La antigua Roma se enorgullecía de no utilizar jamás el engaño en sus batallas, encarándolas a pecho descubierto, espada en mano, dispuesta a superar a sus bárbaros enemigos basándose en la potencia de su virtuosa civilización. Pero, en la práctica, el espionaje, las traiciones y los engaños formaron parte del alma de Roma. Dentro y fuera del campo de batalla.
Vestido para la ocasión
Tito Livio recoge la que fue una de las primeras operaciones señaladas del espionaje romano. Alrededor del año 300 a. C., durante una de las guerras contra los etruscos, el general al mando de las tropas romanas era Quinto Fabio Máximo. Descendiente del ilustre linaje de los Fabios (se discute si el primer Fabio nació de una ninfa o de una mujer con quien copuló Hércules junto al Tíber) tenía tres apodos: Cunctator (el que retrasa) haciendo referencia a sus tácticas militares (Tácticas Fabianas) plenas de reflexión, lentitud y estrategia; Verrucosum, a causa de una gran verruga en su labio superior, y Ovícula (oveja), por su naturaleza apocada, dubitativa y prudente.
«¡Fabio, ven aquí!»
«Dime, Quinto, mi hermano y señor»
«Quiero que vayas a Camerium»
«Pero, eso está al otro lado del bosque de Cimino, ¿no? Allí Roma nunca ha puesto un pie; tiene malos augurios…. Y, además, al lado está el enemigo etrusco. ¿Para qué quieres que vaya? Es peligroso»
«Hermano Fabio, además de un gran soldado, eres un maestro del disfraz, y dominas la lengua etrusca. Quiero que, vestido de campesino, investigues, conozcas y te granjees la confianza de quienes, en Camerium, se oponen a los etruscos. Que te digan dónde están sus tropas, y cuál es la mejor forma de atacarles. Nosotros estamos en clara inferioridad de fuerzas»
La información aportada por su hermano Fabio, le hace decidir atacar de noche. Los etruscos, sorprendidos, salen despavoridos, y Quinto gana la batalla.
En 1884, se creó en Inglaterra la Sociedad Fabiana. Este movimiento de aspiración ideológica socialista fue liderado principalmente por George Bernard Shaw. En su lucha por una sociedad más justa, los fabianos adoptaron una actitud progresista y paciente, como su inspirador Quinto Fabio Máximo. La Sociedad constituyó la base del futuro Partido Laborista británico.
Espía con todas las consecuencias
Las guerras púnicas de la Roma republicana contra la Cartago de Aníbal fueron también fuente de historias de espías. Una de ellas tuvo lugar en el año 203 a.C. durante el asedio de Útica, llevado a cabo por las tropas de Publio Cornelio Escipión. Esta antigua ciudad fenicia situada a pocos kilómetros de Cartago era un importante puerto, y Roma quería conquistarla y dejarla como almacén de víveres mientras preparaba el asalto a Cartago. Sus habitantes dieron la voz de auxilio, y el general cartaginés Asdrúbal Giscón y el jefe de la facción númida aliada con Cartago, llamado Sifax, yerno de Asdrúbal para más señas, defendieron la ciudad con uñas y dientes durante 40 días. Hasta que Escipión urdió una estratagema.
«Cayo Lelio, he reclutado un grupo de centuriones para parlamentar con Sifax. Irás con ellos, disfrazados de esclavos, os mezclaréis entre los númidas y los cartagineses, y me traeréis toda la información necesaria para derrotarles. Algo tenemos que hacer. Ellos son dos ejércitos, y nosotros sólo uno y mal abastecido. Estamos acorralados»
«Ya me he enterado, mi general. Pero uno de los centuriones, Lucio Estatorio, supone un riesgo para la misión. Él ha vivido muchos años entre los númidas y le van a reconocer. Creo que habría que hacer algo, azotarlo, por ejemplo, para que su disfraz fuera más creíble. Ningún númida se puede imaginar que un centurión sea azotado como un esclavo»
El pobre Estatorio no tuvo más remedio que aceptar las órdenes, recibió los latigazos, y se infiltró con sus compañeros entre los enemigos, recopilando importantes datos sobre la organización de los campamentos númidas: toscas cabañas de ramaje y madera, anárquicamente distribuidas.
Escipión decidió atacar de noche, ordenando a sus legionarios incendiar todo lo que encontraran a su paso. El fuego se abrió paso a través de los campamentos númida y cartaginés. Asdrúbal y Sifax huyeron, y Roma consiguió una de sus victorias más sonadas Las bajas fueron de 40.000 hombres muertos (1.500 entre las filas romanas), 15.000 prisioneros, y 11 elefantes capturados.
