¡Hola, vecina!
Te escribo para felicitarte. Hace un año que llegaste a la casa de al lado, y, según he podido entender, te pusieron ese nombre porque ese día era 14 de febrero, San Valentín.
La verdad es que a mí me parece raro el nombre de Valentina para una gata, o para un animal cualquiera. Por ejemplo, no conozco a ningún perro que se llame Valentín ni Valentino; a mí, desde luego no me hubiera gustado que me lo hubieran puesto.
Ya conoces mis habilidades con una pelota de tenis, pero tal vez ignoras que se me da bastante bien la informática. He buscado en las redes (ya te enseñaré cómo se hace), y tampoco hay muchos enlaces con ese nombre. Varias tiendas y marcas de ropa y complementos, varios restaurantes, hoteles, bibliotecas, todo ello para seres humanos, y sobre todo en países latinoamericanos. También he encontrado que así se llamaba, por ejemplo, la primera mujer astronauta, rusa ella, y que también se llama así una Drag Queen famosa (me imagino que no conoces ese mundo, pero te quedarías a cuadros), también una de las mejores jugadoras de baloncesto italiana (esto te gustaría más, va de pelotas), y una vieja amiga de los humanos, de cuando eran niños, que al parecer formaba parte de los Chiripitifláuticos, unas gentes que salían por la tele y decían y hacían cosas muy graciosas. ¡Ah!, y a los humanos que te cuidan les he oído hablar con una tal Valentina, que según he deducido es una excelente veterinaria, hija de unos buenos amigos suyos, y que es experta…¡en gatos! ¡Vaya casualidad!
Nuestros respectivos cuidadores se llevan fenomenal, y yo estoy muy pendiente de lo que dicen de ti y de mí. Todo lo apunto en un archivo Word personal (ya verás, es muy fácil), porque si no, se me olvida. Ya sé, por ejemplo, que tuviste bastante miedo a llegar a tu actual casa. No me extraña, porque también me enteré que antes fuiste abandonada dos veces. Estarás conmigo que las personas que hacen estas cosas también tendrían que ser abandonadas en una isla desierta, llena de animales salvajes hambrientos.
Al parece este miedo te duró poco, y enseguida empezaste a relacionarte con los seres humanos; primero Mar y Luis, los que viven contigo, y después con otros colegas que también te cuidan de vez en cuando (Ana y Bartolomé, que son mis cuidadores, la vecina Magdalena, la amiga Virginia, gatera por excelencia). Mar y Luis son muy viajeros, ¿no? Y enseguida empezaste con la dichosa croqueta, algo que admiro cuando te lo veo hacer. ¡Con qué habilidad te enroscas, amiga! Después, poco a poco, te hiciste la dueña de la casa. ¡Así se hace! ¡Como debe ser!
La verdad es que cuidarte a ti es más sencillo que a mí. Aunque solo sea porque no hay que sacarte a la calle para hacer pis y caca. Tú tienes tu sitio, y eres muy cuidadosa y muy limpita. Aunque como te tiras las horas muertas durmiendo, allí donde te plantas, pones de pelo todo perdido. En eso nos parecemos bastante. Por cierto, ¿cómo puedes dormir tantas horas seguidas, sin llevarte una pelota a la boca? Me imagino que es normal en los gatos. Lo buscaré en la red.
Aunque parezcas una gata normal, así a simple vista, no sigues mucho las reglas gatunas por lo que leído. No eres muy animal de costumbres, como dicen que son los gatos. Te gusta cambiar; de comida, de sitio donde estar o dormir, de juegos (salvo las pelotas). Y eres bastante desconfiada. Mucha croqueta, pero yo he visto como sacas las uñas y enseñas colmillos. Ay Valentina, un poco más de empatía, que los humanos sólo quieren acariciarte la barriga. Eso sí, te encanta esconderte, aunque es algo que he oído que tienes que perfeccionar. Y también eres muy curiosa. Ten cuidado.
También he oído contar que no te llevas muy bien con tus compas de raza. Que han probado coger a algún gato o gata para que te acompañe, y no te aburras, pero que no hay manera. Desde luego los bufidos los oigo yo desde la casa de al lado. ¡Qué genio te gastas, chica! Y, además, te pones mala, mala de salud. Vomitas, dejas de hacer caca, y eso es algo muy malo para los animales en general y también para los seres humanos. Mira, no te preocupes, yo tampoco es que me lleve de maravilla con mis congéneres. A lo mejor a ti, cuando estuviste abandonada, los gatos de la calle no te hicieron caricias precisamente, y te acuerdas de aquellos malos tragos cuando vuelves a ver alguno. Pasa de todo, Valentina, que sola vives fenomenal…¡como yo!
