Te fuiste de repente, sin avisar, de esa manera que es la que más duele por lo imprevisto, por lo descarnado. Pero me dio tiempo a acariciarte la cabeza cuando estabas entre las seguras manos de la veterinaria. Era algo que había dado ya prácticamente por imposible dado tu carácter poco proclive a las caricias.
Al principio, enseguida te defendías. Pero en los últimos meses ya no salías volando al acercarnos. Era ya tal la confianza, tal vez mejor llamarlo descaro, que ahí te quedabas, mirándonos, en ocasiones a la espera de estar a tiro para realizar ese estiramiento de cuello modo-rayo con el que sacudías un buen picotazo allá donde pillaras.
En efecto, eras ingobernable y pendenciero, un espíritu libre. En el sentido picaresco de la palabra, se te podría calificar con aquello de ¡menudo pájaro estabas hecho! Y, en efecto, libre has estado en casa, toda a tu disposición. Incluso has estado a punto de estar libre en el campo si el tiempo y las circunstancias lo hubieran permitido. Pero nadie dudaba que, aun así, hubieras vuelto con nosotros. ¿Cómo perderte tu juguete de madera desde donde oteabas lo que pasaba desde el piso 14? ¿Cómo perderte tu baño casi diario?, episodio que dejaba aquello como si se hubiera sido un perro quien se hubiera dado un chapuzón, y se hubiera sacudido después.
Sí Tito, eras un pájaro desahogado. Buena prueba de ello eran tus frecuentes sesiones de autogestión sexual que te marcabas en el palo de al lado de tu novia oficial. Todo un espectáculo durante el cual en más de una ocasión has tenido que agarrarte bien ante el riesgo de caer al suelo de la jaula, de la energía que le echabas al asunto. Eso sí, todo con la mayor naturalidad del mundo.
El negro.
Parece mentira que con esa fantasía de colores envolviendo tu cuerpecillo, fuera el negro tu tono favorito. Tu carácter orgulloso y obstinado te llevaba a exigir visitar a esas amantes que tenías en los ratones de los ordenadores, o jugar con los móviles, o chapotear en el teclado, o destrozar las teclas de goma de los mandos a distancia. Todo lo negro para tí. Hubo que poner alguna limitación a tu libertad de movimientos para poder trabajar en el ordenador. Era imposible hacerlo contigo al lado dando de comer al ratón, amenazando con picarte la mano, o dejando muestras de tu contenido intestinal en el monitor.
¿Qué veías cuando estabas al lado de algo con este color? Está claro que te gustaba. Te producía un reflejo cercano al enamoramiento; como si una flecha de Cupido partiendo de ese objeto se dirigiera directamente a tu pequeño corazón y lo atravesara sin piedad. Nunca lo sabremos, no nos diste tiempo a investigar con mayor profundidad. Era el fruto de tu obsesión por la tecnología de color negro, sobre la que ejercías una defensa numantina pico en ristre, y a la que dedicabas una asombrosa danza erótico-festiva digna de contemplarse.
Mucha compañía.
Tito, te echamos de menos. Tu presencia en la casa era siempre bien patente hasta que, al caer de la tarde, te retirabas a tus aposentos. Tu incansable movilidad, tus vuelos por toda la casa, dando esas curvas cerradas para entrar en una u otra habitación, tu pasión por tirar objetos al suelo, y mirar después dónde y cómo habían caído. Si existieran los campeonatos de lanzamiento de tapón al aire nos habrías traído alguna medalla a casa.
No eras muy amigo de los trinos. Te descolgabas con algunos de buena factura sobre todo cuando volvías del campo. Claro, allí, en clases presenciales, aprendías de otros camaradas tuyos. Últimamente parecía que nos contestabas a nuestro intento de hablar contigo. Nos aguantabas la mirada, y algún que otro pío salía de tu garganta.
Pero eran tus vuelos sobre nuestras cabezas las señales que nos parecían más acordes con un estado que interpretábamos como de bienestar. Literalmente nos hacías la raya en el pelo. A toda velocidad, pasabas a escasos centímetros batiendo las alas con toda tu energía. Nos encantaba, Tito. Una pasada. Como también nos reíamos viéndote encima del ventilador a la hora de la siesta. Allí, desde tu inmejorable atalaya, nos observabas durante un buen rato. Alguna que otra siesta nos hemos echado los tres a la vez, ¿eh? Parece mentira lo que se puede llegar a interactuar con un pequeñajo como tú.
El puente del arco iris.
¿Fue difícil atravesarlo? ¿Había muchos animales? Me imagino que ese puente hecho de arco iris, por el que atraviesan nuestras mascotas que han abandonado el mundo de los humanos, no habrá sido un problema para ti. A lo mejor has esperado a algún gato negro para franquearlo con él. Las focas y los cuervos no suelen ser animales de compañía.
Ya estás allí pues, en tu cielo. Un lugar que me imagino lleno de objetos negros, de mijo, de pipas, de bañeras, de móviles, de luz, y también de oscuridad para poder dormir y descansar. Un lugar donde volar y volar, con alguna repisa de vez en cuando llenas de cosas para arrojar al lecho de nubes. A lo mejor te encuentras a otras mascotas que también hemos conocido aquí abajo: un conejillo peludo, un perro bondadoso y grandote, unos gatos serranos, todos estarán por allí. Y un día, si no está muy lejos, acércate al cielo de los humanos, ya sabes esos con los que te sientes tan a gusto, y busca a tu anterior dueña, Pilar. La vas a dar una sorpresa tremenda y una inmensa alegría. A todos, dales un beso de nuestra parte, pero con cuidado, por favor.
Amigo Tito, acuérdate de nosotros. Lo hemos hecho lo mejor que sabíamos, dándote nuestro cariño, una buena dosis de caprichos, y la mayor y mejor jaula que encontramos en el mercado. Hemos estado encantados, gozando de tu multicolor figura, de tus garbosos andares, de tu presencia.
Un beso muy fuerte. ¡Anda y déjate, es sólo un beso!