Según la Real Academia Española, HUIR es “alejarse deprisa por miedo o cualquier otro motivo, de personas, animales o cosas, para evitar un daño, disgusto o molestia”. Esta definición, sabia sin duda por su origen, de puro simple, pareciera un tanto incompleta, pues con un mínimo de reflexión aparecen multitud de matices. A continuación, me propongo desplegar con humildad algunos aspectos de este variopinto concepto, añadiendo algunas pequeñas píldoras narrativas (refranes, reflexiones, frases) con el sano objetivo de amenizar el relato.
Así, de entrada, la RAE nos dice que huir es algo que, más tarde o más temprano, sentará bien: se evitan sensaciones desagradables, se evita el dolor, y se elude la pesadumbre. Eso sí, no se vislumbra si supondrá un alivio sólo para quien huye, o, además, en su caso, para de quien o quienes huye.
«Al enemigo que huye puente de plata», es una frase de origen español. El político y militar castellano, Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), conocido como Gran Capitán, la repetía de continuo en los campos de batalla frente a sus tropas como un mandato, para facilitar la huida del enemigo vencido.
“Una retirada a tiempo es una victoria” Napoleón Bonaparte (1812), durante la campaña de Rusia.
Lo cierto es que huir no parece una acción con un resultado tan positivo como lo presenta la RAE, sino que suele provocar, en no pocos casos, sensaciones próximas al dolor y a la frustración, sobre todo cuando existe separación o ruptura entre personas. Y ese dolor no sólo aparece para quienes engrosan el grupo de víctimas (si las hubiere), sino también para quien huye, objetivo, habitualmente, de todas las críticas y acusaciones: la de irresponsable por huir, y la de responsable de las consecuencias de su huida. Probablemente haya tantas razones como casos. Hay situaciones muy claras, que no ofrecen dudas, pero la mayoría contienen unas circunstancias que se desconocen en profundidad para quien las juzga, y la opinión general se basa en aspectos de proximidad, empatía, rabia, e incluso odio.
“Nadie quiere ser el que sale corriendo” Anne Hathaway. De la película “Amor y otras drogas” (2010)
“Hui de ti una vez. No puedo hacerlo de nuevo” Ingrid Bergman. De la película “Casablanca” (1942).
Se dice que huir es de cobardes, de quienes no afrontan o ni siquiera buscan con valentía las posibles soluciones, o de quienes no se resignan, o no asumen la situación de la que huyen, y sus posibles repercusiones. Esta idea está muy arraigada en nuestra cultura, y forma parte de nuestro sistema de valores, siendo socialmente muy enaltecida, sobre todo si hablamos del sexo masculino: los valientes se enfrentan a los problemas.
“A veces para huir se necesita mucho valor”. Mary Edgeworth (1768-1849), escritora anglo-irlandesa.
“Un cobarde que huye es una persona en la que el instinto de conservación aún funciona con normalidad”. Ambrose Bierce (1842-1914), escritor satírico estadounidense.
Ante una situación límite, una forma de reaccionar es lo que se denomina una huida hacia delante. Se produce cuando se ignoran las señales de detenerse, de replantearse o modificar la situación, e incluso de retirarse, y se aplaza el aparente e inevitable desenlace con alguna acción o decisión muchas veces irracional, radical o atrevida. Esto puede salir bien o mal. O que permanezca la agonía.
“De perdidos al río” La frase proviene del hecho de que, cuando una persona se pierde (en un campo, en una selva, en un bosque…) la lógica le dice que, si encuentra un río, no lo dude, ya que le llevará al mar, es decir, a la salida, a la solución. Por otra parte, parece que también tiene que ver con las batallas, cuando en otros tiempos la principal maniobra para derrotar al enemigo consistía en empujarlo hasta que llegase a orillas del río. Así, al tener a su espalda la corriente, se reduciría su capacidad de maniobra y perdería la batalla, pues o se tiraban al río si no querían morir, o se rendían.
