Me acuerdo con mucha claridad. Es algo que nunca abandonará mi memoria. 

Habíamos llegado, por fin, a Santiago. Una callejuela que desembocaba en la plaza. Me imagino que estaría nervioso, y probablemente tú también. Era la culminación de una semana de fábula. Una semana impensable, de esfuerzo, de superación. Te aseguro que yo no veía ni plaza, ni peregrinos, ni piedras. Sólo veía mis lágrimas. Y estoy seguro de que esa emoción hubiera sido bien distinta sin estar detrás de tu silla, echándote el penúltimo empujón. Te aseguro, Dani, que fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. 

Ahora, cuando comentamos todo aquello a gentes ajenas a aquel movidón, se echan las manos a la cabeza. Y así fue, sobre todo, en los días previos. “Estáis locos” “¿Y si pasa algo grave?” “Anda, que tenéis unos…..” Bueno, qué te voy a contar que tú no sepas. Pero tú lo viviste en primera fila: quienes tenían que coordinar, coordinaron, quienes tenían que empujar, empujaron, quienes tenían que sugerir, sugirieron. Y nos reímos muchísimo, y lo logramos. Y nos emocionamos todos los días, pero esa entrada en la plaza fue definitiva. 

Era el momento de aparcar viejas rutinas, esas que sobreprotegían, llegando a marginar, esas que prohibían con mucho desconocimiento, esas que limitaban ignorando voluntades y alternativas. Y esa semana hizo desaparecer todo eso de un plumazo. Basta. Nunca máis, que dirían por allí. Es verdad que se había ensayado, que se habían previsto muchas cosas, pero el directo era el directo, y todo el grupo asumió el riesgo.

Por tanto, era de entender el ahogamiento de ojos al llegar al destino final. Creo recordar que me paré y bajé la cabeza en señal de algo que no era precisamente agotamiento. Era el punto y seguido. No solo había que mejorar vuestra asistencia sanitaria, sino que había que volcarse en la promoción de vuestra Salud con mayúsculas, en la normalización de vuestra vida de jóvenes con objetivos e ilusiones. 

Probablemente eras de los que tenía más conciencia de ello: tras ese buen resultado de tan intrépido viaje, había mucha gente. Y no hablo sólo de la organización, ni del personal sanitario, hablo de las familias y de los amigos y amigas. Ahí pusimos todas y todos nuestro grano de arena para que se formara una buena playa; un arenal de normalidad. 

Han pasado muchos años, Dani, y durante ellos has crecido en tu normalidad. Has probado y has conseguido. Rompedor y orgulloso. Has superado obstáculos, algunos muy complicados. Siempre te he visto tirar “palante”. Con tus amigos, tu familia, tu silla supersónica, y tu Rock and Roll. Ese era el objetivo. Ese era el camino. 

Los dioses deben de haber premiado tu esfuerzo y constancia, y han maquillado tu despedida para que haya sido de la forma más tranquila posible. Sin agresiones. 

Gracias Dani por ser un referente.