Desde aquella batalla, a Escipión se le agregó el agnomen (sobrenombre en aquella época) de “El Africano”.
Los inventos de César
Según cuenta Suetonio, César llegó a inventar un sistema de codificación criptográfica conocido actualmente como Cifrado de César. En aquella época podría ser eficaz, pero ahora es uno de los códigos más fáciles de descifrar. Se trata de un cifrado por sustitución: cada letra se sustituye por la situada un número fijo de puestos más adelante. El mismo César lo usó con un desplazamiento de tres espacios (una d en vez de una a). Su sobrino, el emperador Augusto lo hizo con desplazamiento de un espacio.
Otra idea de César fue la puesta en marcha de su servicio particular de espías. Según las fuentes, se les denominaba speculatorii, y formaban equipos de reconocimiento de las áreas cercanas a los campamentos del ejército para descubrir anomalías o situaciones fuera de lo común. Fueron la “seguridad interna”, los ojos y oídos del César dentro de las propias legiones romanas.
«A ver, Dacio, acércate a aquel corrillo de soldados, y entérate de qué hablan. Tienen un aspecto que a primera vista yo diría que todos vienen de Hispania, y ya sabes que allí están un poco revueltos»
«Algo he oído, mi César»
«Lógico, ¡para eso eres un speculatori! A ver, algunos de nuestros generales, no están de acuerdo con la política que hacemos allí desde Roma y quieren hacer la suya propia. ¡Anda, echa un vistazo y me cuentas! No vaya a ser que tengamos que intervenir»
Un error nefasto
En el año 46 a.C., Roma aclamó a Julio César y le otorgó un inmenso poder. El Senado le nombró dictador por tercera vez para un plazo de 10 años (lo nunca visto). Pero tenía oposición. No todos le veían con buenos ojos. Muchos eran los que creían que se convertiría en un rey tirano y que, influido por Cleopatra, establecería Alejandría como nueva capital.
César perdonó la vida a la mayoría de los senadores que se habían enfrentado a él, y encima les otorgó puestos políticos relevantes. Un gran error puesto de manifiesto aquel 15 de marzo del año 44 a.C.
«Mi querido César, ¿dónde vas?»
«Tengo que ir al Senado, Calpurnia. Salgo de Roma en unos días y debo dejar bien atados algunos asuntos importantes»
«César, la noche pasada tuve un sueño horrible. Sabes que mis premoniciones se cumplen la mayoría de las veces. Y he tenido una pesadilla en la que te asesinaban. ¡Te veía cubierto de sangre! Había una conspiración para matarte. No salgas de casa, por favor»
«Amada mía, hoy son los idus de marzo, y es jornada de buenas noticias. Son solo indicios y especulaciones. Querida, me voy, tengo mucha prisa»
Sus esclavos lo llevaron en su litera por las calles de Roma. Algunas personas simplemente querían verlo, mientras que otras imploraban su ayuda. Se amontonaron a su alrededor y trataron de que leyera sus solicitudes de ayuda o dinero, o rogaban a gritos que liberara a miembros de la familia que estaban en prisión. Su ayudante Marco no daba abasto a recoger tanto escrito, y muchos caían al suelo y se perdían entre la multitud.
Un hombre, a pesar de su avanzada edad, abriéndose paso a codazos entre la muchedumbre, consiguió llegar hasta César, con intención de entregarle un escrito.
«Oh, César, ¡lee esto lo primero! ¡Está cerca de tu corazón!»
«¡Artemidoro! ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? ¿Qué dices? Esto que me das, en fin, ya sabes, desde siempre, que las cosas más cercanas a mi persona se guardarán para el final»
«Te lo suplico, César, léelo ahora mismo. Tiene una extrema importancia»
«Artemidoro, ¡no seas pesado! ¿Te has vuelto loco? Trae, anda, trae, luego lo leo. Y ten cuidado no te vayas a caer y seas aplastado por el gentío. Mira, ya estoy en el Senado. Voy a entrar»
Artemidoro, maestro de filosofía griega y, en su momento, agente secreto del mandatario, había escuchado una conversación de los senadores conjurados para asesinar a César. Recopiló rumores e información, y logró aproximarse a él en el momento oportuno para que conociera la inminente amenaza. Hizo un informe de “inteligencia”, lo fundamentó con datos y añadió los nombres de Casio, Bruto, y demás senadores que estaban tras la conjura. Al final de la misiva, Artemidoro escribió: “Si no eres inmortal, mira a tu alrededor; la seguridad da paso a la traición” Hizo todo lo que debía hacer un buen espía. Pero su superior decidió no hacer caso a su agente secreto más veterano, y entró en el Senado. Gran error. Allí le esperaban 23 puñaladas.