Es obvia la necesidad de escapar de una guerra o de un fenómeno natural con vocación destructora. Está en juego la vida propia y probablemente la de la familia, amigos, etc. La decisión de abandonar una situación peligrosa es, la mayoría de las veces, muy rápida, dejando atrás buena parte de lo poco o mucho que se posee. Esta huida precipitada tiene diferentes características según la causa, y la vuelta a casa está seriamente comprometida. Hay que irse lo más rápidamente posible. Volver es un enigma.
«Poner pies en polvorosa» se apoya en un hecho histórico que se remonta a la Reconquista, a la época de Alfonso III de Asturias, llamado El Magno (838-912). Cuentan las investigaciones que “viendo Alfonso III, el Magno, gallego de naturaleza, los progresos que en las fronteras de sus reinos hacían los moros, acudió con sus tropas a contener los adelantos del sarraceno. Presentó a los enemigos la batalla cerca del río Órbigo, provincia de Palencia, en los campos de Polvorosa (Pulvararia o Pulveraria, según otras crónicas), y allí el valor de nuestros soldados, unido al temor que infundió a los moros un eclipse de luna, hizo que Alfonso III consiguiese una completa victoria, dispersando en precipitada derrota a los hijos del Corán que pudieron sobrevivir a la derrota. Desde entonces hízose proverbial Polvorosa, encerrando primitivamente dicha frase una amarga ironía por todo ejército fugitivo, y aplicándose después a la persona que se ausenta apresuradamente de algún lugar”
“Se fueron cagando leches” La expresión, evidentemente, no es literal. Hace tiempo, pero no tanto, era habitual que los lecheros vendieran su producto de puerta a puerta, transportándolo en cubetas grandes, bien sobre sus hombros, o bien con la ayuda de burros o caballos. Lo hacían a primera hora de la mañana y lo más deprisa posible, ya que era un producto perecedero. Las calles no estaban asfaltadas y abundaban los baches, y el resultado es que gran parte de la leche que iba en las cubetas se iba derramando por el camino, y se cortaba rápidamente volviéndose medio sólida. Las moscas acudían a pegarse el festín, y aquello tenía una apariencia bastante parecida a las boñigas del ganado, pero en un bonito color blanco.
Sin embargo, lo habitual es escapar de una situación no deseada, desagradable o peligrosa, que con frecuencia se ha mantenido durante un tiempo. Por esta razón, suele ser una huida más pensada y preparada. Mas tarde o más temprano hay que abandonar esa situación. Refugio, exilio o simplemente soledad.
“Cuando una batalla está perdida, sólo los que han huido pueden combatir en otra”. Demóstenes (384 a.C.-322 a.C.). Político ateniense
“Tomar las de Villadiego” tiene su explicación. El rey Fernando III el Santo (1199-1252), tuvo que dictar un decreto por el que prohibía hacer ningún mal, salvo que incumplieran la ley, a los judíos que vivían en Villadiego, una aldea a 32 km de Burgos, donde se refugiaban víctimas de la persecución de la época. Para identificarlos, y que nadie les molestara, se les hizo vestir con unas calzas amarillas que los distinguieran del resto de la población (los curas las llevaban de color rojo). Los judíos salían huyendo hacia Villadiego, donde se sentían a salvo, dejando su vestimenta habitual para lucir el amarillo salvador. Es decir, tomaban las calzas de Villadiego…por puro miedo. En la puerta de atrás de la iglesia parroquial de San Lorenzo, una tablilla aún recuerda el privilegio real con su inscripción de “Iglesia de asilo”.
¿Nos pasamos la vida huyendo continuamente? Parece evidente que no es así, pero tal vez, estemos más tiempo en esa tesitura del que pensamos. Siempre es una búsqueda, habitualmente de algo mejor. O al menos, de algo diferente, sobre todo si es la primera vez. Hay la esperanza de un cambio, incluso con deseos de que sea definitivo. La ingenuidad juega también su papel.
“Una bella huida, libra toda la vida” En Gatomaquia (1634), Félix Lope de Vega y Carpio.
“Suelo soñar con escapar de todo tipo de ataduras y esposas como Houdini” Zenit, rapero.
