Carta para mi vecino Gus

(Enviada el 26 de diciembre de 2017)

 

Hola vecino¡¡

Aunque más bien tendría que decir ex vecino, ya que yo ya, desde esta mañana, no estoy en el planeta Tierra. Me encuentro en otro lugar, un lugar que no se puede ver desde donde estás tú, un lugar placentero, precioso, relajado, donde convivimos animales de toda especie y condición. Aquí no hay depredadores ni presas. De todas las razas, grandes, pequeños, correteamos, reptamos, volamos o nadamos según nuestras aptitudes. Esto es para verlo, Gus, pero no tengas ninguna prisa en conocerlo.

Me pongo ahora a recordar lo que ha sido mi vida ahí abajo (digo abajo porque los humanos siempre llaman a este lugar cielo, y ya sabes, el cielo está arriba), y la verdad es que te diré que me lo he pasado genial.

Un buen día, en Segovia, al parecer miré a un jovencito llamado Diego desde mi pequeña jaula, y según dice él, no tuvo más remedio que apadrinarme. No soy muy consciente de que yo eligiera a aquel estudiante como mi padre adoptivo, pero vista la vida que he llevado después, me alegro muchísimo de haberlo hecho. Tú sabes perfectamente lo importante que es ser uno más de la familia. Yo lo he sido, y por eso esta mañana, cuando venía para acá, me daba pena ver tan tristes a mis abuelos adoptivos, y ver cómo incluso derramaban alguna lágrima con mi recuerdo.

Después de que Diego me acogiera algunos días en Segovia, vine a Madrid, y ya no me he movido de aquí. Empecé enseguida a conocer al resto de mi familia. Esto tuvo una primera consecuencia: al nombre (Félix) que me puso mi padre adoptivo, se le empezaron a añadir otros, como Pirracas, Pancho o Sawyer. Menos más que mi especie no atiende (salvo excepciones) a un nombre cuando nos llaman. Te puedes imaginar el lío que hubiera tenido en la cabeza. ¿En qué locura de familia me he metido?, hubiera pensado de inmediato. Lo he llevado con resignación.

Desde entonces, a Diego le he visto algo menos. Ha estado algún tiempo fuera, pero siempre le he buscado cuando ha estado en casa. Y sé que me ha querido un montón, y yo me lo he pasado muy bien con él. Ahora está viviendo muy muy lejos. Antes de irse me presentó a su novia, una chica que también me ha transmitido mucho cariño. A mí también me ha gustado.

He salido muy poco de casa. Pero cuando lo he hecho me lo he pasado en grande casi siempre. Recuerdo algunos sitios especialmente divertidos, como un chalet de unos amigos de mis abuelos adoptivos. No te puedes imaginar lo que he correteado por su jardín, un poco salvaje por cierto, sobre todo al caer la tarde. Allí conocí a un bicho muy raro (no he visto a ninguno igual por aquí), que estaba siempre dentro de una jaula, y que apenas se movía; y sobre todo recuerdo a un enorme perro con muchísimo pelo, de quien me hice amigo, aunque parezca mentira, y que en alguna ocasión me defendió de una gata que frecuentaba la casa y cuyas intenciones conmigo no estaban muy claras. A este amigo me le he encontrado esta tarde a poco de llegar aquí. A lo mejor le avisaron de mi llegada. Nada más verme me ha pegado un par de ladridos de los suyos, como truenos, y me ha dado un lametazo del que aún no me he recuperado. Me encanta. Se llama Ripper.

Mis abuelos adoptivos también me han llevado a Valencia, donde vive un hermano de Diego. Estuve un fin de semana. Estaba muy lejos este sitio, las pasé regular en el viaje, a pesar de que, como siempre lo hice en brazos y con las caricias de Mar, mi abuela adoptiva. También me han llevado a El Pardo, para corretear por el campo; un lugar encantador. Y también a Valladolid. Allí también me cogieron mucho cariño y conocí a un perrito pequeño y juguetón, algo nerviosillo él, llamado Chuquel.

