Las palabras de Ulises las oímos en un acantilado de la isla de Gozo (Ogigia), justo encima de la cueva que describe Homero, residencia oficial de la exuberante y embaucadora diosa Calipso. Con el mar Mediterráneo de fondo, sentados en torno a Jesús y la Odisea, nos imaginamos las sucesivas escenas. Estas son las situaciones que dejan huella en un viaje. Y pocas las pueden llevar a cabo como Jesús, Maica y sus compañeros de Pausanias. Fue una magnifica experiencia, una más de las que experimentamos a lo largo de un viaje durante el cual, ya desde el principio, estábamos seguros de que nos iban a guiar de una forma distinta, profesional y entusiasta.
Como buen enclave estratégico en el mar más culto de nuestro planeta, Malta atesora tesoros muchos de ellos en pie a duras penas, otros encerrados en museos, calles, murallas, y otros por descubrir.
Los templos prehistóricos
La visita a los templos megalíticos de Malta es extraordinaria. Como en otras construcciones antiguas, no somos capaces de entender cómo se las apañaron nuestros ancestros, allá por los 5.000 años AC, para poner en pie esas colosales piedras, cómo llevarlas allí desde la cantera, y como colocar las que harían de techo, aunque esto último no está del todo claro. Que si rampas, que si piedras redondas sobre las que deslizaban las piedrecitas de toneladas, en fin, pura teoría, hasta la consabida complicidad de los habitantes del espacio. Nada se puede descartar, o tal vez no apetece hacerlo.
¿De dónde sacaron la idea de construirlos con esta forma tan peculiar? ¿Quién o quienes les aconsejaron? Más de una veintena de templos de templos han visto la luz en esta isla y la próxima de Gozo. Extraña la acumulación de estas construcciones en un espacio tan reducido. Se desconoce asimismo la utilidad que se les daba, tal vez como en otras comunidades mediterráneas de la época, tuvieran un objetivo de culto, probablemente dedicado a diosas relacionadas con la fertilidad. Tal vez esta fuera la razón para construirlos con una forma de trébol, lobulada, que recuerda a las esculturas que muestran a una mujer (eso parece) con formas exuberantes. Salas circulares, altares, oquedades en las piedras con utilidad desconocida, etc. Conjeturas y más conjeturas. Excitante ignorancia.
La primera mañana vimos un templo que contenía una gran piedra rarita, rarita, situada en el suelo, alargada, y con varias oquedades, en fin, una morfología excepcional dentro de la homogeneidad del entorno megalítico. Es de entender que, a cualquier persona, y más si es estudiosa de la pintura del Renacimiento, que haya ido varias veces al Louvre y no haya podido ver La Gioconda, si un día le dicen que va a contemplar esta obra de arte, le tiemblen las piernas y se emocione sin límites. Estos fueron los síntomas que tuvo Jesús al encontrarse con esta piedra. Le podían los nervios. Puro entusiasmo. Lo mejor fue la forma cómo transmitió esas sensaciones, de qué manera tan intensa y auténtica.
Visitamos varios templos (Tarxien, Kordin, Mnajdra, Hagar Qim, Ggantija, Skorba), y de todos sin excepción salimos impresionados. Algunos por su buena conservación, otros también por su enclavamiento frente a un escandaloso mar azul, otros por la diversidad de los elementos conservados, algunos verdaderamente enigmáticos.
Lo del Hipogeo de Hal Saflieni es tremendo. Este templo funerario es el secreto mejor guardado de Malta. Tan guardado está que su visita entraña cierta dificultad, con restricciones de número de turistas, horarios estrictos, nada de fotos y una entrada tan sencilla que no da opción para imaginar lo que hay 10 metros más abajo. Excavado en roca, el templo tiene tres niveles, fue utilizado después como necrópolis, y dicen que albergó hasta 7.000 cadáveres. Piedras megalíticas asombrosas, salas decoradas, allí se encontró la Dama durmiente, una pequeña escultura de una mujer tumbada, poco armoniosa en sus proporciones, pero encantadora. Bellísima. En suma, la visita es impresionante e imprescindible.
Los romanos
Como en todos los sitios por donde anduvieron, que fueron muchos, los romanos dejaron su impronta.
Un ejemplo son las Catacumbas de San Pablo. Enorme complejo funerario, donde cabían miles de personas fallecidas perfectamente colocadas, entre arcos, salas, nichos de diferentes tamaños, e incluso estancias a modo de comedores para que las familias velaran a sus familiares muertos mientras tomaban un aperitivo o unos pastizzi; una costumbre no exenta de mérito ya que el olorcito del entorno debía de tolerarse regular.
