Puedo afirmar, y afirmo, como diría en su momento un político español, que soy una persona con un carácter tranquilo. Tengo mis momentos, por supuesto, pero en general considero que los nervios se me alteran poco.
Ni siquiera en situaciones que normalmente originan estrés, como dar una conferencia en un congreso, o participar en un evento teatral (me encanta estar encima de un escenario). También, cuando trabajaba de médico, solía abordar con aplomo el duro trance de comunicar malas noticias a los enfermos, o a su familia si éstos eran de corta edad.
Tal vez haya más de lo que pienso de eso tan ceremonioso de que “la procesión va por dentro”. Tal vez no llegue a apreciar que se me acelera la frecuencia cardiaca, o que aparece un tic insospechado en mi cara. Las insufribles noticias son una prueba de fuego que, aunque con esfuerzo, suelo superar. Como también lo logro el día de fin de año, ese día que desde horas antes de que toquen las campanadas de medianoche, me pongo bastante inquieto. Ignoro la razón, pero es algo que no puedo remediar. A las doce y un minuto, cava en mano, se me ha pasado.
Pero el otro día acudí a una cita anual con algo que me pone verdaderamente “de los nervios”: pasar la ITV. Desde hace algunos años, ya lo llevo todo preparado en el asiento de al lado del conductor: DNI, permiso de conducir, papeles del seguro y una fotocopia de la ficha técnica del coche. Y siempre con cita previa, que es más barato.
Ya me resulta incómodo llegar hasta allí. Mi manera de conducir huye de las grandes revoluciones del motor. Pero ese día hay que ir con marchas cortas y muy acelerado, con vistas a que su condición de Diesel no suponga que cuando le miren los gases, no le acusen a mi pobre de ser factor determinante del cambio climático. Así que, 20 kilómetros a 80 por hora y en tercera.
- Buenos días, me dijo la amable mujer de la garita de entrada. ¿Tiene cita?
- Buenos días. Tengo cita a las 12. Tome la documentación.
- A ver……, dos cosas. Lo primero, no está citado. Habrá habido un error. Y, por otra parte, no se aceptan fotocopias. Por favor me tiene que dar la ficha técnica original del vehículo. Aparque ahí delante, por favor.
Ya sabía yo…. Observé por el retrovisor la cola de coches que había originado. Menos mal que encontré rápidamente el documento original. Pero la nueva citación me costó lo suyo. Quedé citado para media hora después. El banco tardó una eternidad en aceptar el pago. En fin, un par de extrasístoles.
- Vale. Adelante a la puerta número 3. Buena suerte.
- Me hará falta, gracias.
Tuve que esperar un buen rato en la puerta 3, hasta que un chico joven, de pelo ensortijado, se acercó, y me dijo:
- Adelante un poco más.
- Por favor, hábleme un poco más alto que por el oído derecho estoy teniente. Entre eso y los nervios que se me ponen al tener que venir aquí…
- Calma, hombre, calma. Está usted en su casa.
Y entonces, entre orden de intermitente a la izquierda y a la derecha, freno de pie y freno de mano, empezó a hacerme preguntas: ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Qué edad tiene usted? Yo contesté sin dudar a todas ellas.
- ¿Está usted más tranquilo?
- Sí, parece que sí.
- Bueno, don Luis, yo me llamo Sergio y soy de Extremadura. De un pueblo donde tenemos un jamón para chuparse los dedos. ¿Le gusta el jamón?
- Claro, claro. Mucho.
- Vale. Ahora venga, ábrame el capó, por favor.
Dios mío. Es que no le abro nunca. Busqué, pero lo tuvo que abrir Sergio.
- Mire, bájese que voy a llevar yo el coche a ver cómo anda de gases y después hasta ahí donde está el agujero para verlo por debajo. Usted espere en la zona verde.
Ay la zona verde. ¡Verde! ¡Qué se yo! Me puse en la zona de MI verde, y acerté. Menos mal.
Sergio seguía preguntándome cosas mientras hacía su trabajo: ¿A qué se dedica, don Luis? ¿Que va a comer hoy?
Tras unos volantazos a diestra y siniestra según las estruendosas órdenes de Sergio desde el foso, salí por fin al exterior para esperar el papel que acreditaba que el examen había sido superado.
Al cabo de unos minutos vi venir a mi Sergio. Me pareció ver unas pequeñas alas adosadas a su espalda, pero enseguida desparecieron.
- Gracias Sergio, le dije estrechándole la mano.
- De nada, doctor Luis, que le vaya bien. Échele anticongelante al vehículo que está con el nivel muy bajo. ¡Hasta el año que viene!
Ojalá en diciembre de 2025 vuelva a aparecer Sergio por arte de magia como hoy, pensé. Con alas o sin ellas. En todo caso, preguntaré por él. O me tomaré un Lexatin.