Mustafá Agha era un próspero comerciante egipcio que tenía su negocio en el zoco de Luxor, el bazar más popular de la antigua Tebas. Como en la actualidad, por aquel tiempo (hablamos de 1862) la principal mercancía con la que se mercadeaba eran las antigüedades de la época de los faraones. La inmensa mayoría eran falsas o copias muy conseguidas, y los comercios no lo ocultaban.

Mustafá se dedicaba a vender telas. Estantes y estantes repletos de género de todos los colores, texturas y tamaños. Y como en toda tienda que se precie, tenía una trastienda, donde también se vendían antigüedades, muy pocas a simple vista, pero con una importante característica común: eran auténticas. Allí sólo entraban personas absolutamente especiales y escogidas, expertas en egiptología, arqueología, coleccionistas de postín, gentes de reconocido prestigio. Mucho no vendía, pero, eso sí, lo hacía a precio muy alto. El negocio no le iba mal. Había en aquella época una verdadera obsesión en lograr nuevos hallazgos arqueológicos y de descifrar el significado de aquellos que se acompañaban de jeroglíficos u otros caracteres plasmados por los escribas de la época en utensilios y papiros.

Mustafá tenía un hijo de 8 años. Se llamaba Kamal, y se pasaba el día correteando por el zoco, entre las tiendas, puestos de comida, vendedores ambulantes y cafetines. De vuelta al negocio de su padre, Kamal siempre traía algo en el zurrón que llevaba escondido debajo de su túnica. A veces, la colecta daba para comer ese día toda la familia.

De vez en cuando, iban de excursión a la necrópolis tebana, a algo más de una hora de Luxor, cruzando el río. Allí estaba todo en plena efervescencia. Continuamente salían a luz tesoros faraónicos exquisitamente conservados por la tierra y el tiempo. Kamal tenía unas horas para zascandilear entre tumbas y tenderetes donde los arqueólogos limpiaban, examinaban y clasificaban los hallazgos. Por su parte, Mustafá charlaba con amigos y conocidos, preguntaba por el curso de los trabajos, e incluso podía visitar algún enterramiento en plena investigación.

Aquella tarde de primavera volvían de la necrópolis, y concretamente de la zona de Al-Asasif, donde habían pasado todo el día. El zurrón de Kamal pesaba lo suyo. Como decía Mustafá, había rescatado varios tesoros: un vaso canopo, una estatuilla policromada bien conservada, y un pergamino que se ató a la espalda.

  • ¿De dónde has sacado esto Kamal?
  • Pues me metí en una tumba. Había mucha gente. Yo creo que acababan de abrir el sarcófago, y estaban discutiendo. Nadie me miraba, así que, vi esto entre las piernas de la momia, y lo cogí. Salí de allí muy despacio para que nadie sospechara.

La casualidad, tal vez el destino, quiso que pocas semanas después, en otra visita a Al-Asasif, un viejo amigo de Mustafá, de forma muy discreta, le dijo al mercader que cogiera algo de un montón de objetos amontonados al lado de la tumba de un supuesto médico. Él no lo dudó. Se hizo con un pergamino que le pareció en un excelente estado de conservación.

  • Mira Kamal, otro pergamino. ¡¡ Nunca hemos tenido dos en la tienda!!! ¿Será una señal de buena suerte?

Unos días más tarde, apareció por el negocio una cara conocida. Era Edwin Smith, un estadounidense aventurero, prestamista y anticuario que se pasaba media vida en Egipto. Como siempre, preguntó a Mustafá por las últimas adquisiciones. Y Mustafá le enseñó, entre otros objetos, los dos pergaminos. Smith no lo dudó un instante, y le compró los dos por un precio desorbitado. Ya en su local de Luxor, comprobó que a uno de ellos le faltaba la mitad. Durante dos meses, tuvo que regatear duramente para que Mustafá Agha le dejara en buen precio la otra mitad que se había quedado el egipcio para acrecentar su beneficio. No era la primera vez. Ni será la última, se dijo Smith a sí mismo.

