Hola Tomás. Recurro a ti, por ver si pudieras echar una mano desde tu, supongo, privilegiada posición en ese lugar indefinido al que tanto hace caso la gente en general.
Pues sí, con tus influencias yo creo que podrías ejercer una labor de profilaxis, para que el lamentable espectáculo vivido tras la final del campeonato del mundo femenino no se vuelva a repetir. Porque mucho me temo que puede reeditarse en cualquier momento. Para eso abanderas aquello de “Una y no más, Santo Tomás”. Hazte cargo.
A ver, pensemos juntos. Estarás de acuerdo conmigo que hubiera sido más sencillo que después de aquellos lamentables acontecimientos, este señor, ya sabes, ese impresentable expresidente, hubiera notado algo en su cabeza, alguna voz del más allá, una iluminación en forma de rayo de cordura que le hubiera dicho: “Luis, la has liado parda. Ya sé que a ti ni se te pasaba por la cabeza lo que iba a ocurrir después. Te han educado para no darle importancia a estas cosas. Lo sé. Pues, chicarrón, importancia la tiene, y mucha. Dimite ya, antes de que esto se complique más.” Rubiales, alucinado, creyendo que la voz provenía de algún espíritu divino o de, al menos, un santo (¿eh?), hubiera abandonado el cargo de inmediato. Y listo.
Tomás, si este sujeto hubiera dimitido, nos hubiéramos ahorrado tener que oír a los jugadores del equipo nacional de fútbol masculino hacer unas declaraciones bochornosas, que reflejan lo mismo que le pasó al señor Rubiales. Tampoco dieron importancia a los acontecimientos, como buenos hombres, educados en el pase largo y en el tiro por la escuadra, pero en poco más, e, insisto, como hombres de este país, criados con un tufo a machismo que al final aflora.
No quiero dejar de imaginar otra situación, la que podría haber sido la más precoz y, tal vez, la más útil: puñetazo en la boca o patada en aquella zona que se sobeteó para vergüenza nacional (para la suya no, desde luego). Hubiera sido totalmente definitivo por parte de Jenni. La sorpresa a veces no deja actuar a la osadía. Y ¿qué hubiera pasado? Ahí lo dejo.
Pero ni el escándalo derrumba una institución tan anclada en el pasado y en los dólares. La federación española de fútbol, entre otras vergüenzas, ha ignorado al fútbol femenino desde siempre, y ha tenido la inmoralidad de hacer algo inconcebible como llevar la final de la copa de España a Arabia, eso sí, con pingües beneficios económicos. Y no ha pasado nada. Las mujeres han tenido que ganar un mundial para que, ojalá, los cimientos de la institución se tambaleen, y haya la posibilidad de plantearse alternativas a lo antiguo, a lo carca, a lo que antes valía. Y ahora ya no.
Bueno, Tomás, el hecho es que Jenni no noqueó a su agresor, y que Rubiales no se ha ido. Te insisto en que pienses en tu posible capacidad, o la de alguien que conozcas, de influir mentalmente para cambiar el curso de los acontecimientos. Quiero imaginarme al gobierno de la nación, bajo tu influencia, saltándose los pasos que hubiera tenido que saltarse, cesando de un plumazo a este señor esa misma noche. Hubiera sido fantástico. Una medida verdaderamente ejemplar. Nos hubiéramos ahorrado tanta tinta, tanta declaración inoportuna, en fin. La UE, la FIFA, la UEFA, nos hubieran subido a los altares. Bueno, perdón, ahí no, que ya estáis quienes estáis.
Te voy a contar una cosa por si no te has enterado. Mira, no me considero en absoluto defensor de las reglas del juego, ni civiles ni militares, que se practican en general en Estados Unidos de América (racismo, abuso de poder, invasión de territorios, etc.) pero voy a comentarte un detalle que se produjo durante el US Open de tenis que se ha disputado en Nueva York. Estaba jugando un tenista alemán (Zverev para más señas), cuando un descerebrado espectador se pone a cantar el himno preferido de Hitler, ya sabes quién te digo. El tenista paró de jugar. E inmediatamente, el juez de silla mandó expulsar al tipejo, que se fue rodeado de personal de seguridad. No sé si se habrá disculpado, si habrá convocado un rueda de prensa, si en su trabajo le han hecho el vacío, o si en su círculo nazi le van a santificar. Pero si quiere ver tenis lo tendrá que hacer por la tele o por internet. ¡Se acabó!
Vale, esto tampoco ha ocurrido. La cosa entonces se complica. Nos queda la educación. Infundir en la gente más pequeña el sentimiento de respeto hacia las demás personas sin importar sexo, raza o religión, es lo que verdaderamente evitaría situaciones como estas que nos ocupa. Tú eres el patrón de los estudiantes, caray. Te podías comprometer a una especie de cambio climático-didáctico circunscrito a conseguir una verdadera enseñanza de lo que es igualdad y respeto. ¿Qué te parece? Ya, lo sé, una utopía.
Mira, santo, Rubiales no se enteró de lo que había pasado. No le dio importancia. Ni se le pasó por la cabeza que eso no era de recibo. Pensó que fue algo natural, lleno de espontaneidad. Tampoco vieron nada raro los dos entrenadores de las selecciones femenina y masculina.
¿Por qué no se le da importancia a algo?
Tal vez porque no se ha aprendido. No se ha grabado en el disco duro del cerebro. Y por lo tanto ignoras su trascendencia. A la mayoría de los hombrecitos de este país, no nos han enseñado que estas cosas no se deben hacer. Y, lógicamente, tampoco nos han enseñado lo que debemos hacer si un día metemos el cuezo. Hay quienes hemos querido aprender, y quienes han rechazado hacerlo.
No sé si tienes los datos, Tomás, y tampoco sé si quiero que me los digas para no deprimirme. Pero… ¿cuántos españolitos tampoco vieron nada raro, ni malo, ni digno de reprobación aquel día? No me lo digas, por favor. Y tampoco, te lo ruego, cuantas españolitas tienen ese mismo pensamiento.
Tomás, intercede, por favor, ante quien consideres oportuno. ¡Una y no más!