Otro lugar peculiar son las Salinas de Qbajja, situadas en la isla de Gozo. Lugar encantador, a orillas de un mar rocoso y algo embravecido cuando estuvimos, con una preciosa roca calcárea de fondo. Las salinas fueron construidas hace 2.000 años, en forma de rectángulos, algunas ya muy erosionadas que se rellenan cuando sube la marea y que aún son explotadas comercialmente. Un placer para el paseo, y para admirar el ingenio de aquellas gentes.
Y por fin el museo Domus de Rabat, una casa-museo situada esta preciosa ciudad, con muchas piezas de gran valor, pero lo que más llama la atención son sus típicos mosaicos romanos, uno enorme en el patio central. Siempre me ha llamado la atención la paciencia y perfección que debían de tener aquellos artistas para conseguir tamaña obra de arte. Debe ser que soy muy amigo de los puzles. Me hubiera gustado mucho haber sido un artista de aquellos, o al menos haberlo intentado.
Los caballeros y los turcos
Jerusalén, siglo XI. Unos mercaderes de Amalfi fundan un hospital para peregrinos. Ese es el origen de la Orden Hospitalaria de San Juan, después Orden de Malta, y de sus Caballeros, quienes, tras varios siglos de vicisitudes y encontronazos nada agradables con personajes de una orientación religiosa no afín, reciben de manos del Emperador Carlos V las islas de Malta, Gozo y Comino. Aun tuvieron que sufrir el famoso Gran Asedio de Malta por parte del Gran Sultán del Imperio Otomano Solimán El Magnifico, pero los Caballeros salieron victoriosos y de ello presume aún el pueblo maltés.
A partir del siglo XVI las principales ciudades de Malta como La Valetta, Rabat, Mdina o la ciudadela de Mgarr en la isla de Gozo, se llenan de palacios, casas señoriales con exquisitos balcones, algunos pintados con distintos colores, iglesias majestuosas con una decoración barroca exagerada, y sobre todo grandes fortificaciones para protegerse de los posibles ataques desde el mar. Todo ello puede disfrutarse con verdadero placer paseando por sus calles e imaginando sin dificultad el magnífico nivel de vida que tenían estos Caballeros y sus familias.
La historia más reciente
A principios del siglo XIX, Malta paso a ser parte del Imperio Británico. La presencia de los ingleses también ha dejado huellas importantes, tanto en edificios y monumentos como en costumbres: se conduce por la izquierda, lo que siempre es un peligro para el peatón no acostumbrado, el inglés es lengua cooficial, y en los bares se sirven pintas y medias pintas.
El papel de las Islas Maltesas durante la Primera Guerra Mundial como punto de aprovisionamiento y como base para la recuperación de los heridos les valió el título de “Enfermera del Mediterráneo”. Aún se puede ver el gran edificio que albergaba el hospital de aquella época. Durante la Segunda Guerra Mundial su enclave estratégico fue de extrema importancia, siempre ligada a los intereses británicos.
Malta obtuvo su independencia en 1964, y no fue hasta 1979 cuando Gran Bretaña abandonó definitivamente la isla. En ese momento Malta se encontró sin bases militares extranjeras por primera vez en su historia. Es miembro de la Commonwealth Británica y de la Unión Europea.
Ahora las islas están invadidas por otras gentes: aquellas que acuden a realizar cursos de para aprender inglés de mayor o menor duración, y los turistas, ávidos de buen clima y moderado presupuesto para su visita. Da la impresión de que la población lo soporta bien. Maica nos dio de forma extensa y precisa toda la información de cómo se vive y qué se cuece en las islas: sus problemas, sus proyectos, y sus singularidades, como esa confluencia de influencias entre tierras europeas y africanas. No hay grandes playas, pero merece la pena acercarse a algún pueblecito de la costa como Marsaslokk. Todo lo que tiene de innombrable, lo tiene de apacible y encantador.
El paseo en barco por las tres ciudades (Senglea, Vittoriosa y Conspicua, como así se les llama en maltés) es encantador. Los campanarios de las iglesias emergen por doquier, y las impresionantes fortificaciones que las protegen les dan un aspecto de lugares inexpugnables. Sólo las torres de prospección petrolífera, verdaderos esqueletos desnudos y amenazantes, deshacen el paisaje uniforme y volcado al Gran Puerto.
Enfrente, La Valetta, la capital, hervidero de gentes que ocupan larguísimas calles llenas de palacios que desembocan en el mar. Es inevitable el recuerdo de otras ciudades mediterráneas como Palma de Mallorca, Siracusa o Dubrovnik. El ambiente, el color y la luz son los mismos, son el reflejo de un mar total, de un mar invadido e impregnado de historia y cultura.
Un mar que llegaría a ser perfecto si no acogiera en estos tiempos tanta desesperación, tanta insolidaridad, tanta tragedia.