Le cogió cariño a aquel pergamino. Juntó las dos partes, comprobando que coincidía jeroglífico por jeroglífico, y empezó a pensar en intentar traducirlo al inglés. Desafortunadamente, no poseía el conocimiento suficiente para traducirlo y el papiro se dejó como estaba, y Smith no comentó nada de él durante décadas. A su muerte en 1906, su hija lo donó a la Sociedad de Historia de Nueva York, institución que, en 1920, encargó su traducción a James Breasted, por aquel entonces director del Instituto de Estudios Orientales de la Universidad de Chicago, quien se tomó diez años para la tarea, hasta que, en 1930, fue al fin publicado por él, en inglés, en dos volúmenes. En 1948 el papiro pasó a la Academia de Medicina de Nueva York, donde se puede contemplar actualmente con el nombre de Papiro de Smith.

Y, ¿qué pasó con el papiro que rescató el pequeño Kamal? Pues quedó almacenado en la tienda de su padre, hasta que diez años después, en 1872, entraron en el local George Mortiz Ebers, egiptólogo y novelista inglés, y su rico benefactor Herr Gunther, atraídos por un rumor que señalaba a Edwin Smith como poseedor de un valioso papiro. Smith les presentó un papiro envuelto en tela de momia, mencionando que se encontró entre las piernas de una momia en el distrito de Al-Asasif de la necrópolis tebana. Ebers reconoció al instante el gran valor del papiro y su excelente estado de conservación, y, una vez allanados por Gunther los problemas económicos, ya que Smith exigía una fortísima suma de dinero por él, Ebers compró el papiro y lo publicó por primera vez bajo el nombre de Facsímil en 1875, al tiempo que lo depositaba en la Universidad de Leipzig, donde reside en la actualidad. Desde entonces se le conoce como Papiro de Ebers.

Papiro de Smith

El papiro de Smith se remonta al Segundo Período Intermedio del antiguo Egipto, es decir, alrededor del año 1600 a.C. Sin embargo, se cree que este papiro es una copia de un tratado más antiguo, uno que data del Antiguo Reino, alrededor del año 3000 a.C. De hecho, se especula que el autor del texto original podría haber sido Imhotep (2690 – 2610 a. C.), el famoso erudito egipcio que es considerado un arquetipo histórico de polimatía; sabio, médico, astrónomo, y el primer arquitecto e ingeniero conocido en la historia, además de visir del faraón Zoser, en honor de quien Imhotep mandó construir la famosa pirámide escalonada de Saqqara.

El papiro de Edwin Smith se escribió en escritura hierática, la forma cursiva de los jeroglíficos, de derecha a izquierda. El texto está incompleto ya que faltan su principio y su final. Se escribió utilizando tintas negras y rojas, la primera para el cuerpo principal del texto y la última para las 69 glosas explicativas, escritas al margen. Mide poco más de 4,5 metros de largo por 33 centímetros de ancho

Se trata del tratado de medicina quirúrgica más antiguo de la Historia de la Humanidad.   Sus completas menciones de prácticas quirúrgicas nos permiten conocer los avanzados conocimientos de los egipcios antiguos en cirugía.

Se puede leer un listado de los traumatismos más frecuentes, desde contusiones de vértebras a luxaciones en los maxilares, perforaciones craneales, fracturas de la nariz y clavículas, ampliando los conocimientos sobre heridas traumáticas. Los tratamientos incluyen el cierre de heridas con suturas, vendajes, férulas, cataplasmas, e inmovilización del cuerpo en el caso de lesiones de la columna vertebral.

Para las heridas recomiendan aplicar carne fresca arrancada de animales vivos y en algunos casos, como en el cráneo y las meninges, la sutura con aguja e hilo; en los abscesos, abrirlos para vaciarlos y cauterizarlos después con un hierro candente; la aplicación de compresas con miel y grasa animal en la zona quirúrgica, como prevención de infecciones.

