Postureo … o algo más

Desde hace un tiempo, vengo observando la persistente presencia de la bandera española en los balcones y terrazas de las casas de la ciudad donde vivo, que es Madrid. Tal vez sea más frecuente verlas en los barrios más acomodados, de mayor tradición conservadora, pero lo cierto es que siguen ahí, por todas partes. Pequeñas, más grandes, con o sin escudo, medio escondidas o por el contrario en modo sábana, desplegadas todo lo que dan de sí.

Llama la atención esto porque hasta ahora, colgar la bandera nacional del balcón se reservaba a situaciones puntuales: alguna manifestación sobre algún asunto especial habitualmente pro-algo, la visita de algún mandatario, o lo más frecuente, el ánimo que pudiera insuflar a los jugadores (que no jugadoras: el deporte femenino provoca menos interés general y por lo tanto no se saca ni una mísera bandera) de alguna selección, fundamentalmente de fútbol. Es como si una simple tela de colores pudiera transmitir una especie de apoyo hacia algo o alguien desde una parte de la comunidad. La otra parte o no le interesa, o está en contra, o no le ha dado tiempo a comprarse latela de marras. Seguro que la Sociología lo tiene más que estudiado.

¿A qué esperan, pues, tantos madrileños y madrileñas, manteniendo la bandera en sus balcones?

Pueden existir estas y otras muchas razones más:

  • La primera posibilidad que se me ocurre es que se les ha olvidado retirarlas. No es de extrañar. Hace mucho frío y algunas se han colocado tras peligrosos ejercicios de equilibrio, arriesgando incluso una caída de varios metros. En estos casos, más que olvido, es precaución. Mejor entonces dejarlas ahí, asomadas al vacío, esperando tal vez alguna otra razón para que tenga sentido su presencia.
  • De todos modos, hay algunas que presentan un estado ya algo lamentable. Tanto tiempo ahí plantadas, han aparecido los primeros jirones y algunas están francamente descoloridas. Para quienes persistan en su respetable idea, les informo que la bandera de España se puede adquirir en muchos sitios, a unos precios razonables si no se pretenden grandes calidades ni tamaños. Si tiene escudo la cosa se encarece como es natural.
  • Si nos fijamos detenidamente, algunas banderas están muy escondidas en la ventana o balcón donde se ubican. Como si el vecino o vecina tuviera cierto pudor, tal vez vergüenza, a retirarlas. En algunos casos, la visita de alguien conocido precipita un nuevo despliegue de la enseña. En otros se mantendrá ahí, en un rincón de la terraza: a ver quién es el atrevido que la quita cuando el vecino de al lado tiene una grande y espléndida en su fachada; luego vienen las reuniones de la comunidad de vecinos, hay comentarios para todos los gustos, y tampoco se trata de provocar.

Lo cierto es que esta actual pasión desenfrenada por alardear de bandera española tiene su origen en el procès catalán. Mejor dicho, en el momento en que se oyó un pistoletazo de salida, emitido desde aquí, desde Madrid: ¡¡hay que sacar las banderas españolas a la calle; aunque se lleven muchos años de procès, es el momento¡¡

Han pasado ya varios meses, los catalanes y las catalanas se han pronunciado, y habrá que esperar a que la política decida quién y cómo gobierna. ¿No es motivo suficiente para retirar ya las pobres banderas? Parece ser que no. ¿A qué esperan mis convecinos? Se me ocurren varias posibilidades:

  • Renuncia expresa al independentismo versus desaparición de los partidos que lo defienden. Promoción inmediata del Partido demócrata-cristiano catalán, del Partido liberal catalán y de Esquerra Constitucional de Catalunya (seguro que existen por ahí).
  • Cadena perpetua para los políticos encarcelados. Blindaje total de fronteras para detectar cualquier intento de llegada al territorio patrio de quienes se fueron de España huyendo del 155. Todas las personas cruzarían las fronteras terrestres aéreas y marítimas desnudas, con el pasaporte en la boca. Si se les detiene, serían sometidos a una cuarentena preventiva por si son portadores o portadoras de virus tipo armas de destrucción masiva.
  • Dos millones de catalanes y catalanas detenidos hasta que renieguen de sus deseos anticonstitucionales. Posibilidad de que salgan antes con una suculenta fianza. Para eso son las personas más ricas de España.
  • Contrato de peluquero experto en nacionalismo capilar para arreglar el peinado a Puigdemont y a Anna Gabriel. Ofrezco uno de enfrente de mi casa que tiene una bandera de España enorme en medio del establecimiento.
  • Catalunya pide perdón por escrito a España por haber desobedecido al estado. Se compromete a cambiar en 6 meses todas las banderas nacionalistas por una de fondo azul cielo con la imagen del templo de la Sagrada Familia sin grúas.

Bien. Por mucho que algunas personas se sientan identificadas con alguna de estas ridículas y esperpénticas posibilidades, tengo que decir que espero confiadamente que sean una mínima cantidad en comparación de quienes están convencidas de que mantener la bandera ahí apalancada reporta algún beneficio al país, o al menos al bloque de viviendas donde viven. Siempre respetaré a quien mantiene una postura por propia convicción y por tanto es consecuente con sus ideas.

Lo que pasa es que por más que medito no logro vislumbrar ese beneficio. Debería de hacerse una rueda de prensa, una declaración de alguna asociación de abanderados-as para tener más información, y así hablar con conocimiento de causa. Eso sí, ¡¡ojo con lo que se dice¡¡. Aquí en Madrid, muchas personas pueden ser víctimas de la maldita hemeroteca: hace años calificaban a los catalanes como “catalufos” y les parecía fenomenal que se separaran de España; odiaban a Catalunya. Otras personas, la mayoría en voz baja, clamaba contra los inútiles borbones.  Ahora esas mismas personas intentan convencerles para que se queden y no se rompa la unidad del país, ensalzando una Constitución monárquica y aplicándola de forma atroz. Y sacando la bandera a pasear. La hipocresía campa por sus respetos.

Aun así, renuevo mi profundo respeto por aquellas gentes que mantienen su empeño en dejar a la pobre bandera a la intemperie si así se lo dicta su conciencia. Todo lo demás, en este caso,  me parecerá puro postureo.