La crisis sanitaria del COVID-19
No hay que ser un lince para entrever que la cosa está complicada. El COVID-19 ha ocasionado ya la pérdida de muchas vidas humanas, algo que siempre produce amargura y miedo. El muy ladino ha aprovechado un comportamiento ciertamente desconocido para la raza humana, y un tremendo poder de diseminación para poner en serios apuros sanitarios y económicos a prácticamente todo el planeta. Al primer mundo y al tercero. Los gobiernos, en estas difíciles circunstancias, tienen ante sí una labor sin duda muy dura, poco agradecida y con muchos riesgos, ya que deben tomar decisiones a veces mal traducidas, a veces no acertadas, y siempre expuestas a la crítica no siempre constructiva. Decisiones en las que, literalmente, se juegan el puesto.
En nuestro país, desde el primer minuto, se ha hecho llegar repetidamente a la población un mantra, provisto de múltiples variantes: unidad, juntos, unidos le venceremos, si estamos juntos seremos capaces de ganar esta batalla. Vamos, lo de Fuenteovejuna, todo un clásico.
¿Qué significa unidad en este caso? Parece como si el virus fuera incapaz de salvar obstáculos de seres humanos a modo de barricada. Como si el bicho se amedrentara ante una cadena humana rodeando una residencia de personas mayores. ¿No habíamos quedado en separarnos un metro al menos una persona de otra? Está claro que debe significar entonces otra cosa.
La permanente alusión a esta al parecer imprescindible unidad tiene dos ámbitos-diana: para los políticos, pacto de no agresión y lealtad ante la adversidad. Para la población, solidaridad y obediencia. El conjunto de estas exigencias es lo que, como buen mantra, se pide y se repite hasta la saciedad. Veamos.
Al inicio de la crisis, la clase política pocas veces ha estado tan callada, sólo ha hablado en contadas ocasiones, e incluso se ha cortado bastante a la hora de amenazarse mutuamente con futuras embestidas parlamentarias. Con poco trabajo, salvo, oficialmente, un abrumado gobierno, no han ocupado su poltrona parlamentaria, han seguido cobrando, y no han dudado en comunicar que se han contagiado de COVID-19 para demostrar y demostrarse que son también humanos o humanas. En la izquierda, apoyo o tolerancia incondicional. En la derecha, la rubia no echaba fuego por la boca, y el pistolero se había dejado el caballo en el establo. Sólo ella, sola, aislada, rodeada de pelotillas con trompetillas (esto no es mío, es de una compañera de yoga), continuaba y continúa con su “ayusado” verbo disparatado, a veces irritante, y otras veces hasta divertido, por puro ridículo que a veces resulte. Por lo demás, alguna reclamación territorial absurda, alguna queja pueril del calibre “no me quites eso que era para mí”, en fin, lo de siempre, pero muy atemperado. Había que ser leales para aparentar unidad.
Pero esto se ha acabado. La derecha política está harta de ver cómo chupa cámara el presidente. No lo soporta. Ha abierto la veda de la descalificación y el insulto. Algo muy propio de esta derecha española tan poco civilizada. Poco a poco, la permanente culpa de Zapatero se la están repartiendo entre Pedro y Pablo. Ya saldrá Venezuela, ya saldrá.
¿Y la ciudadanía? Pues muy calladita, que así está más guapa. Sumisa y aterrada, se ha encerrado en sus moradas esperando a que escampe el temporal. Acepta con cierto escalofrío la militarización de sus calles y sus vidas. Lleva muy mal perder el contacto físico, y aún peor, empezar a eludirlo, al sospechar de la persona situada a 1 metro o de quien comparte acera. Esto no va con nuestro carácter. Sale a sus ventanas y balcones a las 8 en punto de la tarde para homenajear a sus llamados héroes (mejor llamarles profesionales), para desbravarse y aliviarse las escaras en sus posaderas después de un eterno día de sofá y televisión. Discurso-estadística-comparecencia-discurso-estadística-comparecencia-debate. Sin descanso. Mañana-tarde-noche. Agotador. Pero no faltan a la cita. Aplaudir puede suponer para muchas personas, el único ejercicio físico que realiza cada 24 horas. Además, es por una buena causa, y se torna hasta emocionante. A veces esta gimnasia vespertina es más exigente si cabe, cuando se trata de maltratar cacerolas atizándolas sin piedad, a raíz de alguna aparición realmente inútil, y que solo desvela la real desunión de este país en torno al coronado (sin ánimo de ofender) orador.
A veces no es oro todo lo que reluce, y la ciudadanía desobedece, se le va la cabeza y desoye las órdenes. Son pocas esas gentes incivilizadas, no hay peligro de rebelión. Se creen que están por encima del bien y del mal, pero su nivel de insensatez es mayúsculo. Las personas obedientes y bien mandadas dan aspecto de unidad, una unidad vigilada, virtual, más próxima a la solidaridad y al sentido común, algo que, por otra parte, no está nada mal, algo de lo que carecen aquellos inconscientes, que nos recuerdan tristemente que detrás de cualquier español hay un seleccionador nacional de fútbol o un ministro de sanidad.
Entonces, a la lealtad política, incompleta y con falsos positivos, se añade, una lealtad ciudadana, una solidaridad fraternal, una disciplina social, algo, por cierto, poco tradicional en los países que miran al Mediterráneo. Entonces, vamos bien, ¿no? Y sin embargo se continúa con el mantra. ¿Por qué insisten? ¿Alguna gotera? ¿Algún disidente? Hay que insistir: Chicos, aún queda lo peor, pero nos hará más fuertes, nos unirá cada vez más, nos dice el gobierno y el soberano de las cacerolas. Todos juntos, sin partidos, sin ideologías, sin fronteras, sin lenguas, y … ¿sin critica?