También muestra grandes conocimientos de otros órganos como el hígado, la vesícula, el bazo, los riñones, los uréteres, la vejiga, y también del corazón y los vasos sanguíneos. Asimismo, un conjuro mágico contra la pestilencia y, para las damas, una prescripción para curar arrugas utilizando urea, sustancia que todavía se utiliza en cremas para la cara.

Los casos del papiro de Edwin Smith

El papiro de Edwin Smith contiene un total de 48 casos que se organizan sistemáticamente. Estos casos comienzan con lesiones en la cabeza y se extienden por el cuerpo, tratando con lesiones en el tórax y la columna vertebral. El texto, desafortunadamente, termina aquí y, por lo tanto, no se tratan las lesiones en la parte inferior del cuerpo, con la excepción del Caso 48, que se refiere a «un esguince en la vértebra de la parte inferior de la espalda«.

Cada caso se organiza de manera sistemática y metódica, comenzando con un «Título introductorio«, seguido de una sección de «Examen» o «Síntomas significativos«. La siguiente sección es el «Diagnóstico«, al final del cual hay un veredicto relativo a la posibilidad de “Tratamiento”, ya sea favorable (tratable), incierto, o desfavorable (no tratable). Hay 14 casos de lesiones «intratables«.

El corazón. En el papiro, podemos encontrar frases que evidencian la medición de las pulsaciones como: «… Hay canales en él (el corazón) hacia todos los miembros. Si los sacerdotes de Sekhmet o cualquier médico, pusiera las manos o los dedos sobre la cabeza, o las dos manos sobre los dos pies, se mediría la acción del corazón«. Detectaron además los «latidos olvidados» (¿extrasístoles?), y “las inundaciones del corazón«, que atribuían a la “salivación excesiva” (¿edema pulmonar?). Preconizaban la aplicación de presión en el cuello para calmar el dolor de cabeza. También están registrados fenómenos importantes para los que no encontraban una explicación lógica, como cuando el paciente se desmayaba y no detectaban su pulso.

En fin, el pulso era un índice fundamental de las condiciones del enfermo.

Papiro de Ebers

 Este papiro de Ebers es el más extenso entre la docena de similares encontrados hasta la fecha. Mide 20,25 metros de largo y 30 cm de ancho, y está en un excelente estado de conservación. Su contenido es netamente médico y constituye la mayor fuente directa de información sobre la medicina de la época en Egipto.

En él se detallan más de 700 recetas y remedios medicinales naturales incluidas a lo largo y ancho de 877 apartados donde se describen dolencias como artritis, mordeduras de animales, afecciones intestinales, dolores de cabeza, problemas en el embarazo, contracepción, problemas psicológicos como la depresión y la demencia, afecciones de los ojos, los oídos y la piel, fracturas, quemaduras, etc., así como su tratamiento a base de extractos de insectos, polvos minerales y sobre todo vegetales como mirra, incienso, cardamomo, eneldo, tomillo e hinojo entre otros muchos más. Todos los 328 preparados que se describen en total, aplicados en forma de cataplasmas, cremas y bebedizos, se detallan escrupulosamente.

Algunos ejemplos. Para prevenir la concepción, “unte una pasta de dátiles, acacia y miel sobre la lana y aplíquela como un pesario”. Para la diabetes (perfectamente descrita en este papiro), “beba una mezcla que incluya bayas de saúco, fibras vegetales, leche, cerveza, flores de pepino y dátiles verdes”. Uso medicinal de arcillas ocre para molestias intestinales y oculares. El ocre amarillo también se describe como un remedio para las molestias urológicas. Creían mucho en los enemas, pero no para tratamiento del estreñimiento o preparación para algún procedimiento, sino para “devolver el color… o vigorizar los cabellos débiles “o “para producir olores agradables” pues los enemas eran “… de agua, leche, cerveza y vino, endulzados con miel …”.  En los márgenes del documento se encuentran comentarios tales como “este es bueno”, o “a mí me ha dado buenos resultados”.