La femme fatale
Si lo de Julio César fue una traición en grado máximo, dada la figura del traicionado, pocos años después su amiga y amante, Cleopatra, sufrió la ira de Roma, y, como en el caso de César, la precipitó hacia la muerte.
La muerte de Cleopatra fue justificada y celebrada como la de un enemigo de Roma . En un sistema patriarcal como era el romano, existió un rechazo absoluto a la condición femenina de la gobernante. Verdaderamente, era aborrecida. Adoptó rápidamente una dimensión simbólica como paradigma contrario a las virtudes y a la moral romana, que no podía soportar que una extranjera, que encima se hacía llamar reina, “sedujera” a dos de sus generales predilectos, Julio César y Marco Antonio.
Cleopatra no murió por amor, como creen muchos. Al igual que Marco Antonio, que se suicidó porque ya no había un lugar de honor para él en el mundo, ella eligió morir por la mordedura de dos áspides en lugar de sufrir la violencia de Octavio Augusto (sucesor de Julio César) y ser mostrada y avergonzada por las calles de Roma.
«Pasa, Horacio, pasa y toma asiento»
«Soy todo oídos, mi señor»
«Mira, Horacio, estarás conmigo en que Roma está harta de la egipcia. Ya sé, me dirás que ya está muerta, en efecto, pero su leyenda permanece. Quiero destruirla. Y tu magnífica pluma me tiene que ayudar. Llama a tus amigos escritores, a Propercio, a Escauro, en fin, tú verás»
«Viene de lejos, emperador. Virgilio ya escribió algo así como “odio a la reina” Tendrás noticias mías pronto»
A partir de este momento Cleopatra se convirtió en protagonista de una serie de composiciones, verdaderas joyas de la lírica y de la épica latina, en las que su memoria fue literalmente masacrada.
“Una reina insensata, colmada de una loca ambición y embriagada por un éxito insolente, que tramaba la ruina del Capitolio y la destrucción del Imperio”.
“Reina ramera, obsesionada con el alcohol que hacía uso de sus armas y de los más bajos instintos para encandilar a dignatarios”.
Se sabe que fuera de Europa, en África y los países de tradición islámica, fue recordada de manera muy diferente. Los escritores árabes se refieren a ella como una erudita, filósofa y constructora, reputada matemática y alquimista, autora de distintos tratados de cosmética y medicina. Aún se rinde tributo a una estatua suya en Philae, un centro religioso que atrae a peregrinos de más allá de las fronteras de Egipto.
Cuando las barbas de tu vecino….
El sucesor y protegido de Julio César, Octaviano, quien luego fué Octavio, y por fin César Octavio Augusto, primer Emperador de Roma, heredó de su predecesor el talento, la inteligencia y la fascinación por el cifrado de mensajes. Escarmentó en cabeza ajena y se aseguró que no iba a dejar que lo asesinaran, así que una de sus primeras iniciativas fue la de crear un cuerpo de guardaespaldas, los pretorianos, aquellos soldados que tanto habrían de influir en el devenir del Imperio.
En paralelo, desarrolló una red de espías domésticos cuya misión sería la de evitar atentados contra su vida. Aquellos espías fueron conocidos como los delatores, término latino que necesita poca explicación. Al principio funcionaron con eficacia y eran recompensados por cada conspiración que descubrían, pero les pudo la ambición y acabaron elaborando denuncias falsas con el objetivo de enriquecerse o deshacerse de sus competidores.
En la Roma antigua, la delación fué sinónimo de represión, y se utilizó sin piedad en cuanto la élite política creía perder el control del sistema. Sus métodos legalizaron desde el asesinato político a la proscripción, y se apoyaron no sólo en la violencia física, sino también en la psicológica, mediante el rumor, el chisme o la mentira.
Espías al servicio del Estado
No se sabe a ciencia cierta cuando apareció el primer servicio profesional de espionaje en la Roma antigua, los frumentarii.
