(Escribo estos párrafos el día de cumpleaños de una buena amiga, a quien dedico estas reflexiones)

Ahora que parece que esto va suavizándose, van en aumento las malas sensaciones de las personas. Es como si se hubiera ido acumulando algo en nuestra cabeza o en otro sitio del organismo y ahora está rebosando y chisporroteando en la vitrocerámica, como la haría una olla de agua hirviendo. Afloran sentimientos de cansancio infinito, incluso signos de depresión y desde luego un hartazgo supino.

¿Qué pasa con esa nueva normalidad que nos avisan nos va a sobrevenir sin remedio? ¿Qué es lo que no nos gusta de ella? La rechazamos, nos resistimos a que llegue, y a veces parecemos estar bajo una intoxicación aguda de resignación ¿Por qué? Desde luego, lo que no podemos es parar el mundo y bajarnos, como diría Mafalda. Entonces, si no nos gusta ese futuro, ¿podemos hacer algo ahora?

Hay un ring, un cuadrilátero boxístico que nos está haciendo daño. ¿La política de este país es cada vez más insoportable? Tal vez sí, pero hay que pensar que sólo es política. Nunca he creído en la palabra unión en política (tampoco en otras situaciones, aunque a veces me ha dejado mal). Frente a una catástrofe, la unión dura lo que dura la fase aguda, que es donde hay más dosis de consecuencias catastróficas. Éstas provocan gestos serios pero al menos cierran bocas. Después viene lo esperado: si te he visto, no me acuerdo. Aquí no ha pasado ni esa etapa. Estaba anunciado. No es ninguna sorpresa. No han esperado a que la COVID-19 estuviera al menos en coma. Por tanto, asistamos a este combate lengua a lengua, pero podemos hacerlo con la suficiente distancia. No esperemos a que a la oposición le guste algo de lo hace el gobierno, porque eso no va a pasar nunca jamás, ni deberíamos creernos ya de una vez, que el que accede al poder va a gobernar para todos y todas, porque nunca ha sido así, y nunca va a ocurrir. Así que habrá que asumir la trifulca cotidiana, y no sufrir por lo que nos parece obligado (la dichosa unidad, el consenso, el respeto) pero que nunca llegará. Cuidémonos.

En el otro rincón se libra la batalla en las redes sociales. Ahí la sangre también salpica por doquier. Lucha encarnizada para ver quién es menos educado y menos tolerante. Esto tampoco va a cambiar. La gente disfruta enzarzándose en el “y tú más, pues anda que tú, pues yo mucho mejor” Tal vez hay que irse de alguna red social donde este tema arde por los cuatro costados y abrasa a quien, de manera incauta quiere defender su causa o la de otras personas. Huir no es de cobardes cuando algo te hace daño. O sea, que por aquí tampoco hay un buen horizonte. Pues, nada, aquí también tendremos que cuidarnos.

La calle. Sí, da….algo salir a la calle. Ese algo puede ser grima, precaución, verdadero miedo, contemplación de una realidad casi de ciencia-ficción: mascarillas con pantalones, guantes con coletas, gentes esquivas, desconfiadas, mal encaradas, restringidas. Casi no apetece salir después de tanto tiempo. ¡Pero bueno!, ¿qué es esto? Si, el paisaje no mola, indudablemente. Pero no ha de paralizarnos. Se acabará, al menos con esta severidad. No volveremos a lo de antes, es verdad, al menos en un tiempo. Menos gente, pediremos reserva hasta para los abrazos y besos. No mola, está claro. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Pero también nos debemos preguntar ¿y hasta entonces? Es que ¿se va a acabar la cerveza? ¿va a desaparecer el teatro? ¿se va a dinamitar El Retiro? ¿Atapuerca va a cerrar porque ha tomado vida? Nada de esto va a pasar. Que tenemos que ir con mascarilla, guardar colas, mantener cierta distancia… Ay, ay, ay Tenemos ojos para asombrarnos, boca para reír de quien, y de lo que haga falta, y para hartarnos de viandas y caldos exquisitos, y piernecillas para desplazarnos más aprisa o más despacio, y pies para ponerlos donde queramos, o podamos. Y allá está Málaga, o Santander por hablar de extremos. Ya cruzaremos charcos. ¿Quién dijo miedo?

Pero tenemos otro problema. Y es que tenemos un sentido de la conciencia tremendo. Tan tremendo como un elefante, que, por cierto, junto a los simios, el delfín y la urraca, presumen de tener ese sentido bien desarrollado. Algunas, incluso muchas personas tienen este concepto que permite distinguir entre el bien y el mal, la coherencia moral y la consecuencia ética, muy a flor de piel y, además, también como en esos los animales, tienen un mayor grado de TOMAR CONCIENCIA. La nuestra va desde las personas enfermas a las fallecidas, desde las multitudes en paro a los ERTES, desde las colas para alimentar a la familia a la ausencia de alternativa para las mujeres que han tenido que convivir con su agresor, desde la boina que ahoga Madrid a los plásticos que se resisten a ahogarse en el océano, desde el fabuloso abrazo que dabas hace 4 meses al beso ahora frustrado. ¡Uf!, todo eso nos ocupa y nos preocupa. De todo eso tomamos conciencia. Está muy bien, nos honra, no podemos remediarlo, somos kamikazes conscientes y “concientes”. Y pensamos, y desesperamos, y ayudamos, y nos comprometemos. Magnífico, es nuestro ADN. Y nos preguntamos de continuo ¿qué puedo hacer para que esto termine de la mejor manera posible? Ya estamos otra vez aquí. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. ¿Y hasta entonces? Vale. Echa una mano, adquiere compromisos, implícate …. en fin, lo que puedas, si quieres y te apetece, pero sin frustrarte. Habrá que cuidar y cuidarse.

No. No todo está perdido ni mucho menos. Estoy convencido que depende más de nosotros y de nosotras que de nada o de nadie. De que nos atrevamos a construir nuestra propia normalidad, no la que se nos ofrece, que nos da asquito, sino la que queremos y podemos. No añoremos tanto lo anterior para que lo imposible no nos ciegue y paralice. No hay que esperar inmóviles a ese nubarrón que va a descargar de todo sobre nuestras cabezas.

Veamos lo que ocurre durante su embestida, con la implicación que nos dé la gana a nivel mental, social y laboral, por supuesto, pero si tenemos claro que la luz que estamos viendo lleva a una normalidad que no nos gusta, habrá que empezar (tal vez continuar) a usar el tiempo, la inteligencia, y las ganas, para diseñar NUESTRA PROPIA NUEVA NORMALIDAD, la que queremos para todo lo que nuestra conciencia nos empuja a proteger. La de la de cada una de nosotras, personas que además de buenas e inteligentes, sabemos cómo disfrutar de la vida. Sería la monda que, siendo de esta manera de ser, no sepamos excavar, o seguir excavando, otro túnel, paralelo y no muy divergente del que nos lleva a la no deseada normalidad, con conexiones entre ambos, pero que nos lleve a una nueva situación, aunque igual de disfrutable.

Es todo un reto.

(Felicidades Marian)