Y es que todo hace pensar que sí, que hay algún grupo, no adscrito como tal a ningún partido político, que se empeña en reclamar más recursos para luchar con seguridad propia y ajena contra este mal bicho. Recursos que nadie imaginaba que fueran a escasear en una de los mejores sistemas de salud del mundo mundial. Este grupo es, precisamente, a quien la población vitorea y aplaude por las tardes-noches.
Un grupo que no cumple las recomendaciones adjuntas al mantra-unidad: ahora no es el momento de hablar de eso; ahora no hay que mirar hacia atrás; ya veremos al final, cuando acabe todo esto será la ocasión; no, ahora nada de crítica, ahora todos juntos….y vuelta a empezar. Un grupo que no quiere ponerse la mordaza.
En la Comunidad de Madrid, las personas que trabajan junto a la cabecera del enfermo no paran de denunciar la falta de medios de protección y de aparataje adecuado para tratar y al tiempo defenderse de esta infección. ¿Hay que callarse ante esta nuestra cruda realidad? Después ya no harán falta ni EPI’s ni Blas’s (por cierto, no vendría mal una reserva). Es ahora cuando hay que exigir los necesarios para que estén protegidos quienes nos curan. También denuncian la apertura de zonas, plantas enteras de hospitales públicos que están cerradas. Algo lógico, ¿no? Como la exigencia de que la medicina privada deje de ser privada por una temporada. Por decreto, sin negociación. Sí, nacionalizar no es un pecado. ¿Y no parece el momento de recordar que no se sabe en qué rincón de la Comunidad de Madrid están esas más de 2000 camas y los más de 3000 profesionales perdidos en los últimos 10 años? Es que ahora se necesitan con urgencia. Las circunstancias actuales, terribles, no obligan a la amnesia, sino a todo lo contrario, a la vehemencia.
La derecha política, con sus pocos argumentos para no asumir la responsabilidad de su innata política neoliberal de recortes, se ha apuntado enseguida a las protestas de los profesionales sanitarios. Ya se sabe, el Pisuerga y Valladolid. Tienen derecho sin duda a “autoblanquearse” de cualquier forma, algo verdaderamente urgente si la imprescindible revisión de nuestro Sistema Nacional de Salud se lleva a cabo. Les va a salpicar y esto les da pánico. Saldrán en los papeles.
Claro que tenemos uno de los mejores sistemas de sanidad pública del mundo, nadie lo duda, pero la política ejercida sobre él durante los últimos 12 años le han dejado escuálido, indefenso, como así lo ha demostrado la llegada del COVID-19. El virus le ha encontrado con la caja fuerte vacía, algo incomprensible después de los salvajes recortes presupuestarios. ¿Para qué han servido?
Los profesionales han sufrido la segunda epidemia sanitaria en la Comunidad de Madrid en los últimos 12 años. La primera, la de la privatización de la sanidad pública madrileña, aún perdura, y casi se la lleva por delante. La segunda lleva un par de meses entre nosotros, y apenas ha encontrado oposición que no sea la profesionalidad y el buen hacer de quienes están al pie del cañón. La ciudadanía ha respondido de forma prácticamente unánime en ambos casos. Y siempre de la misma forma, apoyando a la sanidad pública. Hace doce años salió a la calle presionando en contra de su privatización, y ahora aceptando las duras exigencias del gobierno de la nación y saliendo a las ventanas a homenajear a sus cuidadores de la sanidad pública.
La clase trabajadora sanitaria y la población no olvidan, en efecto, y por eso alzan la voz. ¿Para cuándo lo dejamos? ¿Para cuándo emitamos un resoplido nacional de alivio? ¿Para cuando corramos como posesos al bar de la esquina con unos amigos? ¿Para cuando nos besemos o nos abracemos con fervor? No, no es de recibo ponerles una mordaza. Duele a la vista contemplar cómo los equipos de protección individual se fabrican con bolsas de basura y gorros de ducha, o como la falta de mascarillas se suple con la generosidad e inventiva de los vecinos y las vecinas, o como su adquisición y traslado están expuestos a la picaresca o afán de lucro en estos momentos tan graves, y para mayor delito con una falta de transparencia por parte de todos los gobiernos.
En efecto, cuando todo esto termine habrá que hacer un balance, de soluciones acertadas o no tanto, excesivas o insuficientes, de si hubiera sido mejor mirar a China o a Corea del Sur. El balance debe producir un cambio en las reglas del juego. Es posible que sea necesario volver a salir a la calle, algo en lo que ciudadanía y sanitarios ya tenemos experiencia. Pero son imprescindibles varias acciones del gobierno central. Para que cuando se haya ido el enemigo, no volvamos al lamentable estado sanitario que el puñetero bicho se encontró.
En fin, ahora de lo que se trata es que esto pase cuanto antes. Parece claro que el confinamiento es la mejor arma disponible. Adelante pues, aguantemos el tirón, aguantemos las cuatro paredes, aguantemos la distancia con los demás; aguantemos a la población irresponsable y a la política rastrera e insolidaria, aguantemos los bulos y el afán de sacar provecho. Pero no callemos ni olvidemos el pasado, al tiempo que exigimos que la revisión de los errores y aciertos cometidos sea algo prioritario para el futuro.