo por parte de la sociedad de la realidad asistencial. Faltan y fallan esos canales de información que lleguen y empoderen masivamente a la población.