El otro día hice un ecocardiograma fetal. Había pasado mucho tiempo desde el último, y he de reconocer que mientras iba caminando hacia el hospital noté alguna sensación extraña. Ningún miedo a no acordarme o a meter la pata (lo bien aprendido y la experiencia no suelen fallar). No, no había sospecha de nada, era un embarazo normal. Algo rutinario. Blanca es una persona sana, ilusionada, decidida, magnífica periodista y excelente editora.

Entonces, ¿qué me rondaba la cabeza? Muy sencillo. Empecé a acordarme de todas aquellas mujeres embarazadas, con cardiopatía congénita, a quienes atendí y seguí en la consulta durante años, muchas de ellas desde que nacieron, y que, en aquellos momentos, expectantes y confiadas, se tumbaban en la camilla para que les diera alguna noticia sobre el corazón de su futuro bebé.

Afortunadamente, en la inmensa mayoría de las ocasiones, las noticias eran buenas. A veces las lágrimas eran irrefrenables. Las suyas y las mías. No era para menos. En su momento tomaron una decisión, a veces se apoyaron en mi ánimo, y en otras ocasiones a pesar de mis dudas. Y dieron el paso, libremente, con ilusión y con miedo, sensaciones irrefrenables comunes a todas las personas en su situación, tal vez en ellas más exacerbadas. Sobre todo, el miedo. Recuerdo la mirada constante mientras les hacía la ecografía, buscando en mi expresión algún atisbo de certeza de que no se iba a repetir, de que la cardiopatía congénita no iba a aparecer de nuevo en sus vidas, ahora en su bebé, ensombreciendo su ilusión de ser madres.

Ángela (Angie) me decía, esperando a otra Blanca (Blanki): Pine, ¿Seguro que no tiene lo mío, ni otra cosa parecida? ¿Mi corazón podrá aguantar hasta el final?

¿Por qué lo decidieron? Más allá de algunos sentimientos o impulsos a los que nunca accederé dada mi condición masculina, como la innata necesidad de ser madre que tienen muchas mujeres, estoy seguro que hubo algo más. Mi sensación es que ese algo más se relacionó con su decisión de dar un paso más, un paso sin duda importante, para lograr la normalidad en su vida, SU NORMALIDAD, algo tan en boga en estos tiempos que corren. Ante ese por qué, decidieron contestar con otra pregunta, como si fueran todas gallegas: ¿Y por qué no?

Ya habían dado pasos importantes. Ellas y sus compañeros cardiópatas fueron siempre de la mano. Desde su más temprana edad. Parecía que lo tenían muy claro. ¿Por qué no vamos a ser iguales que las demás personas? Asumimos limitaciones, pero no terribles diferencias. En el colegio, en la universidad, en el deporte, en el trabajo, con las amigas y los amigos, con su pareja. Lo han peleado a pesar de una sociedad poco dada a las excepciones y a la atención personalizada. Y unos y otras lo han conseguido. Es verdad que son el resultado de un esfuerzo colectivo, sanitario y familiar. Pero también han puesto mucho de su parte. Se lo han buscado.

Pero ellas fueron más allá. Además de haber peleado todo lo anterior, se embarazaron, y aceptaron el riesgo para su bebé y para ellas mismas. Algunas manejaron estadísticas, posibilidades. Otras no quisieron saber nada. Y todas confiaron y confiaron. Y ahora son madres que ríen, sufren, aman, se esfuerzan, trabajan, como la mayoría de las madres.

Cada vez que tengo noticias de algún embarazo, o del nacimiento de un bebé, tengo que reconocer que siento un punto de orgullo, de inmensa satisfacción por haber contribuido a poner a su disposición tiempo, empatía y esfuerzo. Lo necesario para que todo pudiera terminar razonablemente bien.

Ellas se empeñaron, y lograron su normalidad.

Muchas veces se acarician la cicatriz de su corazón cuando dan el beso de buenas noches.

 

Dedicado a todas ellas, madres de todo corazón.

Y también para ti, Blanca Cambronero