Magnífica tarde. Expectación, equilibrios sobre los dromedarios por las crestas de las dunas. Esas construcciones perfectas, como hechas con molde y sin embargo diferentes las unas de las otras. El hombre nunca podrá hacer con sus manos tal perfección, tal suavidad de líneas; es una obra de arte reservada y exclusiva de la naturaleza. Punto culminante del segundo viaje al Desierto Espiritual organizado por Yogarati
Allí estábamos, mirándole cara a cara. La suya, suave, cegadora y agonizante, la nuestra, emocionada y relajada. Y en un instante, el silencio. “Cogemos aire todos juntos” “Ooooooooo……….mmmmm” Nuestras voces, deslizándose entre las dunas alcanzan al Sol, le rodean, le acarician y le acompañan en su inexorable caída.
Y al final del tercer Om, justo al final, con la última “m”, ni una milésima de segundo antes ni después, en ese preciso instante, el sol desapareció tras las pirámides de arena anaranjada. A mi lado, dos personas, Mar y Paloma, se dan cuenta de lo que ha pasado. Tal vez algunas más también apreciaron que lo que acabábamos de vivir era algo excepcional: cogidos de las manos del astro, compartiendo su ocaso, rebozándonos en sus últimos rayos, rogándole que al día siguiente nos vuelva a iluminar, aunque nos abrase o nos perfore los sentidos.
En efecto, lo que ocurrió es muy difícil que vuelva a suceder. Podemos pensar en la casualidad, pero es muy aburrida. Allí coincidieron materia y magia: Los abnegados dromedarios, víctimas de nuestras torpezas y en algunos casos (pocos) de un cierto sobrepeso; sus guías, profesionales en su quehacer, además de fotógrafos artísticos y vendedores ambulantes; el Yoga, que a través de nuestra maestra dio la pausa, el tiempo necesario para que llegáramos en el momento preciso a aquella ladera con vistas al infinito occidente; y, por fin, el Sol, que, probablemente, y por iniciativa propia, tuvo el gusto de atemperar o acelerar, nunca sabremos si hizo algo, su inevitable y cotidiano descenso para no faltar a nuestra cita.
Después una amiga hizo la croqueta a lo largo y ancho de nuestra entrañable duna, y a otra la descendió un guía, todo lo larga que era, cogiéndola por los pies hasta el pie de la montaña de arena, que, desde ese día, como así figura en Google Maps, se denomina Duna Espiritual.
¿Estaba impregnado de algo este bizcocho?
El viaje puede contemplarse como un gran pastel con tropezones, y únicamente tenía sentido si estaba emborrachado, ahogado en un licor fuerte y suave a la vez, exigente y compasivo al mismo tiempo.
Como no podía ser de otra manera, el Yoga fue de nuevo el delicioso brebaje aglutinador de intereses, triturador de tropezones que se fueron asomando a lo largo de la travesía. Tropezones personales, grupales, climáticos, culturales, organizativos, todo lo engulló sin rechistar. Los sublimó, los disolvió, los positivizó. Posee una especie de termostato personal y de grupo, por el que, cuando es necesario, esparce su elixir (por estos lares con poco alcohol) y nos hace sentirnos mejores. A veces no lo consigue, pero siempre lo intenta. Solo hay que fijarse en la práctica o Mandala grupal. Algo curioso, divertido, diferente, pero que, a mí, que estoy aún lejos de apreciar el carácter más espiritual de la práctica del Yoga, me atizó unas excelentes sensaciones al sentirme muy solidario, muy en esta pandilla, en esta tribu.
No puedo olvidarme de la tarde con Susana, persona en todo momento suave y melodiosa, y siempre con ánimos didácticos y proposiciones singulares. Del Libro de Las Mil y Una Noches, esa tarde salieron a pasear entre nosotros Aladino con su lámpara a cuestas, Fátima con su maltrecha mano, y Sherezade con su imponente belleza. Hubiera seguido escuchando relatos durante horas, pero había que hacer un si’kuli, una artesanía mejicana con dos palitos y unas hebras de lana de distintos colores. Encantador. Lástima, pero creo que nadie tuvo la feliz idea de hacer un vídeo a veintitantas personas, ya adultas, enfrascadas en tejer un cuadradito lanudo de colores, solicitando ayuda o tijeras a grito pelado, y con un afán desmedido de hacer un trabajo bien hecho. Toda una terapia.
