Está en su tienda preferida. Allí acude mañana, tarde y noche. Escoge esto y aquello para estar irresistible, imparable. Y lo logra. A veces son sólo pequeños detalles: una puesta de sol, un amanecer, unas nubes bien puestas, un par de rocas en la playa…El resultado final es impresionante: valles intoxicados de verde, lagos sumisos a los pies de cumbres de hielo blanco, océanos revoltosos, ríos transparentes e imparables. 

Nos rendimos, claudicamos ante desaforada perfección, y nuestro pequeño mundo. Muchas veces cerramos los ojos para que la brisa marina o el inmaculado aire de la montaña (artículos que también puede adquirir en su economato) atrapen nuestros sentidos. Otras veces hacemos una o varias fotos, a modo de testimonio perenne de esa espectacular experiencia, que acabarán en algún disco duro, como fondo de escritorio, o como forma de presumir de cámara o de dedo índice.

Todo provoca que nos quedemos pasmados unos instantes, que nuestros maseteros se relajen por un momento y dejen caer la mandíbula al tiempo que emitimos un monosílabo, incluso una palabra, siempre corta, y acotada de signos de admiración. Una belleza. La admiramos, no nos cansamos de disfrutarla.

Una curiosidad: cuando nuestra amiga se viste así, con sus galas, y desfila ante nosotros, no suele contar con los seres humanos. Si acaso un par de excursionistas abriéndose paso por la selva, o un turista en bañador en alguna playa paradisiaca. Rechaza las multitudes, tanto como el cemento. Soporta mejor a los animales, que adornan mejor las instantáneas, y las hacen más inclusivas. Ella dice: “Los lugares los dejo bellísimos, pero mejoran si están poco poblados”. 

De vez en cuando visita la trastienda. Allí hay otros atavíos, nada más opuestos a los habituales. Y se los pone, así, a modo de recordatorio, para que no nos olvidemos de que está ahí, permanente, vigilante, viva. Se viste de tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas, rayos destructores y huracanes devastadores. “¡Eh!, ¡que estoy aquí!” Con esto, de momento, la parece que debería ser suficiente.

Pero lo cierto es que ella nos teme. No se fía de que la respetemos, de que sólo nos dediquemos a admirarla. Y tiene razón. No la tenemos en cuenta cuando nos empeñamos en intoxicarla, en ignorarla para construir sin freno donde no debemos, para esquilar montes y dejarlos calvos, para comer olas instalando puertos, y permitimos que su temperatura ascienda milímetro a milímetro de forma inexorable arriesgando nuestro propio futuro.

Y, claro, nuestra amiga se harta. Hastiada de tanta agresión y de tan poca previsión, desencantada del ser humano por su poco respeto y espectacular ignorancia y desmedida ambición, se defiende. Suele avisar de alguna manera, y para ello, acude a su trastienda, donde se enfunda de mensajes y avisos. Allí mismo se entrevista con sus aliados más notables: el sol, las nubes, el viento, el frío, la luna, el océano. Evalúan la situación y toman decisiones.

Llena su morral de respuestas, de sugerencias e insinuaciones, que espera sirvan de adoctrinamiento, de reflexión. Pero al final, no puede evitar que su réplica sea ejemplar. Los humanos son muy tozudos, y por ver si se enteran de una vez por todas, deshiela, incendia, inunda, arrasa, provoca olas de frío estremecedoras, o sequías asesinas. 

Su objetivo es lograr que quienes llevan la batuta de la humanidad, la inviten a sentarse en sus parlamentos, la den la oportunidad de insistir, con voz propia, en la absoluta necesidad de conservarla y cuidarla activamente. Allí, en esa asamblea o en aquel congreso, recomendará que las personas presentes miren por la ventana y presencien la destrucción, el barro y la lava por las calles, los cascotes, el humo, la hambruna, los cadáveres. Los animará a que hagan fotos.

Porque esas también serán fotos de la naturaleza, esa a la que llamamos madre, y que nos muestra dos caras: la amable, la fotogénica, y la otra, la que nos recuerda a nosotros, sus hijos, que la debemos respeto y cuidado, porque si no es así, irá a la trastienda y se hará con unas consecuencias poco agradables.

¿La haremos caso?