Siguiendo con el tema. El otro día, después de una gresca que tuve con uno aquí abajo, busqué en el ordenador lo de la leyenda urbana y humana que dice que cuando dos seres vivos se llevan mal es que se llevan “como el perro y el gato”. Esto, vecina, no se cumple en nuestro caso. De momento, no nos agredimos. Es verdad que no nos lamemos, ni saltamos de contentos cuando nos vemos, pero vamos progresando. Tú vas más lenta. Yo soy más lanzado. Cuando paso a tu casa, algo que me encanta hacer, entre otras cosas para verte, y para comerme tu comida, que está bien buena, sin que te enfades por ello, me vigilas estrechamente, me permites que dé algunas vueltas, pero últimamente, me ignoras. Esto me duele, Valentina. Tu personalidad nadie la pone en duda. Ni tus cuidadores fuerzan estar cerca de ti, ni mucho menos yo, que cuando intento saludarte me topo con una especie de esfinge que me persigue con la mirada, seria, y que como mucho me enseña el colmillo derecho y emite un leve bufido, momento en que pongo pies en polvorosa. Por lo que pudiera pasar. Amiga mía, tienes que poner de tu parte, acercarte un poco más, y poner otra cara, caray. Que no te voy a hacer nada. ¿No me ves que estoy contento de verte?
Tenemos que echar algún día un partido de pelotas. Sería el no va más. Te lo digo en serio. Esto de las pelotas lo tenemos que hablar, Valentina. No sé el porqué de esta pasión que nos ha invadido. Eso sí, cada uno con sus costumbres. Yo con una puedo estar meses, pero tú tienes una colección de aquí te espero, de todos los colores. ¿A que cuando nos tiran la pelota y bota es ya una locura total? Creo que haces “El Casillas” perfecto. Claro, a los gatos se os da muy bien eso de los saltos. Y a veces, ¡la coges al vuelo con la boca! ¡Qué nivel Maribel!, digo Valentina. Y también creo que se la devuelves después de atraparla, vamos, para seguir con el juego. Imagínate eso haciéndolo nosotros. Tú en tu puerta y yo en la mía. Pin, pan. Bueno, bueno, un espectáculo. Yo me encargo de convencer a algún humano o humana de que nos grabe un video, y luego lo subimos a YouTube. Moriremos de éxito, compañera.
Vuelvo a la comida. La tuya me encanta, está riquísima. Me da igual carne o pescado. Creo que a ti también. Latita por la noche, pavito por la mañana, aperitivo al mediodía. ¡Vaya morrazo! ¡Vives como una reina, Valen! Pero cuídate un poco. Tómate la malta, que todas las mañanas oigo cómo te la ofrecen, y tú ni caso. Que después hay que ir al médico, y ese es de los peores sitios para ir. Lo he visto por Internet; horrible. Y muévete, que veo que estás empezando a tener barriga. ¿Ves? Si nos lleváramos mejor, correríamos por las dos casas, con las puertas abiertas de par en par, con nuestras pelotas, a toda velocidad. ¡Yupi!
Todos los días compruebo lo mucho que te quieren Mar y Luis. Están pendientes de ti todo el rato. Lo veo porque te compran cosas (además de pelotas), como por ejemplo el árbol-cesta ese del salón. Alguna vez me pregunté, ¿y esto? ¿para qué hocicos vale? Y claro, el otro día te vi bajar de un salto. Te pondrás ahí y vigilarás lo que pasa ahí afuera, los pajaritos, las palomas, las personas… Mola, ¿no? Y por la noche, disfrutarás con las luces, y desde fuera se verán dos puntitos luminosos detrás de una ventana alta, muy alta. ¡Qué bonito! También he visto por tu salón ratoncitos, calcetines enrollados, incluso un pendrive. Todo para que juegues. Pero, entre tú y yo, como las pelotas, nada. Son lo más de lo más.
Bueno, lo dicho, que te portes bien. Ya sé que muchas noches duermes con Mar y Luis. Y que a ellos les gusta. Pero ten cuidado donde te pones. Que se puedan mover y estirar, caray. ¡Ah!, y eso de ponerles el hocico en la nariz por las mañanas, a las 6 y media en punto, está muy bien, y les encantan esos cariñitos, pero no todos los días, Valentina. Que el pavo puede esperar.
A ver si quedamos para hablar.
Tu vecino, Gus.