Los efectos colaterales
Aquí quiero hacer especial mención a una de esas personas que trabajan en las pelis de cine en la sombra, sin darse importancia, pero que, sin ellas, el proyecto es imposible. Son los candidatos a los Oscar a la mejor producción, realización, guion, montaje, y un largo etcétera. Pues bien, el Oscar para todos estos aspectos colaterales de extrema importancia de este segundo viaje al Desierto Espiritual goes to……… ¡Antonio! y para Colores de África. Ellos han dado la forma debida al bizcocho, añadiendo las cantidades adecuadas de arena, tiendas, visitas, desplazamientos, etc para que fuera del gusto de todos. Antonio, como el yoga, ha triturado algún que otro tropezón, imprevisibles unos, y previsibles otros como por ejemplo la omnipresencia del Ramadán, todo ello con altas dosis de paciencia, eficacia y cariño. Todo un lujo.
Si tuviera que describir todos los avatares, anécdotas, peripecias y lugares visitados, el relato quedaría demasiado largo y tedioso. Por eso me voy a detener solo en un par de ellos:
- La Kasbah de Amridil es uno de esos casoplones de adobe que tenían algunos personajes del siglo XVII. La edificación esta muy bien conservada, y la visita se hace muy interesante y amena guiada por un buen señor que ese día no se había tomado la pastilla para la hiperactividad. Dejando a un lado su idiosincrasia, su compañía ayudó sobremanera para entender la vida de aquellas gentes. Como era de esperar, el hecho de que el dueño del castillo tuviera cuatro mujeres fue motivo de algunas chanzas y risotadas. En fin, una buena visita, divertida, interesante, de la que creo todo el personal salió satisfecho.
- Los mercados son zonas de alto riesgo para la integridad del dedo índice de mi mano derecha, que cuando llega a estos lugares, pegado como una lapa al disparador de la cámara de fotos, se agarra unas contracturas de aquí te espero. A pesar de ir siempre en grupo, me separo de él en muchas ocasiones para primero disfrutar del ambiente, abigarrado, a veces irrespirable, siempre multicolor, y después intentar robar el mayor número de escenas posible.
De esta manera disfruté un montón la visita al mercado de Rissani, aunque estuviera a punto de cerrar, víctima del Ramadán, y no digamos de Fes, un lugar de visita obligatoria. Este último no se puede considerar un mercado, es toda una ciudad medieval, volcada en su laberinto de callejuelas donde se vende de todo, y donde la maquinaria de los sentidos funciona a pleno rendimiento. Un verdadero espectáculo humano.
¡Eh, que faltamos nosotras!
Claro, solo unas líneas para hablar del grupo. La verdad es que somos buenas personas, y así nos hemos comportado. No hemos dado guerra, nos hemos comido todo, hemos bebido mucha, mucha agua, hemos sido puntuales, y no nos hemos puesto malos, salvo algunos mocos, algunas toses, y algunas caquillas algo blandurrias; poca cosa.
Eso sí. Hay que reconocer que los dueños de algunas tiendas aún sueñan con nuestra presencia. ” Esperen un poco, por favor, a les expliquemos algo. Luego tendrán tiempo para comprar” Así decían, disimulando como podían, al mismo tiempo que se frotaban las manos.
No sólo hemos comprado, también nos hemos reído, hemos soltado alguna lágrima, hemos bailado, e incluso nos hemos transformado en discípulos de Aristóteles dando un paseo peripatético en una práctica de meditación.
Todas y todos hemos puesto nuestro granito de arena (nunca mejor dicho) para el buen discurrir de la aventura, pero sobre todo hemos disfrutado de unos días espléndidos, llenos de luz y de yoga. Gracias una vez más a Yogarati.