El papiro tiene un «Tratado del Corazón» En él, se pone de manifiesto la concepción cardiocentrista del cuerpo humano. Era el lugar de asiento de la inteligencia, la conciencia moral y el pensamiento. Se pensaba que todos los fluidos corporales confluían en el corazón, desde la sangre a las lágrimas, pasando por la saliva, la orina, la bilis o el esperma. Estas sustancias viajaban hacia el corazón a través de unos pequeños conductos llamados met metu, que se encontraban repartidos por todo nuestro organismo.

Se pueden encontrar descripciones de la insuficiencia cardiaca, la angina de pecho y la disnea de forma muy particular, tratando de describir la enfermedad y su tratamiento:

«Cuando se examina la distensión en el abdomen, usted observará que no hay ninguna condición para cruzar en Nilo (realizar un esfuerzo físico), el estómago está hinchado (congestión) y el pecho asmático (edemas), entonces la sangre está quieta y no circula». El tratamiento consistía en “vaciar el sistema”, descongestionarlo, y para ello utilizaban una mezcla con productos de importante efecto diurético, realizando “una cocción de cerveza” elaborada con muchos ingredientes entre los que se encontraba ajenjo y bayas de sauco y posiblemente malta. 

Una prueba de la importancia que se daba al corazón, era que, durante el proceso de momificación, tan sólo este órgano permanecía en su sitio. El resto de vísceras se introducían con sumo cuidado en 4 vasos canopos, excepto el cerebro, que era desechado, ya no tenía ninguna función en el más allá. A continuación, llegaba el juicio de Osiris, en el que el corazón se pesaba en una balanza poniendo en el otro platillo una pluma de avestruz.  Si el corazón pesaba más que la pluma significaba que el muerto estaba lleno de culpas, y, debía ser devorado por Ammit, una bestia mitológica. En caso contrario, se entendía que el difunto había realizado una vida justa y estaba preparado para renacer en el más allá. Previamente, sobre el cuerpo de la momia se colocaba un escarabajo, llamado escarabeo o escarabajo de corazón, que solía ser tallado en piedra verde o azul. Este amuleto llevaba grabado el capítulo 30 del «Libro de los Muertos», y su misión era asegurar que el corazón no testificase en contra del fallecido, delatando los pecados cometidos en vida.

El mundo de la medicina egipcia se dividió en dos categorías: los «métodos racionales», que eran tratamientos que serían paralelos a los principios científicos de hoy, y los «métodos irracionales» que involucraban creencias mágico-religiosas usando amuletos, encantamientos, y hechizos escritos llamando a los dioses egipcios de la antigüedad. Después de todo, durante este tiempo hubo una fuerte asociación con la magia, la religión y la salud médica. No existía, por ejemplo, el concepto de infección bacteriana o viral; era el rencor de los dioses.

Los médicos egipcios antiguos tenían el conocimiento y las habilidades para tratar a sus pacientes en los métodos racionales, sin embargo, la incorporación de prácticas mágico-religiosas era una necesidad cultural. Si las aplicaciones prácticas fallaban, siempre podían confiar en lo espiritual para explicar por qué un remedio podría no estar funcionando. Un ejemplo se puede ver en una traducción de un hechizo de curación para el resfriado común:

» ¡Fluye, nariz fétida, fluye, ¡hijo de nariz fétida! ¡Salgan ustedes, que rompen huesos, destruyen el cráneo y enferman los siete agujeros de la cabeza! » (Ebers Papyrus, línea 763).

Los papiros del antiguo Egipto, como los descritos aquí, deben contemplarse como guías prácticas relevantes para la cultura y el tiempo en el que fueron escritos. Estos textos eran tratamientos médicos para enfermedades y lesiones durante un tiempo en que se pensaba que el sufrimiento humano era causado por los dioses.

Nota: Los episodios correspondientes a los descubrimientos de los dos papiros están novelados.