Bien sabes que he procurado evitarte. No niego que hayas rondado mi cabeza en alguna ocasión, pero enseguida he procurado alejarte de mi pensamiento, incluso en esas ocasiones que te he visto ahí mismo a través de personas muy cercanas. Has permanecido lejos, sin apenas rozarme. Lejos en pensamiento y en sensaciones.

Y ahora, de buenas a primeras, has presentado tus credenciales. Sin avisar, sin consultar. Con arrogancia y prepotencia, que para eso te sostienen el destino y unas cuantas estadísticas. Aquí estás, ya he te he conocido de verdad, de cerca. Y tu impacto ha sido inmediato, tanto físico como mental. El susto morrocotudo llevaba de la mano una pancarta con una sola palabra: miedo. ¡Qué poco tienes que hacer para provocarlo! 

Como eres un pájaro de mal agüero, enseguida han llegado los intentos de que ese cruce de miradas, que no apretón de manos, no pase de ahí, y que permanezcas lejos, inhibido, callado, aparente sólo en conversaciones, revisiones o sospechas más o menos infundadas, e incluso desaparecido. Objetivo: olvidarte lo antes posible. Se me nota que no me caes bien, ¿verdad? 

Pues ahí estabas, instalado cómodamente en tu poltrona, viéndolas venir. Pero no has soportado los movimientos para reducirte a la mínima expresión y al final, extirpar definitivamente tu presencia. Ahora reposas en el cubo de la basura y en unas cuantas muestras acristaladas y preparadas para ver al microscopio. Primera victoria.

La segunda ha sido casi tan espectacular como la primera: no va a ser necesario el uso de armas de destrucción masiva para mantenerte a raya. Si has mandado algún emisario a otro lugar, un indigno embajador de tu mala ralea, de momento no da la cara, y espero que muera en el intento.

A pesar de esta victoria, tu desagradable llegada, a quemarropa, y tu recuerdo, mas o menos tangible, va a suponer un tatuaje, un sello indeleble que tendré que asumir. Con eso me conformo. 

¡Ha habido suerte, Luis! Lo cierto es que para alcanzar este afortunado estado, se han puesto de acuerdo la receta tradicional, la alternativa, el ánimo de la familia, las amistades, y, sobre todo, la compañía de mi pareja, que ha echado el resto desde el primer instante de tu despreciable puesta en escena. Sin ella, sin su apoyo, cariño y cuidados, todo hubiera sido distinto.

Hay que seguir. No me queda otra. Por más que permanezcas como una sombra en mi vida, o estés como un grano molesto, infiltrado en mi pensamiento cotidiano, debes permanecer amordazado, mudo e inmóvil. No contemplo otro destino para ti.