En 1823, Goya pintó el fresco “Duelo a garrotazos”, también llamado “La riña”, para decorar su casa La Quinta del sordo, situada a las afueras de Madrid. Desde entonces se acude a ella para poner de manifiesto el tradicional enfrentamiento, inflexible, fratricida y muchas veces violento por el desacuerdo ante una determinada cuestión entre dos posturas; el reflejo de “las dos Españas”. Esta interpretación resulta algo vergonzosa, aunque tristemente cierta en no pocos momentos de nuestra historia. De hecho, algunas personas, probablemente en exceso iluminadas, hablan de una premonición del artista sobre lo que ocurriría algo más de un siglo después con el golpe de estado fascista de 1936.

Escribo este comentario en pleno desarrollo de los acontecimientos que en estos días se producen en Venezuela. Para mí constituye un reto y un verdadero riesgo. En primer lugar, porque tengo amigos y amigas venezolanos, y no quisiera que mis opiniones sirvieran para disminuir ni un ápice ni el respeto ni el cariño que presumo nos tenemos mutuamente. En segundo lugar, constituye un riesgo, incluso se podría decir un improcedente atrevimiento, opinar de este tema sin ser venezolano ni haber vivido allí. Pero ambas cosas no impiden que cada persona tenga su propia opinión, teniendo en cuenta que a España llegan unas noticias que deben tomarse con precaución, por el riesgo de que hayan sido manipuladas o tergiversadas en provecho de una u otra postura.

La autoproclamación de Juan Guaidó como presidente encargado o interino de aquel país ha constituido toda una sorpresa y en mi opinión algo muy parecido a un auténtico intento de golpe de Estado. Debo decir que al desconocimiento en profundidad de las leyes fundamentales venezolanas se añade, siempre por mi parte, las dudas de que las elecciones en Venezuela se hayan realizado con la debida transparencia, y si el control de los organismos electorales está o no manipulado por el gobierno de la nación.  Parece claro que la propia Constitución del país no avalaría por sí misma la proclama de Guaidó y sobre todo sus consecuencias, sino que sería necesaria una situación en la que, dicho de una manera simple, Maduro no existiera. Por otra parte, la proclama tiene lugar ahora, cuando cumple el mandato presidencial de Maduro. Y se produce 6 meses después de unas elecciones presidenciales para 2019-23 no reconocidas como válidas por la oposición y por otras instituciones y países. ¿Porqué no antes, Sr. Guaidó? Las posturas de opinión están tan enfrentadas que las respuestas a estas dudas son radicalmente distintas si las buscas en un foro o en otro.

Con estas dudas, y otras muchas más, debería a partir de ahora cuidar mucho mis comentarios sobre la situación interna de Venezuela. No obstante, deseo dejar claro que lo que defiendo son unas elecciones libres y transparentes en cualquier país del planeta. Y también expreso mi rechazo a cualquier forma de golpe de estado y de cualquier dictadura, porque ambos casos llevan consigo enormes recortes en los derechos humanos. Asimismo, rechazo a cualquier tipo de injerencia de un país en la gobernación de otro, por lo que supone de desprecio a la voluntad y a la capacidad de decidir de la población; los problemas de los habitantes de un país los deben de resolver ellos y ellas. Y también, y con más intensidad si cabe, denuncio que cualquier situación de alarma ante la necesidad imperiosa de satisfacer las necesidades más básicas de la población de cualquier país es inadmisible.

Con estas premisas, me quiero referir a dos cuestiones que se entrelazan: la postura e injerencia de otros países, incluido España, y el peligro de que el conflicto termine en enfrentamiento civil armado.

No hace falta peinar muchas canas para saber como se las gasta Estados Unidos cuando desea algo. Pone y depone gobernantes sin importar si han sido democráticamente elegidos, invade países en aras de la autodefensa, financia con dinero o armas al gobierno o a la oposición de este o aquel país en conflicto, según todo su propia conveniencia y beneficio. Esto ha sido tradicional en la política exterior norteamericana, y en especial en Latinoamérica. Y la del señor con el flequillo amarillo no iba a ser distinta.

Existen muchas referencias en las que se describe a Juan Guaidó como un diseño político más de la Casa Blanca dentro de la intrínseca ambición controladora del país norteamericano. Lógicamente, EE.UU. ha sido el primero en avalar el pronunciamiento del presidente de la Asamblea venezolana. Y, como era de esperar, también el primero en amenazar con una intervención militar si el camino no se recorre como pretende el despacho oval. A quien ahora usa este despacho le falta su guerra, algo que ya tuvieron todos sus predecesores en el cargo.

Ante este energúmeno, peligro público mundial, ¿qué hace Europa? Hubiera sido una enorme sorpresa que la Unión Europea no se pusiera a la sombra del todopoderoso aliado. Aunque con alguna excepción no menor, ha reconocido a Guaidó como presidente interino o encargado después de un bochornoso plazo de 8 días para que la población de Venezuela haga algo (votar en este caso) que solo le debe pedir que haga un dirigente de ese país, y nunca de otro. De la actuación de España solo puedo opinar que ha sido patética en su intento de liderar el deplorable ultimátum europeo, y muy interesada de puertas hacia dentro.

De este contubernio interesado y egoísta entre EE.UU. y la UE nunca puede venir la solución. Venezuela lleva demasiado tiempo con un grave problema de desabastecimiento de alimentos y medicinas. ¿Por qué es ahora cuando se envía ayuda, y no hace 2 meses, 6 meses, 1 año? Todo suena a interés económico y poco a preocupación por la población. Los pozos petrolíferos del Lago Maracaibo son una atracción irrefrenable, y nadie quiere perderse la parte del pastel que se repartirá si Maduro deja la presidencia de la nación. Hay que estar ahí, algo nos caerá. Por otra parte, algunos de esos apoyos a Guaidó vienen de la extrema derecha, cuyo comportamiento en sus países dejan mucho que desear en materia de derechos humanos.

Ignoro el porcentaje de población venezolana que no ve otra solución que la intervención extranjera, y tampoco la que admite incluso al enfrentamiento armado entre la población civil como la única salida. Las imágenes están ahí, incontestables: hay desesperación, hay hambre, y la deriva dictatorial de Maduro es un hecho. Pero también hay bloqueo extranjero, intereses económicos que pasan por expulsar a Maduro y a su ideología de ese rico país. Es muy difícil opinar sobre todo esto sin tener todos los datos en la mano.

Día a día se acrecienta la sensación de que la intervención extranjera tiene un altísimo porcentaje de terminar en conflicto armado. Unos y otros deben impedirlo. Nunca, tampoco en Venezuela, debería contemplarse otra alternativa que el diálogo y las urnas. Con observadores, mediadores, relatores, como sea. Todo antes que resignarse o lanzarse a dar la razón a los agoreros intérpretes de la pintura negra de Goya.