En julio de 2015, la artista visual Yolanda Domínguez, fotógrafa, y activista que desarrolla temas de conciencia feminista y crítica social, publicó el proyecto “Niños vs Moda”. Se trataba de que un grupo de niñas y niños de ocho años opinaran sobre las fotografías de modelos que anunciaban ropa de lujo en diversas revistas. El resultado fue revelador: “parecen estar enfermas, borrachas, hechas una mierda, a punto de morir o hambrientas”, dijeron.

En ese mismo año, la bloguera española Alicia Santiago trató este asunto al analizar el aspecto deprimido con el que aparecían las modelos en el catálogo de la tienda online de Zara. «¿Por qué están todas tristes?, ¿Por qué tienen todas unas poses de resignación como si las llevaran al matadero?», se preguntaba.

En efecto. Aunque ya no nos llame la atención, es algo que salta a la vista cuando ojeamos una revista, o vemos un desfile de moda en televisión, o simplemente cuando nos topamos con algún anuncio de alguna firma de ropa en unos grandes almacenes. ¿Por qué aparecen con ese gesto tan serio y lánguido? ¿Las escogen en plenos problemas intestinales? ¿Todas acaban de romper con su pareja? ¿Esto ha sido siempre así?

 

¿De dónde surge la idea de subir a la pasarela a modelos con caras larga

Charles Frederick Worth (Bourne, Inglaterra, 1825 – París, 1895) es considerado el padre del negocio moderno de la moda y de la alta costura. Fue aprendiz en la industria textil londinense, y tras 7 años de formación, decidió que París era el lugar donde debía vivir. Quería unir la técnica del corte inglés con la elegancia propia de los franceses.

Él fue el primero que empezó a firmar los vestidos que confeccionaba como si fueran obras de arte. Creó así un nuevo concepto en la época: el modisto.

En 1860, Worth tuvo la idea de que invitar a sus clientas a observar la ropa antes de comprarla: nace la pasarela de moda. La exhibición se hacía sobre maniquíes. Pero muy pronto se dio cuenta que, sobre cuerpos reales, la ropa se apreciaba mejor, y así podría seducir con más facilidad a las posibles compradoras. Y ese mismo año, en París, organizó el primer desfile registrado de la historia de la moda, con unas modelos jóvenes y elegantes, y, entre ellas, su propia mujer, a quien se considera la primera modelo de la historia. Aquello era extremadamente novedoso, y ni se planteó otra cosa que no fuera que la seriedad en las caras de sus modelos debía prevalecer a cualquier esbozo de sonrisa.

Estos primeros desfiles y presentaciones de moda se hacían en las oficinas de la casa de moda, en sus salones de presentación o bien en hoteles de lujo, en presencia de clientes y amigos, es decir, en un círculo lo más cerrado y exclusivo posible.

Las modelos desfilaban con un número en sus manos y después los clientes pasaban sus pedidos. Luego se citaban con el modisto para tomar medidas y hacer alguna modificación si era necesaria.

La fama de Worth fue creciendo sin parar. Se convirtió en el modista oficial de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, quien le encargaba trajes de noche, de paseo, y de disfraces. Le mantenía constantemente en guardia por si necesitaba un modelo para algún evento. Un ejemplo: para las celebraciones durante la inauguración del canal de Suez en 1869, Eugenia le hizo un pedido de 250 vestidos. No se sabe cuantos hizo, ni cuantos se puso la buena señora. Otras soberanas estaban también entre sus clientas habituales, como Isabel de Wittelsbach, emperatriz de Austria y reina de Hungría (la renombrada Sissi), o la reina Victoria de Inglaterra. Con el tiempo, también las damas millonarias estadounidenses se sintieron atraídas por sus creaciones.

También creó, con objeto de aumentar sus beneficios, la presentación de dos temporadas al año, primavera-verano y otoño-invierno. Algo que ha permanecido en el tiempo. En fin, todo un visionario en el negocio de la moda.

 

Y en esto, llegó la fotografía.

La moda de Worth tuvo una aliada que le hizo ser aún más famoso: la fotografía.

André Adolphe Eugène Disdéri (París, 1819 – Niza, 1889) fue un fotógrafo francés, dedicado al paisaje, retrato, desnudo y reportaje.

Disdéri se instaló en París a mediados de 1854, llegando a tener, por aquel entonces, el estudio más grande e importante de la ciudad. Empezó su carrera fotográfica haciendo daguerrotipos, pero ganó gran fama cuando patentó una cámara fotográfica dotada de varias lentes (6, 8 y hasta 12 en algunos casos). Esta modificación le permitió impresionar, en la misma placa donde antes solo cabía una única imagen, hasta 12 pequeñas fotografías de 9 x 6 centímetros. Así patentó lo que llamó «Carte de visite» (“tarjeta de visita”). El personaje solía aparecer retratado en diversas poses, captadas por cada una de las diferentes lentes de la cámara. Su bajo precio provocó que el daguerrotipo pasase de moda, y el formato «tarjeta de visita» se hiciera famoso rápidamente entre las clases sociales más acomodadas de Europa y de los Estados Unidos.

