Las manadas. Profilaxis y tratamiento.

Desprecio y vergüenza

Hacía tiempo que no tenía la oportunidad de acudir a una concentración que, a pesar de la inmediatez de la convocatoria, se preveía multitudinaria. Sensaciones casi olvidadas, envueltas en consignas, denuncias, exigencias. Al poco rato aparecen los escalofríos de emoción, los ojos se humedecen, y por momentos te descubres convencido de que lo que estás viviendo puede servir para algo más que para salir en las fotos.

La concentración se transformó en manifestación. Fue inmensa. Recordaba por momentos a aquellas del principio de la Marea Blanca, donde se citaban pacientes y personal sanitario de cualquier categoría. En la del este sábado caminé un buen trecho entre unas jovencitas que se desgañitaban con caras de pocos amigos al son de “no es un abuso, es violación”, y dos octogenarias que, cogidas del brazo, con menor volumen de voz, pero sin perder el paso, reivindicaban su condición feminista. La indignación era inmensa. Es inmensa. Indignación contra una resolución judicial y contra sus protagonistas: la manada y los jueces que les han dejado en libertad.

Las manifestaciones así concebidas, tienen un común objetivo: cambiar el curso de los acontecimientos. El movimiento feminista lo lleva intentando muchos años, no sin sufrimiento. No en vano, el objetivo, por simple y justo que parezca, es complejo dada la milenaria tradición de supremacía masculina en nuestro país. En los últimos tiempos se ha abierto una gran autopista hacia esa meta. Buena prueba de ello son las manifestaciones como la del sábado o la del pasado 8 de marzo. Obviamente queda mucho por hacer, por cambiar. Faltan carriles de incorporación tan importantes como la educación, el entorno laboral, la educación, la conciliación familiar, la educación, el derecho a decidir sobre tu propio cuerpo, la educación, más y más educación. Sí, no me canso de nombrarla, la educación (en la escuela y en la familia) es la mejor profilaxis para que dejen de aparecer grupos despreciables como el de la denominada manada. Es la mejor profilaxis para casi todo.

La manifestación fue también una exigencia de tratamiento. La reacción ante la resolución judicial estuvo adornada con provocadoras declaraciones de algún juez y de algún rector, que ponen en evidencia su ideología machista. No tienen el menor problema en decir lo que dicen, como el propio texto que pone en libertad a esos delincuentes. El problema es que se lo creen. Pues bien, esa reacción, ocurrida en media España, ¿tiene algún significado? Opino que sí, sin duda alguna. Es una muestra más de la terrible desconfianza en nuestra justicia. Personalmente me saca de mis casillas escuchar que se pone en duda el sufrimiento de una chica atacada por cinco energúmenos, que se les ponga en libertad porque viven a más de 500 kilómetros de la víctima (sí, señor rector, VÍCTIMA, con mayúsculas), que no exista peligro de reiteración cuando tienen causas pendientes, que se confunda agresión con violación. ¿Hay, o no hay que cambiar el curso de los acontecimientos?

Poco tardaré en recibir comentarios comentando que lo del sábado no se puede consentir, que supone una inadecuada presión a la justicia. ¡Evidentemente que lo es¡ ¡Faltaría más¡ ¿Son intocables los jueces? Si a la desconfianza, le añadimos la obvia ausencia de independencia ante el poder político, y la palpable demostración que la justicia no es igual para todos, hay que exigir, hay que presionar, hay que denunciar. Hay que cambiar las leyes para que estas salvajadas se castiguen como se merecen. Si me permiten quienes entienden de leyes, y a modo de caricatura, si la pena por violación es de 15 años, la de abuso que sea de 14 y medio. Vamos, un tratamiento adecuado para una enfermedad grave y contagiosa.

Sí, porque lamento reconocer, e incluso sólo sospechar, que en mi país hay muchas manadas. ¿Hay alguien que duda de la existencia de otros grupos de imbéciles que en unas determinadas circunstancias no tengan la menor duda de vejar, despreciar, abusar o violar a una mujer? El problema no es el número, es el porqué. Esos grupos son el fruto de una educación (vuelvo a la profilaxis) obsoleta y patriarcal, que menosprecia y cosifica a las mujeres, y de una justicia injusta, cada vez más impopular y bajo sospecha. No veo otra manera de evitar que nuestros adolescentes desautoricen a su cerebro a secundar estas actitudes para borrarlas de un plumazo, para no terminar como estas personas ridículas, cortas de pensamiento, medievales en sus formas de actuar, despreciables en sus convicciones, vamos que da pena verles. Dan vergüenza, mucha vergüenza. Ellos y quienes les mantienen en la calle.

Quiero y necesito ser optimista. Confío en la gente joven de este país, confío que arrinconen al pensamiento vetusto, hortera y violento que invade la mente de estas gentes. Y, ¿porqué no?, confío que la justicia cambie, en leyes y en personas que las dictaminan y representan. Mientras tanto, hay que seguir en la calle, repartiendo píldoras de concienciación, de igualdad y de respeto.