Luz y sonido para un retiro inolvidable
Hola Ignacio
De nuevo te escribo porque sé que te interesan estas andanzas algo fuera de lo normal que de vez en cuando hacemos Mar y yo. Ya verás, esta te va a sorprender y, quien sabe, a lo mejor te animas.
Hemos estado un fin de semana en un retiro organizado por Yogarati, el centro donde vamos a aprender y practicar yoga, y que ofrece además múltiples actividades siempre dirigidas a procurar un mayor bienestar tanto físico como mental.
No hace falta que te recuerde que retirarse quiere decir abstraerse, recogerse, e incluso aislarse. He de decirte que este objetivo se ha cumplido. El lugar donde hemos estado sin duda lo ha favorecido. En la sierra de Madrid, apartado, discreto, austero, pero agradable y más que suficiente. Se trata de un lugar de base religiosa, pero sin sobrecarga, lo cual es de agradecer. Y tiene además un jardín espectacular.
No podía dar crédito. Tú me conoces, y yo por la mañana, sin un café no soy nadie, ni hablo ni siento. Pues ahí me tienes, a las ocho en punto, en ayunas, como un campeón, practicando las primeras posturas, los primeros ejercicios de relajación y de estiramiento del día. Creo que este aspecto del yoga, más físico, más racional, con un poco disciplinado que sea, me va a proporcionar beneficios a corto plazo.
Los principios están siendo algo duros. Durante la práctica semanal los ejercicios cuestan lo suyo. En las diferentes posturas, tiemblan las piernas, tirita el abdomen, duelen…….cosas (en serio, es que a veces no sabes lo que te duele). De verdad, hijo, que yo pongo mucho interés, pero la mayoría de las veces no llego, no alcanzo a realizar la postura que corresponde. Y, claro, en plena faena, con los ojos cerrados para obtener una mayor concentración, no puedes evitar abrir una mínima rendija para, por el rabillo del ojo, mirar a quienes comparten contigo la práctica. Entonces la frustración te asalta, recuerdas tu fecha de nacimiento, y las cervezas del verano. Pero, te digo una cosa, lo voy superando. Sé que esto, como muchas otras cosas, se alcanza con la práctica, con la disciplina y poniendo interés e ilusión. Ahí voy.
Sigo en lo físico, y, concretamente, en las relaciones y movimientos de partes de tu cuerpo, como los costados, o el mismísimo culo, y sobre todo, la espalda. Si, Ignacio, se mueve todo, y a veces hay que echarle imaginación: “como si te tiraran con un hilo desde el techo”, “como si quisieras llegar con los dedos a la pared de atrás o de enfrente”. “De la piel al hueso, pasando por el músculo”, o, algo más imaginativo, “del ombligo a la garganta pasando por el diafragma”. En fin, toda una clase de anatomía. “Abrir los costados, las caderas”, todo para crear espacio, la palabra mágica: ESPACIO, ESPACIO. En fin, me voy acostumbrando, aunque no puedo evitar en ocasiones cierto grado de sorpresa al oír aquello de “ombligo al pecho” o “nalgas al suelo”.
Y llega el final de la práctica. Es cuando se oye que dice “y ahora preparaos para savasana”. Yo, que soy observador, y a lo mejor un poco cotilla, me fijo que hay en ese momento miradas de complicidad, alguna sonrisa imposible de evitar, y algún suspiro. Si lo anterior fue bueno, lo que toca en ese momento es la relajación final, tumbados boca arriba, todo quietud, un premio. Se acompaña con la voz de la profesora o profesor. Una voz exquisitamente suave, envolvente, susurrante, embaucadora, seductora. Lo hacen muy bien, aunque creo que para esto hay que valer, o poseer algún don especial. No me imagino yo a la inefable Lina Morgan dirigiendo un savasana con esa voz que tenía tan chirriante, ni tampoco a Darth Vader, a quien oírle da más miedo que tranquilidad. Ignacio, esto te gustaría un montón.
Las horas durante el retiro pasaron volando. Los distintos talleres se sucedieron con puntualidad suiza. Yoga mental, o con fondo de sonido de cuencos, otra en la que si me dicen que me voy a relajar debajo de una silla con la cabeza colgando de un cinturón no me lo hubiera creído, pero fue así, y me sentó fenomenal.
Incluso nos dio tiempo a completar entre todos y todas un cuento, con la guía de la profesora de Yogarati que da clase a los niños. Ay, Ignacio, te lo hubieras pasado genial, y además lo hubieras hecho estupendamente. Se trataba de ayudar a un pequeño que buscaba a donde conducía “El camino que no iba a ninguna parte” Ya el título del cuento estimulaba la imaginación de cualquiera, y así fue. A Martín le empezamos a rodear de animales y aquello terminó como la película Madagascar o como el Arca de Noé. También le metimos en los distintos transportes públicos de su barrio, y al final su madre tuvo que despertarle de su sueño para que esa mañana no hiciera pellas y faltara a clase. Divertidísimo, hijo. Cuando la imaginación se dispara, y es rica, variada, y transmite alegría, al final logra contagiar felicidad. Genial.
Una tarde recibimos una clase de filosofía. Como lo oyes. En toda regla. Te diré que pocas veces he oído tanta claridad y capacidad para comunicar lo que se pretende transmitir y enseñar. Fue una magnífica clase en la que se explicaron las bases de la filosofía oriental, tan desconocida por el llamado Occidente. Ahí está la base de esa faceta más espiritual del yoga, esa que me parece inherente a la disciplina, esa de la que estoy más alejado, pero a la que no renuncio conocer mejor para comprender mejor el sentido de todo esto.
Durante el fin de semana ciertos sonidos nada habituales han estado muy presentes. Los cuencos, con ese sonido limpio, seco, que deja flotando sus notas, suspendidas en el aire para que las agarres o las dejes ir; o la entonación grupal del om o de otros mantras antes o después de la práctica (por cierto, me tengo que aprender la letra de alguno); o, por qué no decirlo, otros más cotidianos y desde luego menos espirituales, como los que aparecen durante la relajación profunda, es decir, los que son consecuencia de quedarse frito o frita, y emitir los sonidos correspondientes a la relativa dificultad del paso de aire por el tracto respiratorio superior (léase ronquidos).
Y hablando de sonidos, paso a contarte la traca final. Una explosión impresionante de sonido, y de algo más. Lo llaman un baño de gong, y lo dirigió un profesor joven, tan delgado como ordenado, algo esto último que parece imprescindible dada la cantidad de objetos que hace sonar. Dos grandes gongs, cuencos, una especie de teclado, una enorme concha marina, y muchos más. Todo ello montado en un escenario circular con pirámide incluida. Los alumnos y alumnas tumbados boca arriba (otra vez savasana), y con la cabeza hacia el escenario, lo que lamentablemente evita que veas el ir y venir del profesor, haciendo sonar este u otro objeto, hasta un volumen considerable, y durante casi una hora. Estoy casi seguro que las demás personas se relajaron intensamente e incluso tuvieron sus propias experiencias en forma de pensamientos e incluso hicieron algún viaje. Yo he de reconocer que quedé sorprendido, tanto por el concierto en sí que me pareció espectacular, precioso, como por lo que provocó en mi subconsciente: un cúmulo de intensas sensaciones desde el temor a la alegría. Algo nuevo, acorde con mi condición de neófito, algo que no olvidaré nunca, y que tuve que asimilar después durante varias horas. Te digo que salí tocado.
Bueno, Ignacio, te tendré al tanto de mis progresos. Como decía aquel campesino del que hablamos en la clase de filosofía: ¡Ya veremos!
Un beso, chaval.