El desdén aristocrático

Durante siglos la aristocracia europea hizo alarde de su sangre azul y su linaje luciendo en los retratos que hacían los pintores unos semblantes serios, firmes y arrogantes. A fuerza de ver estas imágenes de importantes damas y señores con la boca contenida y la nariz elevada, la sociedad se convenció de la idea de que un look impenetrable estaba directamente relacionado con una clase social alta.

Las “tarjetas de visita” mantuvieron esta tradición. se entregaban en actos sociales, y eran equivalentes a lo que ahora podríamos llamar una «foto de perfil». Y, desde luego, aportaban esa mirada displicente del personaje, ese semblante de cierta superioridad, de estar en lo alto del poder. El retrato que le hizo Dísderi a Napoleón III en 1867, le consagró definitivamente, como a los que hizo a otros personajes de la realeza, como a propia reina Victoria de Inglaterra, quien no fue precisamente célebre por regalar sonrisas a la cámara. Todo lo contrario, era especialmente desagradable a la hora del retrato.

 

La moda se apropió enseguida de esa actitud de altanería y arrogancia.  Las “tarjetas de visita” sirvieron como instrumento de publicidad para los modistos. El gesto serio e indiferente de las modelos podría conferir a quien comprara y llevara esa ropa un cierto grado de superioridad y de envidia, rasgos que vendían mucho en aquella época, y que se mantienen en cierta forma en la actualidad.

¿Ha cambiado algo desde entonces? ¿Es esta una característica innata e inamovible del mundo de la moda?

Desde entonces, la historia sólo describe algo diferente durante un corto periodo de tiempo. Durante los años 50 y 60, las modelos hacían de sus gestos parte del juego que cada marca de ropa ofrecía ante el público. Sonreían, jugaban con su caminar, incluso bailaban. Duró poco. La aparición de las “top models” enrabietó a los modistos, que veían cómo la gente iba a los desfiles a ver a Claudia Schiffer, Cindy Crawford o Naomi Campbell, en vez de a sus vestidos. Y optaron por el gesto indiferente.

¿Qué piensan las modelos?

Aunque su trayectoria ha sido distinta y sobre todo más corta, y mucho mejor remunerada que en el caso de la moda femenina, los hombres también han asumido esta pose de seriedad a la hora de exhibir ropa en las pasarelas.

El famoso modelo nigeriano Ty Ogunkoya, ha declarado: “No hay que sonreír, es así de sencillo”. “He posado para todos, y nunca me pidieron que sonriera”. “Para ser honesto, me sentiría raro si tuviese que hacerlo”.

Matthieu Villot, modelo francés y estudiante de medicina, dijo: “Lo que quieren, es mostrar la ropa y no nuestras caras. Si sonreímos, la atención se focaliza en nuestros rostros y no en lo que llevamos puesto”

Klara, una modelo eslovaca de 18 años asegura que “cuando camino, pienso en algo triste, como cuando se murió mi gato atropellado por un autobús”.

La barcelonesa Neus Bermejo comenta que «yo me tomo mi trabajo asumiendo que soy una pieza más para expresar el mensaje del diseñador». “Yo no soy la protagonista de la colección”.

Laura Sánchez, actriz y modelo, es una de las pocas que a veces ha sugerido saltarse el guion: “La modelo se caracteriza por su personalidad, y que te impongan no sonreír me parece fatal. ¡Es una dictadura emocional! ¡Es como si te cortaran las alas! Otra cosa es que la colección tenga una temática específica. Ahí tienes que hacerlo, porque en el fondo somos unas mandadas”.

¿Y quienes diseñan?

El diseñador Ángel Vilda, tras un desfile especialmente llamativo donde ellas y ellos iban tan extremadamente serios, que casi parecían enfadados, declaró: “No es lo mismo moda y ropa. Al desfile vienes a ver una película y no a ver qué me voy a poner. Mi desfile fue un videoclip y los modelos estaban interpretando»,

Victoire Macon, exmodelo para Celine, reveló que su jefa de la agencia de modelos le dio alguna pauta personalmente: “No olvides nunca que lo que se mira es la ropa y no a ti” “Ella le enseñó a tener un aspecto seductor, bajando ligeramente la barbilla y levantando la mirada al mismo tiempo”Piensa que, si las modelos sonríen, la gente ve sus sonrisas. Si no lo hacen, ven sus vestidos, y eso es lo que interesa”.

Famosos modistos como Armani o Ives Saint Laurent, en un momento en que despertaba la emancipación femenina, opinaron sobre “la necesidad de que las mujeres deban de ser tomadas en serio en sus vidas profesionales” “Para ello es bueno que aparezcan en la pasarela como mujeres fuertes, posando muy serias, dando una imagen de seguridad en sí mismas, con un look más andrógino y poderoso”.

