Debe ser aquí. No sé si he venido por mi cuenta o alguien me ha guiado, pero, en fin, aquí estoy.
- Hola, buenas. ¿Es este el reino de los cielos católicos?
- ¿No ha visto usted el cartelito de la entrada? ¿Y a los angelitos que lo sostienen tampoco?
- ¡Dios mío! No me había fijado. Perdone. No se enfade. (Vaya cara que tiene de pocos amigos. La verdad es que tengo un despiste de aúpa. Tengo unas enormes puertas delante de mis narices y dos angelotes con un cartel)
- No pasa nada, hombre. Es que llevo mucho tiempo ya en el puesto, y estoy algo cansado.
- Pues nada, que vengo a quedarme. Fallecí esta mañana de forma repentina. Fíjese, estaba yo en la cama….
- Pare, pare. A ver, aquí dan igual el porqué y el cómo. Es usted Alberto, ¿no?
- Sí señor. (Además de mala cara, vaya un genio que tiene este tipo)
- Voy a ver si ha habido algún error. Sabemos de su fallecimiento, pero no nos consta que se haya confesado recientemente. Espere un momento por favor. Ahora vuelvo.
- ¡Oiga, espere! Yo no sabía que había que confesarse antes de entrar aquí. No frecuento mucho la iglesia, y no tengo ningún amigo cura … No tenía ni idea.
- Me lo estaba imaginando. Pues le cuento: aquí no se puede entrar sin tres confesiones, la última en las últimas 72 horas. Hemos acortado el intervalo entre una y otra, y ahora son sólo tres meses. Esto no es algo nuevo, señor mío. Se ha implantado hace dos años aproximadamente, a raíz de una avalancha de pecados muy graves que están cometiendo con demasiada frecuencia los seres humanos. Ya sabe, violencia, corrupción, agresión a la naturaleza, en fin, algo intolerable, que no queremos que perturbe la vida en nuestro cielo. Imagínese que alguien entrara con una de estas faltas tan tremendas encima, y sin querer, la extendiera por todos los rincones celestiales; sería espantoso. Nuestro sacrosanto paraíso pervertido, intoxicado, en fin, un desastre.
Antes teníamos mas manga ancha, y no se ponían inconvenientes de entrada a faltas que se consideraban menores, como una borrachera o una pequeña pelea al salir del fútbol. Ahora ni se tienen en cuenta. Pero las otras han crecido de tal manera que pocos no han pecado. Se extienden rápidamente. Y para eso se ha instaurado la confesión cada tres meses. - ¡Ah, bueno! Yo ya me arrepentí de mis faltas en su momento, alguna de ellas parecida a las que me cuenta de esas, de las de antes. Pero últimamente he tenido un comportamiento ejemplar, pueden investigar ustedes desde aquí, desde el cielo. No niego que me hayan tentado, pero he resistido y, por tanto, no me he tenido que confesar de nada. Ni me lo he planteado.
- Ya, pero le estoy hablando de pecados muy específicos, que requieren una confesión pormenorizada y exhaustiva. ¿Enterado?
- Vale, vale (Este tío se cree que soy tonto). Total, que me tengo que confesar. Si no, no entro en el cielo.
- Eso es.
- Y mientras tanto, durante esos meses, ¿dónde estaré? (Esto lo he debido de preguntar con cara de gilipuertas, porque la geta del portero este es de ¿vaya!, me ha tocado el ignorante y medio ateo)
- En el purgatorio, Alberto. Lo hemos rehabilitado, y ha quedado muy bien. A ver, no es el cielo, por supuesto, pero está cómodo, se come bien, con fácil acceso a las últimas tecnologías, etc. Los confesionarios son fantásticos, amplios, TV de plasma y sillón reclinable, de lujo, financiados por un jefazo de Tecnocasa, que era de misa diaria. Todas las tardes hay charlas sobre el estado de esta especie de plaga de perversión, y sobre la necesidad de confesarse. Al final de este periodo de tiempo, se le da una especie de salvoconducto para que pueda entrar aquí. Esto mismo es lo que hace la iglesia allá desde donde usted viene. Bueno, sin el lujo que le he contado antes.
- (Me lo imaginaba. No veo yo a la iglesia gastándose dinero en estos dispendios) Y con estas tres confesiones, y el salvoconducto, ¿este tema se acaba? Estaré a salvo en el cielo, ¿no? O, ¿se puede pecar en el cielo? Me imagino que es imposible.
- No, amigo, no. Nada es imposible. Por un lado, le digo que, a pesar de todo, usted puede incitar al pecado o ser tentado a hacer o pensar alguna barrabasada. Así que lo que se ha aconsejado es una confesión cada 6 meses, ya aquí, en el cielo, para evitar males mayores.
- ¡Vaya! pues sirven entonces de bien poco esas confesiones (Ahora soy yo el de la mala cara, me temo).
- Pues es lo que hay. Le voy a poner un ejemplo: hace unos meses descubrimos algunas faltas importadas, que habían cambiado de formato, y que se transmitían de una manera tremenda. Tuvimos que cerrar el cielo, y organizar una confesión masiva, como lo oye, y lo logramos contener. O eso se cree por aquí.
- Total, que aún estando aquí, con las confesiones y el pasaporte ese, ¿puedo pecar? Y si es así, ¿qué pasa? ¿Y si no quiero confesarme?
- Pues en esos casos le mandamos de inmediato al purgatorio, y vuelta a empezar.
- Mire, no me está gustando nada todo esto. (La displicente expresión de este individuo me está cabreando) ¿Hay otros cielos a los que pueda acudir, y que no tengan estas reglas y obligaciones?
- Pues mire, creo que todos están por el estilo. El musulmán, el budista, todos están con exigencias para entrar similares a las nuestras. Puede acercarse a comprobarlo.
- Vamos, que esto es lo que hay.
- Bueno, si no quiere limitaciones, el único sitio que no las tiene es el infierno. Me han dicho que últimamente lo han mejorado bastante. Que conste que yo no lo conozco, pero parece ser que quienes están allí se han organizado y, bueno, ya no es como antes, aunque, por supuesto, no tiene nada que ver con el cielo. Sigue siendo el infierno con todas sus letras. Ya se puede imaginar, hay gente de todo tipo, hay que tener cierto cuidado si se sale a pasear, hay menos comodidades, las tentaciones más espantosas están por todos lados, etc. Eso sí, se pueden visitar otros infiernos. Y además, una vez al mes, se organiza una visita a este y otros cielos; es una visita, por supuesto, guiada, muy vigilada y para muy poca gente.
Alberto, usted verá: purgatorio o infierno. Pero se tiene que decidir ya mismo. - (Pues voy a tomar una decisión que nunca podría haber sospechado que la fuera a tomar). Pues mire usted, me voy directamente al infierno. No me gustan sus restricciones, ni sus exigencias, y encima que no sirvan para nada, ni que no se fíen de mí, ni que no pueda ir donde me apetezca. Seguro que allí me voy a encontrar con más de un amigo, y con gente muy maja. A lo mejor me lo paso hasta bien. Me voy. (Me he arrepentido en el último momento de hacer un signo poco educado con un dedo de la mano derecha).
- Adiós, que le vaya bien. Sólo le pido un favor. Acérquese.
- Dígame. (¿Qué querrá ahora, hablando además tan bajito, y mirando a un lado y a otro?)
- Que no salga de aquí, se lo ruego: intente venir en la próxima visita y dígame como se está por allí. Haremos un discreto aparte. Muchas gracias.
- Descuide, lo intentaré. (En fin, no me lo puedo creer).