Perdí la mano derecha en un desgraciado accidente. Pero a las pocas horas tuve lo que parecía una inesperada e inmensa suerte: me podían trasplantar una mano disponible en el banco de órganos. Accedí sin dudas. La amargura de no poder seguir dedicándome a las bellas artes podría aliviarse e incluso desaparecer.
Desde un principio no la notaba normal. No tenía un control total sobre ella. Un buen día me sorprendió atizando una bofetada a mi hijo mayor sin razón alguna. En otra ocasión agarró una barra de Toblerone en un supermercado y la escondió en el bolsillo de mi pantalón. Y hace pocas fechas escogió una papeleta electoral que sólo con ver a quien pertenecía se me pusieron los nervios de punta.
He intentado todo. Probé con mi mano izquierda para contener esos arranques de violencia o delincuencia, pero la derecha era más poderosa y no cedía ni un milímetro en sus intenciones. Un día me sorprendí hablando con ella. Como si tuviera un pequeño cerebro autónomo alojado en alguno de los huesecillos de la muñeca. Le dije de todo. Me encaré con ella. Le eché una bronca de cuidado. Su respuesta: empezó a acariciarme por todas partes, de forma incontrolable. Me estaba haciendo la pelota ¡¡¡. No me lo podía creer.
La evolución fue a peor. No podía salir de una habitación. No me podía exponer al riesgo de relacionarme con nadie: familia, amigos, gente de la calle o del trabajo. Si a veces lo intentaba la situación terminaba en golpes, robos, e incluso gestos obscenos. Era sólo una mano, pero era mi mano derecha que actuaba por su cuenta cada vez con más frecuencia.
En plena desesperación, tomé una decisión. Tenía que deshacerme de ella. Cogí un vuelo a Teherán y acudí directamente a un mercado público. Mi incontrolable mano no tardó mucho en intentar robar una pieza de fruta. De inmediato fui detenido y acusado de ladrón. Sabía lo que pasaba en estos casos en los países con leyes musulmanas: al ladrón se le corta la mano derecha.
Al entrar en aquella celda inmunda me di cuenta. Había desaparecido. Sólo había un simple muñón. ¿Dónde estaba? Además de delincuente, cobarde. El tribunal me absolvió. Bastante castigo ya era ir por la vida sólo con la mano izquierda, con la mano impura e indigna de cualquier acto noble. Quedé en libertad.
Llevo 14 años en Teherán. Tengo un taller de pintura y hago exposiciones. Algunas mañanas despierto con mi díscola mano derecha dispuesta a ser lo más normal posible. Le cuesta, pero ahí está. También ella lo intenta.