Para terminar con mi relación con otros animales, tengo que recordar a uno, mejor dicho, a una gata con quien tuve algún roce, a causa de su capacidad de entrometerse en mis aposentos. Muy guapa, eso sí, de nombre Maya, y también muy juguetona, pero siempre estaba rondando mi jaula y mi comida, y eso no lo podía consentir. Se la dejaron a mis abuelos adoptivos durante unos días unos amigos suyos. Por cierto, estos humanos tuvieron un par de gatos (gato y gata, hermanos entre sí) que también han venido a recibirme esta tarde. Se llaman Hugo y Perla. Hablando entre nosotros, hemos llegado a la conclusión de que debe haber algún tipo de comunicación permanente, y sin cables, hay entre los animales que estamos aquí y nuestras familias de ahí abajo. Creo que se va a poner en marcha una comisión de investigación.

La verdad, Gus, es que mi vida terrenal, en casa de mis abuelos adoptivos, ha sido un verdadero lujo. No te imaginas cuánto y cómo me han cuidado. Desde que se me cayeron los dientes de delante, era yo muy jovencito, el pienso me lo han dado partido en trozos. Mi jaula bien limpita. Visitas al veterinario en cuanto me veían que estaba pachucho (mi tripa, mis dientes, o mis ojos, mis dichosos ojos). Por cierto, he conocido 4 vetes. De la última, Bea, guardo un especial recuerdo por su cariño y cercanía, pero todos y todas se han comportado como maestros en esto de curar a los animales en general y a los que nos llaman exóticos en particular.

He tenido libertad absoluta para correr y andar por toda la casa. Cuando tenía todos mis dientes les he jugado alguna mala pasada a algún cable que otro… He repartido saltos y ochos a las visitas. He pegado patadas en el suelo para reclamar atención. He tenido mis escondrijos favoritos de los que a veces ha costado sacarme. He visto algún partido de fútbol desde el sofá con Luis, mi abuelo adoptivo. He procurado ser sociable, y es que notaba que le gustaba a la gente que venía a casa.

Lo de Mar, mi abuela humana, ha sido algo aparte.  Yo creo, en cierto modo, le he cambiado la vida en el sentido de su pasión actual por los animales. A tí, Gus, por ejemplo, te adora. Recuerdo los peinados que me ha hecho sentada en el suelo, y con millones de pelos por toda la cocina, o los lavados de ojos o de nariz, algo que no me hacía mucha gracia, pero que al final me venían bien, la papilla que me ha dado en jeringa, o los purés de su invención, o los cambios de la clase de heno, o el zumo de naranja mañanero, todo con tal de que comiera algo. Esta continua preocupación por mí, esos minutos acurrucado junto a ella, calentito, en la cama o en el sofá, esas palabras que yo identificaba como de llamada o como de alegría por verme, o a veces, muy pocas, de reprimenda, sólo se lo he podido agradecer con mis besos, con mi compañía.

No me puedo olvidar a otras personas que me han cuidado cuando mis abuelos adoptivos se iban de viaje (por cierto, vaya viajecitos, les echaba mucho de menos, y a la vuelta procuraba expresarles mi disgusto… sólo momentáneo, por su ausencia). Se trata de una asociación, APAET, con gente como Elia, María o Mila, para quienes he sido, y soy consciente ello, su conejito mimado. Aparte de los exquisitos cuidados, allí donde me cuidaban me lo he pasado en grande con otros conejos, cobayas, incluso algún gato. Gracias chicas de APAET ¡¡.

Gus, tenemos que dar las gracias a nuestras familias, por tratarnos tan sumamente bien. Y creo que nuestra presencia entre los humanos, las alegrías que les proporcionamos, deben servir para que tomen conciencia de que no todos nosotros, los que estáis vivos,  gozan de la  calidad de vida que he tenido yo y que tienes tú. Desde aquí arriba se comprende aún peor que alguien maltrate a un animal. Me han dicho que un día a la semana, vienen seres humanos a este cielo animal. Algunos por curiosidad, para ver este lugar tan especial, otros para visitar a los que fueron parte de su familia y que, como ellos, ya no están en tierra firme. ¿A que mola?

Gus, vecino del alma, me ha encantado conocerte. He de reconocer que a veces me has asustado bastante y he corrido a esconderme detrás de la lavadora. Pero sé que nunca has tenido otra intención que no fuera la de la curiosidad. Eres buena gente, como tu familia, y como la mía.

Cuídate mucho.

¡¡ Un abrazo ¡¡