En este sentido hay un capítulo importante: el ámbito organizativo/laboral/asociativo. Es verdad que en algunas ocasiones se huye de una situación insostenible, a menudo con tintes de explotación. Pero este es el escenario perfecto para aquello de “Es que me hacían la vida imposible”, “estaba adquiriendo un protagonismo mayor del deseado”, o “no aguantaba el nuevo rumbo”, “no soportan mis críticas”. “No podía más. Yo no he huido, me han echado”. Este panorama, que se invoca en no pocas ocasiones, y que, por otra parte, puede ser absolutamente real, salva la acusación de cobardía que lleva de forma inherente la huida, la recriminación de falta de verdadero compromiso con las estructuras, el mal gesto de abandonar sin pelear.
«Tirar la toalla» se suele asociar con el mundo del boxeo, pero la frase tiene un origen más antiguo y menos agresivo, relacionado con el mundo de las aguas termales romanas.
En la antigua Roma las termas no eran solo un sitio donde bañarse, también eran un lugar de encuentro, de reuniones, de discusiones políticas y de placeres lujuriosos. Se instauró una especie de trueque, los jóvenes acudían a las termas buscando dinero y los hombres de mediana edad buscaban favores.
Después de que uno de estos jóvenes recibiera una propuesta, se colocaba en frente de su pretendiente, y se hacía un segundo nudo en la toalla en señal de que no la aceptaba, o la dejaba caer en señal de que había aceptado, usualmente seguido de aplausos ya que una nueva relación había nacido.
De esta forma, este dejar caer o tirar la toalla comenzó a verse poco a poco como un gesto de sumisión, de rendición al conquistador, por lo que terminó adaptándose también al mundo del pugilato, a través del cual ha llegado hasta nuestros días.
Huir no es malo, y tampoco imprescindible. ¿Qué es lo malo de huir? Sin duda, las consecuencias. Pero ¡ojo!, las hay tanto negativas como positivas, y tanto para la persona que huye como para su entorno. Sin duda, esas consecuencias se dulcifican si se tiene cierta seguridad (cuanta más, mejor) de adonde se dirigen los pasos de quien huye, y si se conocen y asumen los efectos que puede provocar. Aun así, es frecuente que la persona evite aceptar esa ineludible necesidad por miedo a sus efectos, o por miedo a lo desconocido.
“Huyo de lo que me sigue; voy detrás de lo que huye de mí”. Ovidio (43 a.C.-17) Poeta romano.
“A quienes me preguntan la razón de mis viajes, les contesto que sé bien de qué huyo, pero ignoro lo que busco”. Michel de Montaigne (1533-1592) Escritor y filósofo francés.
“Tanto miedo tengo, que aun para huir, valor no tengo” Pedro Calderón de la Barca (1600-1681)
Afortunadamente, son menos frecuentes los casos de huida como deseo de abandonar la realidad, abrazando la inconsciencia o decidiendo una muerte voluntaria como huida final. La huida y la muerte se dan la mano muchas veces, sin que una apriete mas que la otra.
“Soy más bien de huir, en cuerpo y alma. Y si no puedo llevar mi cuerpo, al menos que escape mi alma” Úrsula Corberó, actriz. De la serie “La casa de papel”
“Los hombres, en su huida de la muerte, la van persiguiendo”. Demócrito de Abdera (460-360 a.C.) Filósofo griego.
“¡No quiero pasar nuestros últimos momentos huyendo!” Emily Browning. De la película “Pompeya” (2014).
“Fanio se suicidó por escapar del enemigo. ¿No es, pregunto yo, una locura esto de morir para no morir?” Epigrama de Marco Valerio Marcial (40-104), poeta y escritor satírico hispanorromano.
Bueno, nada más. Está claro que la huida está sometida a múltiples interpretaciones, consecuencia de las variadas causas a las que puede obedecer, pero también parece evidente que tiene pocas alternativas ante una situación grave, aguda o crónica. Esta ha sido sólo una aproximación, una introducción a un tema de calado, del que hay muchísimo más que hablar y que debatir.
Como dicen por ahí, me abro. Me las piro, vampiro.
Desde que se pisan las uvas, el vino, por huir de los pies, se sube a la cabeza (Refrán popular anónimo)