En un primer momento, fueron centuriones y oficiales encargados de suministrar grano a las legiones, lo que les convertía en individuos que se desplazaban por todo el Imperio generando una importante red de contactos. Después constituyeron un servicio de mensajería y correos, preparados para realizar misiones especiales que incluían la infiltración, la suplantación, el «espionaje» y, cuando situaciones muy graves lo requerían, el asesinato político. En fin, unos individuos fiables a la hora de llevar a cabo cometidos peliagudos, para los que estaban sobradamente preparados. Estaban encargados de realizar «el trabajo sucio», y sabían cómo hacerlo.
Los frumentarii no se ocultaban. Llevaban un uniforme distinto al resto de soldados. Se les podía identificar. Aquel cuerpo de espías estuvo compuesto por 200 individuos reclutados en guarniciones de todos los puntos del Imperio. Se convirtieron, por tanto, en un cuerpo multiétnico capaz de mimetizarse con cualquier ambiente. Tenían su sede en Roma, en la Castra Peregrina, sobre la colina de Celio. Allí solía residir su jefe, el princeps peregrinorum, que informaba y obedecía órdenes directamente del emperador.
A la muerte de Septimio Severo, sus dos hijos, Geta y Caracalla, se disputaron el trono. De hecho, hubo una época durante la cual Roma tuvo dos emperadores. Pero las desavenencias entre ambos fueron continuas desde un principio. Aunque vivían en el palacio imperial, procuraban no coincidir nunca. Su madre, Julia Domna, sufría por ello.
«Mar y tierra, mis niños, habéis encontrado una manera de dividir, y, como habéis dicho, él golfo Propóntico separa los continentes. Pero vuestra madre, ¿cómo la vais a divir a ella? ¿Cómo soy, infeliz, miserable? ¿Cómo voy a ser desgarrada y separada para ustedes dos? Matadme primero, y después de que hayáis reclamado vuestra parte, que cada uno realice los ritos funerarios de su porción. Así también yo, junto con la tierra y el mar, quedaré dividida entre ustedes»
Caracalla decidió matar a su hermano Geta durante las Saturnales, pero su plan fracasó. Entonces urdió una estrategia alternativa.
«Pasa Marco Oclatinio. Quiero hablar contigo. Quiero hacerte un encargo»
«Dime César»
«Quiero que hables con mi madre, la Augusta Julia para que ella nos invite a mi hermano Geta y a mí a su apartamento»
«Hecho, César. ¿Le digo cual es el motivo de tal reunión?»
«Sí, claro. Dile que es una reunión de reconciliación»
«Así lo haré. ¿Algo más?»
«Sí. Haz que Geta entre primero en las dependencias de mi madre. Luego entrarás tú, y le matarás»
«¿Cómo dice, mi señor? ¿A su propio hermano?»
«Esa es mi orden, Marco, y de su cumplimiento depende tu futuro y tu vida»
Varios centuriones frumentarii, capitaneados por Marco Oclatinio, apuñalaron a Geta, que murió en brazos de su madre. Caracalla declaró en el Senado que iba a ser víctima de un atentado por parte de su hermano. Al día siguiente, se inició una terrible purga entre los partidarios de Geta. Veinte mil personas fueron asesinadas. Su madre convivió con Caracalla hasta que éste fue asesinado por otro aguerrido frumentari. Después se suicidó.
Marco Oclatinio, fue nombrado jefe absoluto del espionaje oficial. Construyó una red de espías en Britania que duró casi un siglo. Su enorme poder empezó a dar que pensar sobre el papel de esos frumentarii que influían ya demasiado en la política.
A finales del siglo III, el emperador Diocleciano tomó la decisión de eliminar el cuerpo. Los transformó en una nueva organización, llamada agentes in rebus, con las mismas atribuciones que sus predecesores. El nuevo cuerpo aumentaría su número de efectivos hasta los 1.200 agentes, todos civiles. Tras los primeros tiempos, en que se dedicaron, como sus predecesores, al espionaje, la delación y el servicio de correos imperial, se convirtieron pronto en un verdadero “contrapoder”. Tomaban decisiones unilaterales de torturas, encierro en mazmorras, o asesinatos. Y tenían un objetivo principal: el control de la opinión pública.
En el 359, Constantino llevó a cabo una importante purga en aquel cuerpo corrupto, y más adelante, Juliano el Apóstata lo disolvió definitivamente.
Así concluyó la historia de una de las caras más oscuras de la antigua Roma. La de ese espionaje surgido como avanzadilla militar, utilizado por los emperadores para su protección y, finalmente, aniquilado por esa corrupción tan propia de la lenta caída del Imperio Romano.