Se cumple un año del inicio de una guerra que debió acabar al día siguiente de caer el primer obús. Pero la realidad es que aquí seguimos, pendientes de unos y de otros, como si creyésemos que algo de repente fuera a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Todo parece que no va a ser así. Ni unos ni otros lo desean. 

Lo lógico es que todo hubiera empezado en torno a una negociación sobre el Donbás. territorio que al fin y al cabo era prorruso. Pero Putin quería más, era evidente: el pasillo a Crimea. Y siguió erre que erre: fuego y muerte. ¿Alguien imagina ahora a Rusia deponiendo las armas, y retirándose a sus cuarteles de invierno? Es inimaginable. 

¿Alguien se imagina ahora a Ucrania/OTAN deponiendo las armas? Tampoco cabe en cabeza de nadie. Se les pasó el arroz al día siguiente del primer bombardeo. Se les pasó el tiempo de sentarse y no levantarse jamás, hasta llegar a un acuerdo. Ese acuerdo que hubiera evitado tanto sufrimiento y tantos muertos a su población. ¿Suena a rendición? Puede ser. ¿Suena a no intervención? Seguro que sí. 

¿Alguien se imagina ahora a Rusia y Ucrania/OTAN sentados en una mesa de negociación para acordar un alto del fuego, o una solución más permanente, y todo con las mejores intenciones? Parece tarde. Debió ocurrir hace un año (tal vez hace muchos años atrás). Entonces y ahora, es la única solución civilizada. La otra, la patrocinada por todos los gobiernos “occidentales”, la de la ayuda-escalada militar, no lo es. Esa es la solución salvaje. Parece que ahora hay movimientos en favor de una paz negociada. Bravo, pero llegan tarde. Un año tarde. Ya nadie se fía de nadie. Antes tampoco.

Y esta desconfianza le viene de perlas a la OTAN. Con el primer obús ruso, olió a pólvora y se le pusieron las orejas tiesas. Se había despertado la máquina de matar occidental. Y bajo la careta de la ayuda humanitaria, de la defensa de un territorio sobre el que nunca reparó a pesar de la amenaza de conflicto que pendía sobre él desde hace mucho tiempo, se puso manos a la obra, o sea, manos a los misiles, a las metralletas, y últimamente, a los tanques. Todo muy lejos de la paz, muy lejos de una mesa de negociación. 

Y Zelenski. Con la iglesia hemos topado (la ortodoxa en este caso). En todo este año, ha sido incapaz de mirar hacia su pueblo, hacia sus muertos. Siempre encaramado en su escenario, con su atrezo inconfundible de Robin Hood pedigüeño, desde donde, de forma patética insiste en que se le manden útiles para matar rusos. Manda soldados a las universidades bélicas de “occidente” para que aprendan a apretar botones en tanques y aviones, y él no es capaz de pulsar ese que tiene en su escritorio donde pone OFF-STOP.

Dentro de un año, asistiremos sin rechistar al segundo aniversario de esta mierda de guerra. Hablarán de ella al final de las noticias, pocos minutos, con recuento de muertos y desplazados, con últimas declaraciones, y con las últimas visitas “inesperadas”. Como en estos días que Zelenski ha recibido a Biden en modo Hollywood, a la nazipresidenta italiana, e incluso a nuestro presidente Sánchez. Las razones de estas visitas: la primera, dar por culo a Putin, la segunda, afinidad ideológica, y la otra, la próxima presidencia de la UE. Total, unas fotos por las calles destruidas, algo obvio, ya que es un país en guerra, y unas promesas de paz con bombas, algo no obvio, sino contradictorio. 

En fin, será un segundo aniversario sin cambios sustanciales: Putin amenazando, Zelenski pidiendo, la OTAN alimentando la guerra, y Estados Unidos con sus bolsillos a rebosar. Y España, si no lo remedia nadie, seguiremos órdenes, y habremos mandado unos cuantos Leopard más, después de habernos costado un riñón tunearlos y ponerlos presentables ante el enemigo: gran aportación a la paz. Bueno, y serán unos cuantos millones menos para las necesidades más esenciales de muchos españoles: gran aportación a la justicia social.

No hay que descartar que, dentro de un año, coincidiendo con esta efeméride, contemplemos atónitos por televisión la entrega del premio Nobel de la Paz, en conjunto, a los cuatro protagonistas de este sinsentido. Veríamos a Biden con cara de dormido y desubicado, a Putin con una venda en la cabeza tras caerse montando a lomos de un oso por las estepas siberianas, a Zelenski, vestido con la camiseta de los Lakers y con una escayola en una pierna después de jugar un partido de la NBA, y al jefe de la OTAN, el señor de la guerra Stoltenberg, con un tirachinas en el bolsillo superior de su traje. En fin, una parodia, que, por cierto, no sería la primera en la historia de los Nobel.

Y en medio de esa celebración, se comentará una vez más lo de siempre: nueva oportunidad perdida de la ONU, para redimirse, para revalorizarse, para poner sobre la mesa lo indignante y lesivo del veto de unos cuantos países de esa organización. Muchos de ellos beneficiarios de esta y de cualquier otra guerra. El cuento que nadie quiere acabar y romper de una vez en mil pedazos.

Hace 20 años el mundo se echó a la calle gritando “¡No a la guerra!” “¡Paremos la guerra!” Los países más comprometidos en aquella barbaridad (entre ellos España), fueron los escenarios de grandes manifestaciones en contra de mandar fuerzas militares al campo de batalla. Y ¡ojo!, contribuyeron a la caída de algún gobierno. ¿Alguien puede asegurar que no va a haber soldados españoles en Ucrania? ¿Por qué no salimos ya a la calle?