No logro entenderlo. No logro entender a toda esa muchedumbre que se agolpa para ver, vitorear, y disfrutar con el show monárquico. En cualquier lugar, por el motivo que sea. Respeto los gustos, las tradiciones, pero esto no consigo comprenderlo.
Parece ser que en Inglaterra se monta este esperpento para coronar a un rey desde el siglo XI. Parece de película. Las carrozas, esos ropajes, esos gestos, los atributos del rey, etc. Y para colmo, el orbe, sí, una bola dorada con una cruz que significa, que, en este caso, este paciente señor llamado Carlos, es el representante de Dios, y vicario de Cristo en la Tierra. ¿A que no es normal? Así llevan 10 siglos. Bueno, hay tribus aisladas amazónicas que repiten siglo tras siglo su propia ceremonia para elegir a sus jefes (sin cruces, ni oros, claro).
En mi opinión, la parafernalia en torno a la entronización de Carlos como rey de Inglaterra ha sido escandalosa para mucha gente. Los consabidos e interminables desfiles de militares, de los guardias con el pompón negro en la cabeza, y si a alguien se le hubiera ocurrido una división de rojas cabinas telefónicas, pues también. Un país con graves problemas económicos, se permite el lujo de arropar un show de una magnitud escalofriante y, sin el más mínimo rubor, se ha gastado 100 millones de libras, unos 130 millones de euros, financiados por el gobierno de su graciosa majestad, y una parte desconocida por los propios Windsor. La verdad es que a las gentes de ese país parece no importarles este aspecto. Disfrutan con su condición de vasallaje. Una manera de ser, una opción que al parecer no les molesta. Un fiestón.
Es cierto que hay cierta contestación, vigilada y reprimida si es preciso, sobre todo en las regiones de más tradición independentista, como Escocia. Y aunque los resultados de los referéndums están ahí (qué suerte tienen que se les consulta), se aprovecha cualquier evento, oficial, deportivo o festivo para poner de manifiesto las distancias con la corona británica.
La monarquía está bien impregnada en el pueblo británico, y si no, que se lo digan a Benidorm, donde los “british” se han impregnado a base de bien, viendo por TV la dichosa coronación, con diferentes líquidos euforizantes, y su alegría monárquica se ha mezclado con su deplorable y alcoholizado aspecto.
Pero los medios están también para esto. Primera plana, retransmisión en directo durante interminables horas, opiniones de contertulios de quienes creías con condición progresista, ¡qué va!, les encanta este circo. A lo mejor, por dentro, se les corroen las tripas, pero no lo parece. Y, además, como todo contertulio que se merezca en este país, se puede ser experto en pandemias, y, a la vez, serlo de todo lo “british”. ¡Qué sabiduría! ¡God Save the King!
Otras monarquías europeas son más discretas, como las escandinavas o la de Países Bajos y Bélgica. Algún desliz informativo, pero todo lejos del escándalo, y mucho más discreto. Tienen su cuota de adhesión, pero se me antoja no tan hilarantes.
Ah, pero llegamos a nuestra España. Aquí, en lugar de los Windsor, están los borbones, y siempre han dado la nota para gozo de los medios de comunicación y cabreo de buena parte de la población. Por ejemplo, la boda de Felipe y Letizia costó oficialmente 20 millones de euros, de aquella época, hace 16 años, aunque las cifras se tambalean si se indaga un poco, y ¡por Tutatis! siempre se escoran hacia el lado más caro.
Últimamente, gracias a Juan Carlos, el ex-rey (ni se me ocurre escribir Don, ni emérito, términos que, en mi opinión, no se merece), volvemos a asistir a un despliegue “periodístico” para mostrar al pueblo que su ex vive, y que mantiene esa sonrisa bonachona de campechano asesino de animales. Lo cierto es que se mueve con cierta dificultad y sólo sale de su cueva de oro para hacer el ridículo en Sanxenxo, o para revisarse en una clínica de Vitoria, cuyos ilustres responsables médicos son, por cierto, un traumatólogo y el fundador de un laboratorio que desarrolló un plasma rico en factores de crecimiento (no se sabe qué se quiere hacer crecer el afable anciano…en fin).
Mientras, los medios le hacen la ola con desconocidas descendientes, y con monográficos sobre su desvencijada figura. Nadie es capaz de aprovechar y emitir algún documental o serie que comprometa lo más mínimo a este señor tan sencillo y afable. Aprovechando que viene a España de tarde en tarde, no estaría nada mal recordar quien le dio el bastón de mando, qué juró defender, y cuanto dinero tiene distraído por paraísos fiscales.
El otro día, en una de estas tertulias sobre este personaje, tan innecesarias como no comprometidas, se discutía si debería volver a España o quedarse en Abu Dabi. Se hablaba de derechos, de causas con la justicia ya sobreseídas, de, incluso, de lo carísimo que sería traerle muerto si falleciera en brazos de sus caseros multimillonarios. Pensé sobre ello. La verdad es que da igual. Me da igual donde viva, yo diría que prefiero se quede allí donde menos gasto origine a las españolas y españoles. Por otro lado, tenerle por aquí, supone verle más en la TV, y en los periódicos, algo que, lo reconozco, me resulta repulsivo.
Parece que aquí no llegamos al nivel de amor infinito que se les tiene a los monarcas ingleses, pero súbditos y súbditas haberlos haylos, y a millones, probablemente. Y defienden lo hecho y desecho por este granujilla. Hay cosas muy graves, gravísimas, muchas que ignoramos, y que son impermeables a todo por mucha ley de trasparencia que se invente el Palacio de La Zarzuela.
En este sentido, el tema de la inviolabilidad es especialmente sangrante. Es inconcebible que en el siglo XXI este asunto se maneje como en la Edad Media. Vuelvo a no entender nada; como la ceremonia de Carlos y Camila. Es una falta de respeto muy grave para quienes vivimos en este país. ¡Basta!
¿Por qué hay tanto miedo a saber si la ciudadanía española quiere o no quiere la monarquía como forma de gobierno? ¿Es posible que algún gobierno se plantee cambiar de una “real” vez la Constitución, y poder desprendernos de esta lacra llamada monarquía? ¿No hay nadie que la vea obsoleta, dañina, e indefendible en algunos artículos tan importantes como el que apuntala la monarquía? La gente que sale a aplaudir a los reyes cuando van de visita a una ciudad o pueblo de España, no piensan en la Constitución, ni en lo que traen de beneficio o perjuicio a este país, ni en lo inútil del linaje, de la herencia, de los privilegios por el mero hecho de apellidarse Borbón. No ven, o no conocen, algo más allá de sus aplausos que, sin duda, nacen de su corazón. Lo siento, en mi opinión, es un circo de mal gusto.
Son muy evidentes mis sentimientos ante esta llamada institución, que más bien es una imposición. La veo patética, inútil, y cara. Y creo que muchos millones de españoles y españolas piensan como yo. Pero no se sabe cuántas personas opinamos así, o al contrario. Porque nadie se atreve a preguntárnoslo y apuntarlo en un papel. ¡Qué cobardes son!
Y confieso también que, viendo el circo de Londres, he pensado en Cenicienta, y su calabaza-carroza-calabaza. Hubiera sido magnífico, ¿a que sí? Aunque, eso sí, no hubiera habido suficientes UVI´s móviles para tanto infarto.