Los diseñadores contemporáneos quieren los rostros y cuerpos lo más neutros posibles, para mostrar su trabajo en las pasarelas. Las modelos no son ya un ideal de belleza.

Otro modisto famoso aseguró: “Las modelos no pueden permitirse el lujo de sonreír. Cualquier otra cosa que esté pasando en sus cabezas deben rechazarla. Deben poner los labios con una confianza desdeñosa e inquebrantable, y solo preocuparse de no tropezar”.

¿Qué dice la sociología?

Se han realizado múltiples estudios sobre el gesto de indiferencia de una modelo de moda. Algunas conclusiones son las siguientes:

  • Una modelo sonriente puede parecer que transmite algún tipo de sentimiento hacia las prendas que luce y, en cualquier caso, siempre llamará la atención del espectador más que una cara seria y neutra. Es como si, en cierto modo, debieran hacerse invisibles para dar todo el protagonismo a la colección que presentan.
  • Una sonrisa es universalmente una señal de que puedes crear una interacción o una conversación, pero las modelos y, más que ellas, los diseñadores, no quieren someter su ropa a esta prueba. Ellas, impávidas, serias, con la mirada posada estrictamente al frente, deben parecer llenas de confianza sobre lo que llevan puesto y mantenerse al margen de las expresiones, cuchicheos y señalamientos del público. Al fin y al cabo, modelar es su trabajo.
  • Su pretensión, la de quien diseña la ropa, no es otra que resultar un objeto de deseo. Los objetos de deseo no miran a nadie, y muchos menos sonríen de manera cómplice. La mirada es unidireccional. Simplemente, están ahí para ser adorados.
  • En el mundo de la moda, se vende un estatus. Un estatus que provoca sentimientos encontrados en el comprador, ninguno de los cuales incluye la simpatía hacia quien ya lo posee (representado, en ese momento, por la modelo). Por tanto, ella debe mantenerse firme, fría, seria, distante… y el marketing hará el resto.

 

¿Hay signos de un cambio de paradigma?

El cambio de paradigma se está produciendo paso a paso y a cuentagotas. Es el resultado del reconocimiento del trabajo de las modelos. Un trabajo comprometido, donde deben estar atentas a cumplir de la mejor manera su papel. Ninguna de ellas ha elegido la ropa, y su compostura debe aferrarse a la propuesta del diseñador, casi siempre subjetiva e interesada. Provistas de sus despreocupados e inquebrantables rostros, deben ser capaces de moverse sin problemas, atravesando la sala con el mejor decoro y aplomo posibles, ejerciendo un fino control sobre sus manos y sus músculos faciales, que son aquellos que expresan la propuesta de la marca en cada temporada. Una sonrisa forzada, una expresión de los labios no acompañada de la mirada podría traer algo muy desagradable. Lo que sea que ocurra en las cabezas de las modelos no puede transferirse a su rostro y esto en sí es todo un arte admirable.

La filosofía subyacente es que lo importante es la ropa, no quien la enseña. ¿Hay lugar para la libertad de esas modelos?

Algo parece que está cambiando. No es que de repente las marcas hayan dejado de solicitar a las modelos sus posados más imperturbables, pero es cierto que cada vez se cuelan más gestos amables, incluso sonrientes.

«La moda no es algo tan serio. Es una industria, y, para algunas personas, es su trabajo; pero aún así, está destinada a traer belleza y diversión al mundo». Un mensaje que, siguiendo la estela de las firmas de cosméticos que siempre han mostrado una cara más amable, cada vez están siguiendo más enseñas de moda y prescriptores. Algo que se pone aún más de manifiesto si quien promociona el artículo es una actriz famosa.

De todos modos, no hay que cantar victoria. Hay que tener en cuenta que todo es cíclico. Mientras tanto, solo falta que la moda le devuelva a Victoria Beckham la sonrisa que le robó.  «La moda me ha robado la sonrisa», asegura en una irónica camiseta creada por ella misma.

El asombroso futuro.

Anifa Mvuemba es una diseñadora congolesa que presentó su colección “Pink Label Congo” en mayo de 2020. En ella muestra los valores de su tierra natal, la majestuosidad de sus paisajes, la esperanza y el espíritu congoleño. Anifa expresó que se había inspirado en las historias de mujeres congoleñas que su madre le había contado, donde se narran su fuerza y su capacidad de moldear su futuro. Incluso puso antes de comenzar el desfile un video sobre la explotación infantil en las minas de cobalto.

Pero lo impactante fue que la exhibición se hizo a través de Instagram, de forma virtual, sin público, y SIN MODELOS, desfilaba sólo la ropa, envuelta en cuerpos tridimensionales sin cabeza, ni brazos, ni pies. El resultado fue asombroso, y, según Mvuemba, “requirió mayor atención a los detalles para que la ropa ajuste y se vea bien”

Si la apuesta de Worth en 1860 fue arriesgada, la de esta africana no le va a la zaga. Eso sí, eludirá el debate entre indiferencia y sonrisa. Esa sonrisa escondida entre hilos y costuras